Sobre los resultados electorales del pasado domingo, día 20, y más allá de esa especie de carácter futbolístico que se le otorga por parte de los medios de comunicación masiva, en función de quién ha ganado y quién ha perdido, considero que la ciudadanía ha dado más la talla, que la mencionada prensa y que la mayoría de las formaciones políticas.

Los ciudadanos han dejado claro, a mi juicio, que no quieren una nueva etapa de dos partidos fuertes que controlan el poder legislativo, ejecutivo y judicial. Dos partidos que conviertan el Parlamento y la vida política en una cancha de boxeo donde se partan la cara ante un público enfervorizado, alineado a favor de uno o de otro, para que en la trastienda se den abrazos y pacten el resultado del combate.

No deseamos eso. Las urnas lo han manifestado claramente. Queremos negociación, cambios, avances, modernización. Cambios en la forma de entender la política, en la recuperación de los derechos que nos han sido arrebatados, en el reparto de la riqueza. Avances en la regeneración de la democracia, en los Derechos Humanos y Sociales, en la Justicia y modernización de las instituciones. Para todo ello es necesario que se revise la actual Constitución, que no es el “sancta sanctorum” que algunos pretenden, sino una Ley de leyes, revisable. Nuestra Constitución se creó en un momento crítico de nuestra historia reciente y, una serie de partidos políticos, elaboró esta carta magna del único modo que podía hacerse: cediendo todos para conseguir un resultado que satisficiera a todas las partes, aunque nadie quedase absolutamente satisfecho.

La Historia nos ha concedido la oportunidad de repetir lo que sucedió cuarenta años atrás. Es un momento único para ejecutar los cambios necesarios, acordes con una ciudadanía adulta y familiarizada con la democracia. Pero para ello hace falta voluntad política y existen todavía, en nuestra sociedad, quienes no han entendido el mensaje, y todavía no han sabido interpretar demasiado bien el concepto de democracia, confundiendo la realidad con el deseo: que un partido haya obtenido el mayor número de votos/escaños, no significa que la mayoría de los ciudadanos deseen que gobierne, y lo saben, sobradamente, ya que esta máxima la utilizan cuando a ellos no les favorece el “marcador”: véase si no, sus afirmaciones a este particular con los resultados de las elecciones catalanas y sus referencias al independentismo.

Esto es bastante fácil de entender si lo llevamos a la vida cotidiana, donde nadie tiene dudas al respecto: supongamos una comunidad de vecinos donde la escalera se encuentra en mal estado. Supongamos que 4 vecinos quieren instalar un ascensor; 3 quieren reparar la escalera y otros tres quieren una nueva escalera. Salvo que los cuatro primeros convenzan al resto, ¿creen ustedes que se va a instalar el ascensor? Esto todo el mundo lo entiende, ¿por qué si se lleva a una instancia parlamentaria, no?