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En 1875, Estados Unidos suscribió un tratado comercial con estas islas y dos años después instaló una base naval en Pearl Harbour con permiso del Rey Kalakva. Por entonces, se hizo patente en Washington la necesidad de modernizar su flota de guerra, que comenzó en 1881 con la puesta en grada de varios cruceros protegidos ligeros, en torno a las siete mil toneladas de desplazamiento, denominados cruceros estratégicos, muy aptos para misiones en teatros alejados de la metrópoli, Con ellos se configuró la denominada Flota de Extremo Oriente. Para hacerse respetar en todos aquellos mares les faltaba una buena base y las islas Hawai eran el lugar idóneo. Al morir en 1891 el Rey Kalakva, le sucedió su hermana Lilivokalani, compositora musical. A los plantadores norteamericanos les parecía excesivo ser gobernados por una indígena y, por otra parte les pareció la ocasión adecuada para hacerse con el archipiélago, por lo que proporcionaron una revuelta en enero de 1893, mientras una flota estadounidense, al mando del contralmirante Scarlett (buques Boston, Mohican y Alliance) desembarcaron a varios cientos de marines para proteger las propiedades americanas en las islas. Los rebeldes formaron un Gobierno Provisional, presidido por el comerciante americano Stanford B. Dole, que proclamó la República y solicitó la protección y anexión a Estados Unidos. El presidente Cleveland  retardó el proceso ordenado una investigación, pero poco a poco el Gobierno de Dole, con el apoyo de la Escuadra de Scarlett, se afianzo en el poder. Finalmente en 1894, Cleveland reconoció a las Islas Hawai como República y prometió estudiar la incorporación de las islas a Estados Unidos, que ya en 1899 se había anexionado Samoa Oriental. Por entonces, la Escuadra de Extremo Oriente estaba plenamente familiarizada con aquellos mares, contaba con la base de Pearl Harbour, la amistad oficiosa de Gran Bretaña y los recelos de Japón. La misión oficial de la flota era la vigilancia de los intereses americanos en aquellas aguas y su mayor pretexto la protección de las misiones religiosas norteamericanas en China y Japón. Pero en 1896, el Departamento de Marina había elaborado el Plan de guerra contra España y en el incluía el ataque contra Manila, la destrucción de la flota hispana allí asentada y la conquista de la plaza como base de las operaciones.

