Dejaron la mitad de su vida en Madrid. Continuaron porque de eso se trata la vida. Buscaban algo mejor. Y ahora aseguran que no saben si volverán algún día a España.
Manolo es geólogo y trabajaba en una empresa que se dedicaba a obras públicas. Con la crisis, las obras dejaron de hacerse y se quedó en paro. Comenzó a asistir a clases de inglés para perfeccionar lo que sabía. Porque pensaban irse a cualquier lugar del mundo donde encontraran trabajo. María Luisa era procuradora, pero no tenía demasiados asuntos y sus ingresos no eran muy altos. Así que apoyaba el cambio en sus vidas.
Un geólogo granadino vino a Madrid a buscar trabajo y acudió a la empresa de un amigo de Manolo. Por supuesto no consiguió trabajo aquí. Sin embargo le dieron un puesto en una empresa noruega con sede en Santiago de Chile y allá que se fue. Antes de irse, se despidió y se llevó el currículo de Manolo. Poco después Manolo estaba haciendo una entrevista a través de skype. Le contrataron.
Ese fue el comienzo de su aventura… Dejaron la ciudad y a uno de sus dos hijos. Manuel con entonces 18 años recién cumplidos, empezaba la carrera de Comunicación Audiovisual y desde un principio dijo que él no se iba. Con la casa familiar para él solo y dos coches a su disposición. Acababa de sacarse el carnet de conducir. «Le pedí a su abuela que se viniera con él una temporada. Hasta que viera qué tal se arreglaba. También le dijimos que tenía que sacar los estudios y que al menor problema, se vendría con nosotros«, explica María Luisa.
Manuel asegura que su vida ha dado un cambio muy grande tras la decisión de sus padres. «Ha cambiado mi día a día pero también yo. Ahora soy una persona mucho más madura y responsable. He aprendido muchas cosas que antes no sabía. Mi forma de pensar ha dado un giro. Para mí está siendo una experiencia muy positiva. La vida cambia sin la ayuda de tus padres todos los días«. Su otro hijo, Emilio, decidió unirse a la aventura, aún le quedaban los dos últimos años de colegio.
Era febrero del 2011. Dejaban un Madrid helador y llegaban a un Santiago de Chile en pleno verano. Manolo comenzó a trabajar en seguida. Ahora sólo les faltaba: el colegio y la casa.
Se decantaron por el colegio SEK. La mayoría de los españoles llevan allí a sus hijos debido al prestigio. Pero a la vez eso hace que haya pocas plazas. Tras unas pruebas académicas, a principios de marzo Emilio se incorporaba al nuevo colegio. «La gente es muy abierta y cariñosa y parecida a nosotros. No tuve problemas de adaptación. Aunque es verdad que no salen a tomar algo a la calle. Los planes siempre son en casa» – explica Emilio, que ahora ya ha cumplido la mayoría de edad.
María Luisa se dedicaba a buscar piso. Cuenta que las primeras dificultades con las que se encontró fueron el desconocimiento de la ciudad y el problema del idioma. «Hablan muy rápido y utilizan palabras distintas de las que usamos nosotros. También pronuncian muy raro la «tr» cuando van juntas, es parecido a una ‘che’. Si a todo eso le sumas que tenía que hablar por teléfono y decir «arrendar departamento amoblado» en lugar de «alquilar piso amueblado», estaba un poco liada». Al final encontraron uno que estaba a dos pasos del trabajo y a cuatro del colegio. El piso está en una de las mejores zonas de Santiago y es un piso 26. El precio es caro, pero la zona es tranquila y segura. Merece la pena.
Una vez acomodados, María Luisa asegura que el día a día le costó mucho.«Todo es nuevo. No conoces a casi nadie. Y estás como perdida. Yo no trabajo fuera y cuido la casa. Tienes que aprender todo de nuevo. Pero yo he sido muy afortunada». Cuenta que gracias a su hijo Emilio pudo contactar con otras familias españolas. Y poco a poco fue aprendiendo y conociendo. Ahora está contenta: «Hemos hecho un grupo que congeniamos muy bien, incluidos los maridos y quedamos los fines de semana o vamos de excursión por los alrededores». También tiene un grupo de amigas chilenas «puras», como dicen ellas. Se reúnen los martes en la Biblioteca de Santiago, para hacer manualidades. «Ellas me han enseñado otro Santiago que con las españolas no conocía. Muy interesante y con mucho que ver y aprender. Los chilenos son gente seria y trabajadora. Aunque a un ritmo más lento que los españoles. Son gente muy orgullosa de su país y de todo lo suyo. Pero son amables con los extranjeros y acogedores. Se puede confiar en ellos. Por lo menos por los que yo conozco».

Los tres están de acuerdo en que la vida es bastante parecida a la de España. «Pero siempre se echa de menos alguna cosa y sobre todo a la familia y los amigos. La luz, los olores… »

Dos años después de ese febrero del 2011, María Luisa y su marido Manolo siguen en Santiago de Chile. Emilio, el hijo que decidió apuntarse a la aventura con ellos ha vuelto a España con su hermano Manuel con el fin de preparar la selectividad para extranjeros. Allí el nivel universitario no es demasiado alto y las convalidaciones con Europa no son las mismas. Asegura que es la principal razón por la que se volvió «pero mis dos años geniales no me los quita nadie».

Quizá ahora entiendan porque María Luisa explicaba su situación como aquella canción de Alejandro Sanz, con «el corazón partío». Entre Madrid y Santiago de Chile.