Ayer fue un día diferente. Fue distinto a otras veces. La gente, en la calle, transmitía una sensación de ilusión. Pensé que, por fin, este país había despertado de su letargo, que se había liberado del miedo y del peso de los años de alternancia de dos partidos en el poder, de ese siglo diecinueve trasladado primero a finales del XX y luego a los principios del XXI. Ayer fue un día intenso, largo, expectante.

Los resultados que arrojaron las elecciones no me sorprendieron, mentiría si dijera otra cosa. No era fácil desprenderse del lastre de tantos años, y quedó patente que los partidos tradicionales están moribundos, pero no muertos. Pero si hay algo que quedó demostrado fue la decisión de muchos de romper con una tradición de muchos años en España, y de siglos en el mundo occidental. La irrupción en las instituciones de nuevas ideas, de nuevas formas de pensar, puede ser una revolución, porque no se trata de un cambio de caras,  ni  de generaciones, se trata de un nuevo modo de entender la política, la sociedad y la vida.

Ahora habrá que pactar, y eso significa entenderse, dialogar, llegar a acuerdos, intercambiar ideas, buscar soluciones en común, ceder todos para conseguir un acuerdo marco en el que todos, o una mayoría quepan, hacer democracia, en una palabra. Había una mayoría harta de “mayorías absolutas”, y se ha conseguido, no seamos, entonces tan torpes de querer que se haga exclusivamente lo que nosotros deseamos. Tenemos que transigir y tolerar y alcanzar el consenso necesario para salir del agujero en el que nos han introducido. No podemos convertirnos en lo que hemos combatido.

Lo que aún me cuesta trabajo entender es que, tantos, sigan estancados defendiendo el engaño, la corrupción y la arrogancia. Esperemos que esta nueva andadura sirva para que aquellos pierdan el miedo, que algunos les han inyectado en el cuerpo hablándoles de las intenciones de las nuevas formaciones políticas, con el único objeto de mantenerse en el poder, manipulándolos y utilizándolos.

No fue sorprendente, aunque sí indignante y vergonzoso, que el Presidente del Gobierno y del partido en el poder, no saliese a la palestra, a dar la cara por el catastrófico resultado de su formación política. Ni merece ser el Presidente del Estado, ni representante de ciudadano alguno. Y vistos los apoyos de la ciudadanía, debería disolver el parlamento y convocar elecciones anticipadas ya.