Suele suceder que, durante algunas épocas del año, se suscita en la gente el deseo y la intención de renovarse en los diversos aspectos de la vida que suponen, entre otras cosas, alcanzar el restablecimiento de la vida espiritual, social, familiar, laboral y desarrollo personal, lo que sin duda sería gratificante y de mucho valor si se asumiera con amplia consciencia y decidido propósito.

En los tiempos actuales, la humanidad se debate entre un sinfín de acontecimientos que afectan e inciden en su forma de pensar, de actuar y descifrar los conceptos que lo dirigen en su transitar existencial frente a situaciones que complican su libre determinación y modifican la certeza de su proyección. Hay momentos en los que pareciera que la instrucción religiosa no coincide con una realidad que exige un poco más que simples discursos anegados de conceptos y referencias mal interpretadas. También se suman los constantes cambios en los modelos sociales que propician incertidumbre y extravío en la determinación de un futuro debidamente planificado. Y qué decir de la deficiente distribución de la riqueza que favorece el desempleo y aumenta día con día la pobreza y la miseria ante la evidente devaluación del recurso humano por razones de edad, de nivel académico, nivel social y más recientemente, el manoseo malintencionado de las leyes que deberían regir el más adecuado ordenamiento ciudadano y no favorecer el monstruo de la corrupción que ha proliferado, no solo en nuestro país, sino en la gran mayoría de istmos de nuestro mundo que agoniza ante estas prácticas, producto de la ambición desmedida de quienes se sitúan en instancias de poder.

Es evidente que todo ese estado de cosas, no pueden ser lo suficientemente motivantes a soñar y desear vivir de la manera más adecuada y por lo mismo los sueños se tornan abstractos o generalmente se establecen en lo material, de tal cuenta que obedezcan y complazcan la oferta dirigida al egocentrismo y a la apariencia que supuestamente conceden y suman aceptación social.

Es de esta cuenta que la lógica nos dirige a entender que, para decidir los propósitos, en primera instancia se hace necesaria una autoevaluación personal de nuestros logros y fracasos, de nuestros aciertos y desaciertos, de nuestras certezas y nuestras dudas, incluyendo las posibilidades, los retos y las garantías de lo que anhelamos para tener la confianza y la convicción de lo que efectivamente deseamos.

Nuestra intención, ciertamente, no es desmotivar ni mucho menos caer en el pesimismo, sino más bien intentar ubicar los maravillosos afanes que la gente tiene a favor de su vida en busca de experimentar las caricias de la felicidad, la paz y la libertad inherentes a su condición humana y no solo dejarse llevar por emotivos momentos que se viven en el contexto del tiempo, la tradición y costumbre, pues la renovación es necesaria para mantenerse en la base de sus afanes, pero hacerlo con certeza de decisión.

Por ello, “nunca permitamos que nada ni nadie nos robe el derecho a ser felices en la convicción de lo que somos y buscamos”.