GLOBAL. “Dadle las buenas noches al malo. Es la última vez que vais a ver a un malo como yo”, diría en 1983 un Al Pacino que encarnó a la perfección al mafioso cubano Tony Montana en la película de culto ‘Scarface’. Si bien se trata de un personaje cuyo único fin es alcanzar el poder a través de prácticas como el narcotráfico y el manejo de grandes cantidades de dinero sin escrúpulos, todos le recordamos rodeado de una misteriosa aura de romanticismo. Lo cierto es que en nuestro imaginario social los malos siempre nos han caído bien, sus historias esconden un punto de atracción oculta que los crea irresistibles. Tal vez por haberse atrevido a salir de los aburridos patrones establecidos  que les hace convertirse en una imagen proyectada de lo que quisiéramos pero no podemos ser. Mientras se saltan el orden y la ley nosotros practicamos con ellos la empatía desde nuestro sillón sin que nos avergüence reconocerlo, más bien todo lo contrario, les exhibimos como iconos de nuestro ‘yo’ indomable.

También es curiosa la extraña relación que se da entre la maldad humana y los medios de comunicación encargados de lanzar juicios de valor. Uno de los ejemplos más significativos lo  encontramos en cine con los personajes de  Michael y Mallory Knox, dos ‘Asesinos natos’ enamorados que se convirtieron en un auténtico reclamo para la información sensacionalista de la segunda mitad XX. Esta bonita pareja, inspirada en la vida de los jóvenes Charles Starkweather y Caril Ann, no dudaba en cargarse a todo aquel que se cruzara en su camino. Once fueron las víctimas contabilizadas en el viaje que separa los estados de Nebraska y Wyoming e incontables los seguidores en forma de audiencia que los aclamaban debido al ensalzamiento mediático de los personajes en la prensa, la radio y la televisión.

A estos criminales podríamos meterles en el saco de “malos a los que se les ve venir” porque normalmente son la cara visible de los crímenes y asumen las consecuencias de sus acciones, que adoptan como verdaderos actos de rebeldía. “¿Crees que una vida de tus mentiras vale un instante de mi pureza?” le diría Michael Knox en prisión durante una entrevista al odioso periodista interpretado por Robert Downey Jr. en una de las escenas más sublimes de la película.

Pero les diré una cosa, no es tan original ser malo. El mundo está repleto de malos y como expresó De Niro en ‘Una historia del Bronx’ (1993), “No hace falta valor para apretar un gatillo pero si para madrugar cada día y vivir de tu trabajo”.  El problema es cuando cine aparte y vuelta a la realidad uno se da cuenta de que es bastante común encontrarse a psicópatas que viven del trabajo, el esfuerzo e incluso del sufrimiento de los demás utilizando su posición de poderío o liderazgo.

En‘¿Es usted un psicópata?’ (Ediciones  B) el británico Jon Ronson presenta un estudio basado en un arduo trabajo de investigación dónde llega a la conclusión de que  la psicopatía es cuatro veces más común en las altas esferas. ¡Qué sorpresa! Este es el prototipo de malo que anhela alcanzar la cima del dominio y el triunfo por encima de todas las cosas, normalmente mediante abuso de poder, tráfico de influencias y corrupción. No son ellos los que en sentido aprietan el gatillo, pero sí los que dirigen el recorrido de la bala. Charles Manson tampoco lo hacía y ahora en el 45 aniversario de los asesinatos de Tate-Labianca se encuentraentre rejas esperando a cumplir su eterna cadena perpetua.

¿Por qué entonces hay malos que no solo no entran en prisión sino que siguen ejerciendo funciones de representación? El Huffington Post publica a finales de marzo de este año las cifras de corrupción en España: “1.700 causas, más de 500 imputados y sólo 20 en prisión”, cita el titular. Estos criminales no asumen sus consecuencias, se esconden tras sus máscaras y pantallas de plasma y lanzan mensajes cuarteados y vacíos de sentido. Sería una locura que la propia sociedad alimente a este tipo de malos pero lo cierto es que lo hacemos. Contribuimos a su supervivencia cada día.

El periodista y reportero de guerra Ramón Lobo lo dejó bien claro cuando le entrevistaron el mes pasado en La Sexta Noche: “El poder miente, siempre. Su misión es mentir y nuestra misión es no creer al poder” y  prosigue, “no somos conscientes de los instrumentos que tenemos para forzar al poder a obedecer, es decir, que los jefes somos nosotros”.

Quizá sea hora de levantarse del sillón, besar ese póster que representa nuestro ‘yo indomable’ y  romper con el pronóstico de Malcolm X  para dejar de una vez por todas de amar al opresor y odiar al oprimido.