Durante mucho tiempo los Estados Unidos basaron su política exterior en el aislacionismo promovido por la doctrina Monroe. Esta convenía a “América para los americanos¨, se despreocuparon por las relaciones internacionales y su aislacionismo llego a tal punto de no formar parte de las conferencias internacionales y reducir al mínimo sus representaciones diplomáticas. Los Estados Unidos no siempre fueron una potencia. Estos se consolidaron como tal después de la Primera Guerra Mundial. Casi ochenta años de política exterior americana son suficientes para trazar los parámetros con los que se ha movido Washington en el mundo desde que el presidente Woodrow Wilson entró en la Gran Guerra europea de 1914 a 1918. Los EE.UU. llegaron a desempeñar el papel preponderante que por poderío le correspondía en las relaciones internacionales tal y como previó Roosevelt; pero por unos principios que el propio Roosevelt ridiculizaba y guiados por un presidente a quien Roosevlet despreciaba, Woodrow Wilson.
Wilson representó la encarnación del tradicionalismo americano. Roosevelt comprendió perfectamente cómo funcionaba la política internacional, pero Wilson captó, según Kissinger, las fuentes de la motivación norteamericana, los norteamericanos se movían a realizar grandes hazañas incitadas por una visión de unos EE.UU. como un país excepcional, llamado a salvar la humanidad por la naturaleza excepcional de sus ideales. Roosevelt con su practicidad no logró convencer a sus compatriotas para entrar en la Primera Guerra Mundial, sin embargo Wilson lo logró llamando a esos ideales excepcionales. Estados Unidos entraron en la primera guerra europea en 1917. Pero lo hicieron con un criterio muy diferente del que desde James Monroe hasta Theodore Roosevelt los ejércitos norteamericanos habían participado en los conflictos internacionales. La doctrina de Washington había sido la del equilibrio, la de perjudicar a unos estados para beneficiar a otros y siempre para que Estados Unidos salieran más fuertes y sólidos.
Fue el presidente Wilson el que cambió el enfoque de la política exterior americana al justificar la entrada en la guerra siempre que al final resultara no un equilibrio de poder sino una comunidad de poder, no una organización estable de rivalidades sino una paz común organizada. Fue Wilson quien trazó tres puntos que serían las pautas por las que se regiría la política exterior americana hasta hoy. El primero se centraba en la armonía como el orden natural de las cuestiones internacionales. Siempre que se ha intentado distorsionar estar armonía la paz ha sido imposible. El segundo es que utilizar la fuerza es inadmisible. Cualquier transformación tiene que pasar por procesos basados en la ley o procedimiento legal similar. Y como los pueblos tienen el derecho de determinar su propia suerte, los estados tienen que estar basados en la autodeterminación nacional y en la democracia. El tercero, según Wilson, los estados construidos sobre estas premisas nunca deberían optar por la guerra y las naciones que no siguieran estos principios acabarían tarde o temprano en causar la guerra a todo el mundo. Que los estados de la tierra pudieran asumir la democracia era una consecuencia de la prudencia política y no sólo un requerimiento moral. Y como las democracias, según esta teoría, no se declararán nunca la guerra entre sí podrán concentrarse en la tarea de mejorar su calidad de vida.
