En una época en la que la mayoría de los jóvenes se ven obligados a emigrar al extranjero, parece una buena idea compartir con ellos, con los que están pensando en irse e incluso con los que tienen la suerte de quedarse mis experiencias en una de las ciudades más importantes de Estados Unidos: Los Ángeles.

U.S.A. Llevaba meses preparando el viaje que me iba a llevar a dos meses de estancia en una de las ciudades más llamativas y a la vez aburridas de los Estados Unidos. En mi universidad aquí en Madrid, me habían concedido una beca para estudiar un curso de cine en la New York Film Academy de Hollywood, en Los Ángeles. Con el gran aliciente de que era la meca del cine y que la escuela tenía importantes acuerdos con los Universal Studios, olvidé momentáneamente mi irremediable miedo a volar y decidí aceptar la beca.

Cuando vas a viajar a Estados Unidos lo que menos acaba preocupándote es el dilatado viaje en avión. Y eso lo sabes en el momento en el que comienzas a informarte sobre los documentos y papeleos necesarios para poder poner un pie en el país americano. Mi maravillosa memoria selectiva ha decidido olvidar ya el número de fotos de diferentes tamaños y colores que tuve que enviar a la embajada para que, cuando el día de la entrevista en la embajada conseguí ser atendida, tuviese que hacerme una nueva instantánea.

Tras una larga espera en la embajada (primero vía online y más tarde de cuerpo presente en su sede madrileña) mi visado llegó por correo a mi domicilio. Tras otra larga espera, aún peor, esta vez en Tráfico, conseguí mi carnet de conducir internacional.

Para los que decidáis viajar algún día a EEUU, me gustaría daros unas pequeñas recomendaciones sobre los trámites burocráticos. Para empezar, pedir cita con la embajada con antelación y aseguraos, si tenéis un nombre o apellidos comunes de que no coincidan con los de ningún delincuente. Más allá de parecer una broma, uno de mis compañeros de viaje llegó un mes tarde debido a este problema.

Sin duda, es fundamental que leáis todos los documentos que os faciliten con atención. En Estados Unidos no se lleva eso de “he leído y acepto las condiciones”. Si no lo hacéis os podéis encontrar con tener que realizar numerosas y repetidas visitas a la embajada.

Finalmente y ante la duda, llevad todos los documentos que se os ocurran, pero los fundamentales son: justificante de que tenéis ingresos o alguien que os pueda mantener, justificante que demuestre cuál el propósito que tenéis en vuestro viaje y dónde vais a vivir durante vuestra estancia por supuesto el pasaporte y el DNI. Por último, la foto o fotos, incluido dinero suelto por si no les vale ningún formato, cara, color o tamaño y tenéis que recurrir al flamante fotomatón que tienen en la misma sala de espera de la embajada.

Continuando con la historia y tras el trepidante caída de ánimos y ganas que me generó el papeleo, ya con mi visado en la mano pude comprobar la cara de hastío y cansancio que la dichosa embajada había dejado en mi. Conseguí sobreponerme y la ilusión volvió a mi día a día hasta que vi mi maleta abierta sobre la cama.

Si hay algo que se acerca a los horrores del papeleo eso es hacer la maleta. Para empezar era invierno, pero era California lo cual supone que una ola de calor puede azotar la costa californiana y no tocar ni un jersey. Pero, por otro lado…era invierno. Así con mucha maña y muchas horas de Tetris a mis espaldas conseguí meter en la maleta (en realidad fueron las) desde un abrigo y un par de gorros hasta el bikini y las chanclas, pasando por un botiquín de tal tamaño que temí que me parasen en la aduana por tráfico de ciertas sustancias. Mi consejo: llevad parte de la maleta vacía, los precios en dólares están mucho mejor que los españoles y acabaréis por sucumbir y comprar más de lo que podéis traer de vuelta.

Finalmente, hice los cambios de divisas que procedían tras comerme la cabeza una y mil veces sobre qué cantidad de efectivo se supone que debe llevar uno cuando va a vivir dos meses en el extranjero, si las máquinas que admiten billetes son reales o no y si me va a dar con lo que llevo porque “no voy a sacar dinero allí, que a saber la comisión que se llevan con la tontería”.

Tras varias horas de sopesar las posibles combinaciones de billetes-tarjeta-monedas y no llegar a una conclusión satisfactoria, decidí dejarlo en manos de mi padre.

Así pues, con una maleta en la que hubiese cabido dentro si me lo hubiese propuesto, otra más llena de por si acasos, los bolsillos llenos de monedas (euros incluidos por la escala que hacíamos en Londres) y con las ganas bastante restauradas me planté en la terminal 4 de Barajas con mi compañero Edu. Había ganas e ilusión, mucha emoción por ir a estudiar lo que más nos gustaba en el mundo al sitio más indicado para ello. Pero sobre todo, por encima de todo lo que ya he ido mencionando a lo largo de estas líneas, había sueño: al fin y al cabo estar levantado a 6 de la mañana no es motivo para sonreír.