Como todo el mundo sabe, el pasado año fue “el año del cine español” y parece que la racha va a extenderse a 2015, con películas tan entretenidas y amables como Perdiendo el Norte. Pero compartiendo cartelera, y con mucha menos planta (y publicidad), se encuentra una de las genialidades de los últimos años del cine español: Negociador. Borja Cobeaga uno de los guionistas de Ocho Apellidos Vascos nos trae una película tan vasca como española. Y como buena experimentación del arte que es, no puede pretender emocionar con una historia vacía, así que nos vacía la compleja historia del terrorismo español, para llenarla de simple vida.
Negociador no es un canto a la vida, no es una película que nos vaya a emocionar y hacernos salir a la calle buscando, de manera desesperada, la final solución a un violencia que se ha cobrado 829 muertos en España. Es una película honesta. De entrada, un claro cartel nos avisa al inicio de la película: libre interpretación basada en un hecho real. Y tan real. Y tanta libre interpretación.
Después de muchos años de debate, del “yo no negociaré con terroristas” de la grada azul y de la grada roja, del turnismo democrático ineficaz, se dieron los factores necesarios para que se produjera el diálogo en 2005 y 2006. Esta película juega precisamente, eligiendo el factor humano de la negociación y metiéndolo en la burbuja de un hotel, lugar en el que se desarrolla la mayoría de las escenas. Con dos personajes principales sencillamente esbozados: el representante del gobierno, que por supuesto no puede decir que está negociando; y, el representante de ETA, que por supuesto no puede poner fácil ni la más trivial conversación. A estos dos personajes, ya de inicio bravucones y más transparentes de lo que pretenden, se les contrapone con la “actitud internacional” de un mediador y su traductora, que aguantarán el tipo ante dos personajes más parecidos que diferentes. Y en esta parte, se agradece el compromiso de Borja Cobeaga con la realidad, ya que el mediador internacional no computa con los dogmas españoles típicos a la hora de hablar del terrorismo: “no lo llames conflicto, llámalo violencia”; “no lo llames negociación, llámalo diálogo”. En vez de eso, se limita sonriente y comprensivo a un lado de la mesa, mientras el peso de toda la negociación, es llevado por una joven traductora francesa.
La película, de planos certeros y austeros, nos adentra en un mundo en el que lo divino o espiritual está expulsado de este hotel francés en el que se desarrolla la negociación. Pero el plato fuerte de la película, pese a la maravillosa interpretación de Ramón Barea como representante del Partido Socialista de Euskadi, no llega hasta que Carlos Areces incurre en escena con un brillante “Epa!” En este momento el espectador ya sabe que va a presenciar el culmen final, la apoteosis de la humanidad en forma de diálogo entre vascos y no decepciona. En otra de las geniales escenas de la película, negociador y etarra se encuentran juntos, en un intento de comunicación armónica, frente a uno de los dogmas típicos españoles en boca de un Secun de la Rosa histriónico pero acertado, en un momento en el que es esencial para la película que el espectador “quiera negociar”.
No hay comparación posible. No tiene el tempo acompasado y lento de la comedia francesa. No cuenta con un discurso romántico sobre resolución del conflicto vasco. No pretende llevarnos a uno ni a otro lado. No es la mejor película del cine español, pero es una historia muy nuestra, una katarsis del conflicto que se dispone a bajar a los héroes de sus blancos caballos, para comparar la suciedad de sus botas con la suciedad del suelo. Se trata de una película de dimensiones pequeñas que hace años no habría podido estrenarse sin levantar pólvora y que, ahora, es capaz de arrancar carcajadas. Tal vez sea porque en estos últimos años, el ciudadano medio español, ha aprendido a quitar los adornos de la noticia. Aprendiendo a encontrar una realidad que, aunque siendo positivos, no queramos ver triste, sí podemos asumir como cutre ya sea en los negocios financieros o la política. Es por eso que al espectador no le sorprende que negociador y etarra compartan prostituta, al espectador le sorprende que no cuente la historia de un diálogo fructífero porque, bajo la misma óptica de cine, está claro que deberían poder entenderse.