He cumplido 56 años, y tengo la sensación de haber estado viviendo siempre bajo una dictadura. Hubo una época, cuando parecieron derribarse los muros del régimen fascista del general Franco, en que muchos se ilusionaron. Se elaboró una Constitución de consenso que gran parte, seguramente ya la mayoría, de los españoles no han refrendado y, muy probablemente, un más que significativo número de los que podíamos haber participado en aquel referéndum no lo hicimos porque nos lo impidieron, a sabiendas de que la habríamos rechazado, porque, la mayoría de edad, para este particular se había establecido en los veintiún años. No obstante para la prestación del servicio militar bastaba con tener dieciocho: contradicciones que pueden seguir advirtiéndose en la actualidad. Aquella ilusión a la que me refería al principio, no ha sido sino eso, una ilusión. Observo desesperanzado cómo continuamos sin libertades, cómo se recortan derechos, cómo se siguen enriqueciendo los de siempre, cómo funcionan las instituciones, al servicio del poder, o del capital, que no dejan de ser si no la misma cosa. Contemplo perplejo cómo pretenden amordazarnos a todos, eliminar la libertad de prensa, la poca que existe, al servicio, en la mayoría de los casos, de los poderes económicos, queriendo impedir que se publiquen aquellas informaciones que directamente les afectan, tratando de trasvasar el delito a la filtración de la información, en lugar de al propio acto delictivo: las maniobras habituales de los poderes fácticos.

Vengo leyendo últimamente llamamientos a la abstención. Comprendo el hastío de muchos, lo comparto. Entiendo el hartazgo de la putrefacción del sistema. Comprendo que se desee su erradicación, el ansia por construir algo nuevo. Considero que una multitud está en esa misma línea, pero no todos. No nos llamemos a engaño.  Por pocos conocimientos estadísticos que uno tenga, sabe que la probabilidad de convencer a la totalidad del electorado de que no vote es cero. ¿Y eso que significa? Significa que con los votos de ellos, los que sostienen de una forma inquebrantable este sistema , es suficiente para que continúen manteniéndose en el poder. El único modo, la única esperanza que tenemos de poder modificar algo es, precisamente, votando, confiar en aquellos que no han gobernado antes, y que llegan con la mochila cargada de nuevas ideas y conceptos diferentes de la política, de la economía y de la democracia, que los que hasta el momento se han establecido. Si alguien supone que en nuestro país se va a producir una revolución, creo que se equivoca. De momento, el único cambio posible del sistema es mediante la utilización del sistema. No nos llamemos a engaño. Esta vez, quizás más que nunca, tenemos que acudir a votar, si en nuestro deseo está cambiar algo.