Las islas Filipinas, excesivamente alejadas y aisladas de España, no habían sido conquistadas ni colonizadas en su totalidad. El poder de la metrópoli se circunscribía a las ciudades, sus comarcas próximas y algunas islas. Pese a que durante el último siglo la Armada española había desplegado una importante pero desconocida actividad contra los piratas que infectaban aquellas aguas para proteger el comercio, con pocos medios pero mucha voluntad, no se había emprendido una ocupación sistemática. Era patente el gran poder político de la Iglesia y la escasa asimilación entre españoles y tagalos. De ahí que la revuelta fuera sobre todo indígena, animada por el anticlericalismo y la lucha racial. Los tagalos dirigidos por Emilio Aguinaldo y Andrés Bonifacio, que se habían sublevado contra España varias con escasa fuerza; la revuelta más importante ocurrió en agosto de 1896, consiguiendo dominar la provincia de Manila sin conquistar la capital. La llegada de tropas desde España, al mando del general Polavieja y después, el general Primo de Rivera con nuevos refuerzos, y la acción de la Armada dominaron la rebelión a finales de 1897. Aguinaldo y otros jefes rebeldes se retiraron a Hong-Kong. El estallido de la guerra con España, el 25 de abril de 1898, halló a la escuadra norteamericana de Extremo Oriente en Hong-Kong. Su estancia allí no era casual: el comodoro Georges Dewey sabía desde febrero que debía atacar Manila en cuanto se iniciara el conflicto, por lo que carboneó en la colonia británica y allí recibió gran provisión de municiones para el adiestramiento de su flota y para la campaña que se avecinaba. Dewey discípulo de Farragut, contaba con cuatro cruceros, dos cañoneros y tres barcos auxiliares. Su buque insignia era el Olympia, un barco nuevo, de casi seis mil toneladas, veintiún nudos de velocidad, cuatro cañones de 203 mm, 10 de 130 mm, 14 de 7 mm etc.. Su blindaje le incluía con pleno derecho en la clase de protegido. Otro crucero protegido era el Boston, de algo más de tres mil toneladas, armado con dos cañones de 203 mm y 6 de 152 mm y 120 mm. El Baltimore, de cuatro mil setecientas toneladas y el Raleigh, de tres mil ciento ochenta y tres toneladas, eran dos cruceros no protegidos, que contaban con armamento similar al del Boston. Los cañoneros eran el Petrel y el Concord, armados con cuatro y seis cañones de 152 mm, respectivamente. Muchos de los cañones de la escuadra eran de tipo rápido, sobre todo los de calibre mediano. Como buques auxiliares estaban el guardacostas McCullach y los transportes Nasham y Zafiro. Al conocerse la declaración de estado de guerra, las autoridades portuarias británicas avisaron a Dewey que debía abandonar el puerto en 24 h. Pero ya el 23 el Secretario de Marina, John D. Long, había ordenado a Dewey atacar Manila. Este espero hasta el 27, en que llegó el cónsul norteamericano acreditado en Manila, y le informó de las defensas de la ciudad y de la flota española. Ese mismo día, a las 14 horas del mediodía, la escuadra norteamericana del almirante Dewey zarpó hacia las Filipinas. En Manila, la Escuadra española estaba mandada por el almirante Patricio Montojo. Su insignia se izaba en el Crucero Reina Cristina, un buque anticuado de tres mil quinientas veinte toneladas, eslora de 84 metros y velocidad máxima de 15 nudos; estaba armado con seis piezas de 160 mm, 3 de 57 mm y 2 de 42 mm, incluido el armamento menor; no contaba con torres giratorias, ni protección; su capitán era Luis Cardoso.  El Isla de Luzón y el Isla de Cuba, gemelos, de unas mil toneladas, de 56 metros de eslora, contaban con cuatro piezas de 120 mm  y una protección en la cubierta de 62 mm. Eran buques que, pese a ser considerados cruceros, más bien merecían el calificativo de cañoneros. Sus comandantes respectivos eran Miguel Pérez Moreno y José Sidrach. El Castilla de dos mil toneladas, al mando de Alonso Morgado, era considerado crucero no protegido, eufemismo que encubría un anticuado buque de madera con la superestructura de hierro, armado con cuatro viejos cañones Krupp de 150 mm y otros dos de 120 mm, y además, tenía averiadas las calderas por lo que aguantaría la batalla acoderado, al igual que el Ulloa. El Ulloa, al mando de José de Iturralde  y el Don Juan de Austria, mandado por Juan de la Concha, eran también pomposamente clasificados como cruceros, pero en realidad eran guardacostas grandes. Gemelo de los mismos era el Velasco, que estaba varado por reparaciones en Cavite, con su artillería y calderas desmontada, lo mismo ocurría con el cañonero General Lezo. El resto eran barcos menores, inservibles para una batalla: el cañonero Argos y el aviso Marqués de Duero de unas 500 toneladas, eran viejos, con poco o ningún armamento y sin protección; también estaban los buques auxiliares Manila y Mindanao. Alguno de estos buques tenía tubos lanzatorpedos…pero carecían de torpedos.

Haciendo una somera comparación entre ambas escuadras, la norteamericana contaba con casi diecinueve mil toneladas de desplazamiento, mientras la española no llegaba a las nueve mil; Dewey disponía de cuatro cruceros, dos de ellos protegidos, mientras que Montojo no tenía nada comparable y los buques norteamericanos eran más modernos y tenían todos ellos movilidad; los españoles eran más anticuados, más lentos, más vulnerables y en parte, estaban varados. La artillería norteamericana montaba diez cañones de 203 mm, trece de 150 mm, treinta de 120 o 130 mm y treinta de tiro rápido  de seis libras; la artillería española tenía seis piezas de 160 mm, cuatro de 150 mm y dieciséis de 120 o 130 mm. La desproporción era astronómica; Dewey contaba con el doble de piezas de fuego que Montojo, el peso de su andanada era el triple  y, además, sus piezas eran más modernas, de mayor alcance y muchas de ellas instaladas en torres giratorias. Consciente de su debilidad, Montojo planteó desembarcar marinería y cañones y defender la ciudad de los norteamericanos, pero el capitán general de Manila, se negó a ello. El almirante decidió entonces plantar cara a la escuadra norteamericana en Subic, pero tal y como he descrito en las anteriores líneas, hubo que desistir y se retiro a Cavite, dentro de la bahía de Manila. La amplia bahía de Manila tenía su entrada protegida por baterías, pequeñas e ineficaces; en teoría estaba minada –pero las minas estaban fondeadas a excesiva profundidad — y barrada con torpedos, que nadie sabía si estaban instalados o no.

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