Nos han tomado, nos toman, y pretenden seguir tomándonos por imbéciles. Creen que con su excusa de echarle la culpa al empedrado, basta. Creen que mirar hacia otro lado, hablar de otros temas, evitar lo escandaloso y desvergonzado de lo que está sucediendo, es suficiente. Creen, continúan en la creencia, de que no nos damos cuenta, de que sus reiteradas mentiras van a continuar convirtiéndose en certezas, a fuerza de repetirlas. Consideran que esa mejoría, también falsa, de la economía, les va a permitir evadirles de sus responsabilidades y salir airosos del desastre en el que nos han sumido. La herencia recibida, las alusiones al gobierno anterior, es otra baza que juegan, porque creen que así  van a conseguir ganar el partido. Porque, para ellos, parece ser que se trata de eso, de un partido, de ganar o perder. No se han dado cuenta, ni siquiera se percibe que se planteen que se trata de algo mucho más profundo, más de nuestras entrañas, más del sentimiento, más de humanidad, más de justicia: se trata de millones de personas anhelando un empleo, se trata de gentes que han perdido sus derechos sanitarios, se trata de miles de ciudadanos que han tenido que hacer la maleta para buscarse un futuro que aquí no hallan, se trata de estudiantes que no pueden cumplir su sueño porque les han cerrado el grifo de las becas, se trata de desahuciados de sus casas para alimentar la voracidad insaciable de los bancos, se trata de los enfermos de hepatitis c y otras dolencias, abandonados a su suerte, como tirados en una chalupa en mitad del océano, se trata de todo eso. De que nadie, salvo, ¡esa es la perplejidad que aún me asombra!, un pequeño porcentaje, les cree. Por ello los partidos incipientes, esos a los que, con ese desdén propio de su orgullo, minusvaloran, están creciendo, a pesar de que se escuden en su experiencia en la política, porque, precisamente su experiencia en la política, sólo ha demostrado que sirve para que nos atropellen, nos roben, y nos expolien; para que nos impidan manifestarnos libremente, para ocultar sus desmanes y para arrastrarnos a todos al lodazal, mientras ellos se enriquecen a costa de nuestro sufrimiento. Ellos crearon la “marca España”, como si un país pudiese venderse en un supermercado, o en un rastrillo, que es donde al final lo han hecho, y con el espectáculo tan lamentable de personajes relevantes de las instituciones, arrastrando esa “marca” por el fango.

Los imbéciles huyen ya de sus palabras vacías, de sus justificaciones, de su cacareo gallináceo. Los imbéciles apuestan por los que no tienen la experiencia del robo y del desmantelamiento de la sociedad del bienestar, y del estado democrático. Los imbéciles piden que se convoquen elecciones ya, pero, enaltecidos en su orgullo, ni siquiera de eso se dan cuenta, de que los imbéciles son ellos.