En el primer discurso del estado de Unión apareció el wilsonismo, donde el derecho universal y no el equilibrio, la integridad nacional y no la autoafirmación nacional, eran los fundamentos del orden internacional. Para Wilson el arbitraje obligatorio y no la fuerza era el método de resolver los conflictos internacionales. Wilson sostenía un ideal puro norteamericano que ya existía desde Jefferson, tales como la misión de faro de la libertad para el resto de la humanidad o la idea de que la política exterior de las democracias es superior por reflejar el deseo de paz del pueblo. Una vez más se mostraban las pretensiones de liderazgo mundial de los EE.UU. desde un punto de vista altruista, de generosidad. Esto lleva a que estas pretensiones de altruismo den a las decisiones norteamericanas un aura de impredictibilidad, mientras que los intereses nacionales de otros países se pueden calcular. Wilson insistió en la imposibilidad de los EE.UU. de guardarse para sí, tales valores altruistas y que debía compartirlos y extenderlos por el mundo, esto llevaba a la conclusión que, en adelante, el deber de los EE.UU. sería oponerse a cualquier agresión en cualquier parte. Esto creó un sentimiento tan extendido que favoreció el intervencionismo general, algo por lo que Roosevelt luchó desde otro punto de vista. Para Wilson no había una diferencia entre la libertad para los EE.UU. y la libertad para el mundo. Redefinió la afirmación de George Washington sobre evitar enredarse en alianzas extranjeras, explicando que lo que Washington pretendía decir es que los EE.UU. no debían inmiscuirse en los propósitos de otros, pero nada que no concerniera a la Humanidad. Todo este entramado de ideales primigenios llevados a principios del siglo XX favoreció la entrada de los EE.UU. en la Primera Guerra Mundial. No influyó la invasión de Bélgica o el equilibrio, ni el hundimiento del Lusitania, fueron la defensa de la democracia y la lucha por el derecho y libertades de las naciones pequeñas para su seguridad y la paz, las ideas que favorecieron la entrada en la guerra de los EE.UU. con el apoyo de la opinión pública. Las tesis del presidente Wilson no fueron bien acogidas por sus conciudadanos. De hecho el Tratado de Versalles, que ponía fin a la Gran Guerra, estaba inspirado en su totalidad por el presidente norteamericano. Era una paz en favor de la libertad. El Senado vetó los famosos catorce puntos del Tratado de Versalles y Europa se preparó para una segunda guerra mundial a la que, nuevamente, los ejércitos americanos volverían a movilizarse para salvar la paz de Europa. Con todas las equivocaciones que se quieran, los abusos, las vidas que se han perdido como consecuencia de la intervención americana, lo cierto es que desde 1917 hasta 2001 la política exterior americana ha tenido una constante que se inspira en las tesis de Wilson. Una guerra que buscaba tales fines también buscaba una victoria total. Wilson detalló los objetivos de la guerra en sus catorce puntos y reconoció que los EE.UU. sólo pueden acometer grandes compromisos si su fe moral puede justificarlo. Pero su fracaso fue el de imponer, exigir o proponer a unas naciones, las europeas, un comportamiento al terminar la guerra para el que no estaban preparadas. Su orden mundial eran los equilibrios de los intereses de las naciones y no los principios democráticos que pretendía Wilson imponer. Wilson entró en la historia de la política exterior norteamericana como una revolución, como un visionario, respecto de su precedente Roosevelt y en la aplicación y reinterpretación de los ideales de los padres de los EE.UU. Propuso la “comunidad de poder” o “seguridad colectiva” cuando el mundo no estaba preparado para aplicarlo. Quería que el orden mundial se defendiera por el consenso moral de todos los amantes de la paz, proponiendo la Sociedad de Naciones. Sin embargo, la mezcla wilsoniana de poder y principios preparó el escenario par décadas de ambivalencia cuando la política exterior norteamericana intentó conciliar necesidades y principios. La premisa básica de la seguridad colectiva era que todas las naciones entendieran de igual forma el concepto de seguridad y la aceptación de los riesgos que supone enfrentarse a los que la amenacen. Nos recuerda Kissinger que nada de eso ocurrió entre la invasión italiana contra Abisinia en 1935 y la guerra de Bosnia de 1992. El wilsonismo acentuó la partición del pensamiento norteamericano y fue un visionario, el embrión de las ideas del nuevo orden mundial al que los analistas vuelven una y otra vez. En todo caso, es un hecho que el mundo de postguerra es un producto norteamericano en un tanto por ciento muy elevado y producto de las ideas wilsonianas.