MADRID, ESPAÑA. Venía escuchando la radio esta mañana, sumergido en el tedio del tráfico matutino, y en el propio tedio de las noticias, que parecen ser las mismas todos los días, glosadas por los tertulianos habituales, con sus parecidas retóricas y argumentos similares. Tan previsibles como los discursos de los portavoces que participarán en el debate sobre el estado de la nación de mañana. El presidente del gobierno se rodeará de la palabra y de cifras macroecónomicas, que a la mayoría de los ciudadanos le importan un bledo, para volver a tratar de convencernos de que la crisis ya no existe y que ha llegado la recuperación. Se le olvidará mencionar los miles de desahuciados, los enfermos de hepatitis c, el lamentable estado en que ha quedado la sanidad pública, el destrozo provocado en el sistema educativo, los miles de ciudadanos que han tenido que abandonar el país, el aumento del IVA del 16 al 21 por ciento en unos pocos años, el abandono de la investigación, los afectados por la estafa de las preferentes, la corrupción del partido al que representa, las brutales cifras del paro – argumentará, arrogante, que ha variado la tendencia.

No dirá qué tipo de empleo se está creando, que muchas de las grandes empresas despidieron a trabajadores cuyos puestos ahora ocupan otros por la mitad del salario – que alcanza casi a la cuarta parte de la población activa, el aumento de la pobreza y de las diferencias sociales. En su perorata aparecerán la prima de riesgo, la mejora en las exportaciones, la confianza del consumidor y de los inversores extranjeros, el ilusionismo de siempre, en el que los ciudadanos ya no creen, sencillamente porque saben que no existe, que es la misma moto que ya compraron hace años y que se la quieren volver a vender. El principal partido de la oposición saldrá con toda la artillería, defendiendo ahora lo que no fue capaz de defender cuando gobernó, y se plegó ante los intereses de la troika asfixiándonos a todos. Se le olvidará mencionar la corrupción de su partido, la elaboración a marchas forzadas del artículo 135 de la Constitución, las destituciones a dedo, el retroceso de su democracia interna, y, probablemente, nos dirán lo que ellos tienen intención de llevar a cabo si alcanzan el poder, que luego no cumplirán, si realmente consiguen alcanzarlo.

Como Podemos no está en el parlamento, nos ahorraremos tener que escuchar diatribas contra Monedero que, ético, o no, es el único que ha presentado a la opinión pública facturas y justificantes de lo que ha realizado de una forma privada, con anterioridad a su participación en un partido político. Nada me gustaría más que hiciesen también otros representantes políticos. Pero no se ve intención alguna.

Como Podemos no está en el parlamento, nos ahorraremos también, al contrario de lo que ocurre en las tertulias y debates de los medios, el escuchar hablar de las idas y venidas de lo que ocurre en un país que dista nueve mil kilómetros de nosotros.

En el debate sobre el estado de la nación escucharemos hablar de España. Mentiras, pero de España.