EUROPA. Durante la cruenta guerra de los Balcanes, que finalizó por la intervención militar de las tropas de la OTAN bombardeando al territorio y fuerzas armadas del presidente y criminal de guerra Slobodan Milosevic, acontecieron sucesos que merecen ser comentados.
Srbenica, es la gran vergüenza europea. Este mes de julio, el Tribunal Supremo de Holanda ha condenado al Estado holandés, de la deportación que finalizó en asesinato y genocidio, de 300 varones musulmanes bosnios en manos de los serbios radicales el 13 de julio de 1995, durante la caída de Srebenica.
La sentencia indica que los “cascos azules” holandeses, situados en Srbenica –de mayoría bosnia- colaboraron en la expulsión de los musulmanes, medida tomada por las tropas serbobosnias al mando del criminal de guerra general Ratko Mladic, que los asesinaron. La justicia de Holanda ha afirmado que los cascos azules holandeses “debieron haber previsto el peligro que corrían los civiles de perecer en un genocidio y no haber colaborado en su deportación”. La sentencia es demoledora: “puede afirmarse con suficiente seguridad que, de haberse quedado con los soldados holandeses, estarían vivos”.
El Tribunal no acusa a Holanda de todo el genocidio de la mayoría de los más de 8000 musulmanes, la mayoría hombres y niños, entre 13 y 80 años. El Tribunal afirma que las tropas holandesas podían haber previsto lo que iba a suceder en ese julio del 1995, pues días antes habían encontrado los cadáveres de otros hombres y documentos de identidad sin dueño. Pese a ello, los oficiales militares holandeses dejaron que fueran deportados. Antepusieron el cumplimiento de las ordenes militares y posiblemente sus carreras profesionales a un acto de humanidad y honor. Recuerda curiosamente lo que había sucedido, sólo un año antes, en Ruanda, con las tropas belgas y francesas impasibles ante el genocidio de 800.000 ruandeses, tragedia que conmemoramos ahora en su veinte aniversario.
Ello llega pocos meses después de que en septiembre de 2013, Holanda fuera considerada responsable directa de tres asesinatos, también de musulmanes bosnios, que buscaron refugio entre las tropas holandesas. Nuevamente a golpe de sentencia judicial. Allí se considera probado que Holanda abandonó a un electricista y al padre y hermano de un traductor que ayudaba a las tropas holandesas. Cuando se hizo pública la sentencia, el hijo del electricista asesinado afirmó que “no todos los holandeses son como Thom Karremans” (el comandante de los cascos azules), unos “cobardes” ¿Quien era ese electricista? Un humilde empleado que mantenía las instalaciones militares holandesas en Srbenica –una vez más, Srbenica…-; el traductor, Nukanovic, ayudaba en la interpretación y traducción. Sus familias estaban refugiadas en las instalaciones del Ejército. Cuando el general Mladic entró en la ciudad en julio de 1995, aquellos solicitaron ayuda para sus familias a las tropas holandesas. El militar holandés, Karremans, solicitó apoyo aéreo a la OTAN, que no consiguió. Dos días después, el militar entregó a los tres civiles, que fueron asesinados. En la sentencia se demuestra que los soldados holandeses, “abrumados2 por la superioridad numérica de los asesinos serbobosnios, los entregaron a sus enemigos. La sentencia de 6 de septiembre de 2013 indica que “la Fuerza Holandesa decidió no evacuarlos con su batallón y los expulsó de la base”. Y aún más: “fuera del recinto fueron asesinados por el Ejército serbobosnio o grupos paramilitares relacionados con él”.
Estas situaciones nos obligan a reflexionar sobre conceptos nada fáciles, sobre todo cuando la vida o la carrera profesional de quien está obligado a defender o proteger a otros corren peligro. ¿Debe la obediencia a los superiores prevalecer siempre? ¿tenemos derecho a tener miedo y por tanto a no intervenir? ¿es legítima la no intervención para proteger nuestros intereses individuales o profesionales frente a la posible muerte de víctimas inocentes? ¿existen conceptos como el honor, la dignidad, los derechos humanos o la anteposición del deber a la vida frente a otros principios más mundanos pero quizá más próximos a los que deben tomar decisiones? ¿debe un funcionario, civil o militar, incumplir una orden, arriesgando su vida o su carrera, por proteger la vida de un ciudadano inocente, víctima posible de un asesinato o genocidio?
