En el horizonte,  la luz de un sol moribundo había trazado en el cielo una línea morada, sobre un lienzo naranja, salpicado de amarillos.

En la plaza del pueblo había tenido lugar la representación de una escena teatral, de un libreto de Calderón, por un grupo de cómicos, que, fruto de su trabajo,  había conseguido juntar algunos reales , que les permitiría sustentarse ese día.

Cuando Rodrigo y Gonzalo, hermanos, e hidalgos, regresaron a su hacienda, observaron, con perplejidad, gran alboroto en el servicio, y dos personajes que, bajo negros ropajes, daban autoritarias instrucciones. En el centro del patio habían apilado una serie de volúmenes procedentes de su vasta biblioteca.

__ ¿Qué es esto? – bramó Rodrigo, al tiempo que descendía de su montura.

Uno de los hombres de negro se volvió hacia él, fruncido el entrecejo y hostilidad en la mirada.

__ ¿Y vos quién sois?, inquiero en nombre de Su Majestad – espetó.

__ El amo y regidor desta hacienda…

__ Pues sabed que traemos órdenes de quemar aquellos libros herejes o de contenido inmoral, contrarios a la doctrina de la Santa Madre Iglesia Católica.

Una mueca de disgusto, tal vez, incluso de dolor, se dibujó en el rostro de Rodrigo que, sin pronunciar más palabras, se perdió en la oscuridad del zaguán junto a su hermano.

Desde una sala del primer piso, los dos contemplaron como las llamas consumían con voracidad las páginas de sus libros, y las sombras de los inquisidores bailaban una danza macabra sobre las paredes que circundaban el patio. Gonzalo no pudo soportarlo y se llevó las manos a la cara.

__ ¡Por mucho que quieran impedirlo, algún día todos los hombres tendrán acceso al conocimiento y la sabiduría!

***

Gonzalo se asomó entre el pesado cortinaje que lo separaba del patio de butacas. Había pocos espectadores en la sala. La poca recaudación de las últimas funciones iba a poner en peligro la representación de la obra y, por ende, su medio de vida. Tendrían que suspender. Se trataba de una obra crítica con el poder. El gobierno había subido brutalmente los impuestos del sector cultural: teatros, cines, literatura, museos… todo se había encarecido, impidiendo a los ciudadanos el acceso a los bienes culturales, al conocimiento, la cultura, la opinión, la crítica. Una mezquina fórmula inquisitorial había sido urdida, desde las entrañas del poder, para apartar a la ciudadanía del espíritu crítico, de la capacidad de juicio, de la disensión, de la opinión.

Gonzalo cerró la cortina, se volvió hacia los actores de su compañía, preparados ya para salir a  escena.

__ ¡Quieren volver a asesinar  a la cultura!, nuevamente.  Tal vez consigan acabar con nosotros como actores, tal vez consigan que tengamos que subsistir dedicándonos a otras actividades, tal vez consigan ahogar la voz del pueblo durante Dios sabe cuánto tiempo, pero la cultura, el conocimiento, la sabiduría, la crítica, la oposición y el pensamiento han subsistido y subsistirán siempre. La Historia, así lo demuestra. ¡Salid y representad, como si fuese la última vez en vuestra vida!