Ayer se celebró el día Internacional de la mujer. Realmente no sé muy bien qué se celebra.  Los “días de” me ponen de los hígados, lo he dicho repetidamente, o son para que los centros comerciales hagan negocios, o, por el contrario, una clara muestra de la hipocresía que destila nuestro decadente sistema  político-social, o socio-político, como ustedes quieran, el orden de los factores , no altera el resultado de la ecuación. Todos los días son el día de la mujer, todos los días son el día del sida, todos los días son el día del cáncer de mama…

¿Para qué son los días de, sino para lavar las conciencias de algunos que, consideran que dedicándole un día a alguno de los problemas que afectan dolorosamente a nuestra sociedad, han cumplido con la responsabilidad que han contraído para resolverlo, cuando deberían dedicarles su tiempo diariamente?

Resulta insultante, ofensivo, indignante, lacerante, escuchar a los políticos – a los que tienen capacidad de gobierno, me refiero – en sus discursos: “Tenemos que lograr que los salarios de las mujeres se equiparen a los de los hombres…”, “tenemos que conseguir que las mujeres  se igualen a los hombres en los puestos directivos de las empresas…”, “Tenemos que erradicar el lenguaje discriminatorio…”, ¿Tenemos?, ¿Quiénes?¿No son ustedes los que gobiernan, los que tienen capacidad de elaborar, derogar y modificar las leyes?¿Nos están trasladando a los demás sus obligaciones?

Pero los mismos que nos arengan con esos discursos de acalorada defensa  de la mujer nos regalan leyes contra el aborto, detienen a mujeres por protestar con el torso desnudo o nos ofrecen una educación machista y un vocabulario absolutamente sexista; sirvan algunos ejemplos: algo bueno es, cojonudo; algo tedioso e insoportable es, un coñazo. El tratamiento de las actitudes es también bastante significativo: una mujer que decide mantener relaciones  cuando y con quien le apetezca es una zorra o una puta; un hombre que haga lo mismo es un mujeriego o un vividor. Uno de los peores insultos es llamar a alguien hijo de puta. La culminación de todo este vocabulario que, a mi juicio no es algo precisamente menor, está en el tratamiento que, en todos los ámbitos, se le otorga a la delincuencia contra las mujeres. ¿Recuerdan ustedes la masacre de Puerto Hurraco en la que dos hermanos asesinaron indiscriminadamente a otros vecinos del pueblo? ¿Lo llamaron “violencia vecinal” o asesinato? Pues los asesinatos de mujeres por sus parejas, exparejas o cónyuges, no son asesinatos, son “violencia de género”. No creo que haya que añadir mucho más.

Lo más lamentable de todo este asunto es que existan, en los partidos políticos, mujeres que defienden estas actitudes, este lenguaje y esta forma de ver y de considerar a la mujer, y no sean capaces de rebelarse y oponerse a ello.

La única forma de revertir esta situación es una educación en la igualdad, desterrando  este modelo discriminatorio, pero la educación también está dirigida por los que ostentan el poder.