Preguntas que nos recuerdan otros momentos de la historia de Europa. En la II Guerra Mundial estos dilemas fueron constantes y permanentes y parece que decenios después no han desaparecido y tampoco hemos aprendido.
Cuando un funcionario o un soldado ha decidido acudir a una situación bélica comprometida, debería reflexionar previamente hasta que punto va a anteponer sus intereses personales, o su propia vida, o las ordenes recibidas, en clave política, a las decisiones éticas. Los tribunales holandeses han reconocido por tanto, que las órdenes “superiores”, aunque sean dadas por la ONU, no dan inmunidad al Estado o al soldado individual. Es una gran conclusión y un avance por parte de la justicia, modélica, de un país como Holanda.
En esa época espantosa de los Balcanes, España tuvo una muy importante intervención en el conflicto, como fuerza de pacificación. Y algunos hechos a resaltar, aún mejor ahora tras la sentencia holandesa.
El 25 de abril de 1993, un oficial español de la Legión, el teniente José Luis Monterde, al frente de tan sólo 35 cascos azules y sólo cinco coches blindados, se topó con 230 ciudadanos croatas, de toda condición y edad, que huían de una aldea recién tomada por musulmanes, que pretendían asesinarlos. Pocos instantes después, más de un centenar de milicianos perseguidores, armados con fusiles, ametralladores y lanzagranadas se interpusieron ante las tropas españolas. El jefe militar del comando encañonó al teniente Monterde y le conminó a entregarle a los croatas en cinco minutos. Con la pistola en la sien, el militar español oyó claramente como le indicaban: “son nuestros prisioneros, esto no va con vosotros”. En el grupo perseguido había soldados, pero también ancianos, mujeres y niños. Sólo le dieron cinco minutos para decidir.
Cinco minutos. Cinco minutos más. Diez minutos más. Y así durante más de siete horas el teniente y su reducido grupo de soldados, superados por 5 veces más efectivos de militares asesinos, resistieron sin entregar a ningún civil indefenso. Sólo tras este tiempo, otras tropas de la ONU llegaron al lugar y se hicieron cargo de los ciudadanos que huían.
Al escribir estas líneas, pocos días después de la sentencia holandesa y de la ignominia que ha caído sobre sus fuerzas armadas, una vez más, un país que se precia de ser un paradigma de democracia, de respeto de derechos humanos, de libertades ciudadanas y tolerancia, no he podido dejar de sorprenderme del escasamente conocido valor de otros personajes, como el teniente Monterde. En un blog –un blog cualquiera- se leía hace poco: “He tenido la suerte de recorrer Bosnia hace un tiempo, y el cariño que tienen a la gente española es increíble. Es más, en Mostar, una de sus plazas principales se llamara Trg España (Plaza de España), y no paraban de enseñarme la cantidad de ayuda que ofrecieron los cascos azules españoles, entre cementerios improvisados árabes y croatas en antiguos parques públicos.
En Sarajevo me hablaban de la cantidad de niños bosnios que fueron acogidos en España en los noventa, y de las experiencias tan positivas que traían… y el personaje español más conocido allí no es ningún futbolista, es Javier Solana, cuando dirigía la OTAN. Al fin y al cabo, de este tipo de sucesos horribles, sólo se puede intentar extraer la nobleza de alguna personas, independientemente de dónde sean y lo que hagan”. José Luis Monterde tenía 28 años, y novia en España, y toda la vida por delante para su carrera militar. Es decir, todos los elementos necesarios para no actuar. Pero lo hizo. Como afirmaba Gregory Peck en “Salvar un ruiseñor”, al interpretar el papel del abogado Atticus Finch: “Uno es valiente cuando, sabiendo que la batalla está perdida de antemano, lo intenta a pesar de todo y lucha hasta el final, pase lo que pase. Uno vence raras veces, pero alguna vez vence”. Piensen en ello cuando este verano visite Holanda o conozcan algún ciudadano holandés. Quizá ellos desconozcan al teniente Monterde. Ustedes ahora ya no.