Puedes leer la primera parte aquí.

Apenas iniciada la guerra, los aliados habían declarado el bloqueo de las potencias centrales: ningún barco podría llevarles aprovisionamientos. Así, aquéllas sufrirían la falta de materias primas para sus armamentos y de alimentos para su población. Al iniciarse el año 1915 (19 de marzo), Inglaterra declaró que consideraba contrabando de guerra todo cargamento que se pretendiera hacer llegar a las potencias centrales. Alemania declaró entonces zona de guerra los mares que rodeaban a las islas británicas. Entretanto, el gobierno americano, que encabezaba el presidente Woodrow Wilson, protestaba ante ambos beligerantes, sosteniendo el principio de la libertad de los mares, quebrantado tanto por el bloqueo como por la guerra submarina. En mayo de 1915 los alemanes torpedearon al trasatlántico inglés Lusitania, perdiendo la vida más de 1.000 personas, un centenar de las cuales eran de ciudadanía norteamericana.

A fines de 1916 nadie imaginaba que el pacifista Wilson iba arrastrar a su país a la guerra. Desde 1914 había multiplicado los esfuerzos por poner fin al conflicto y representaba el papel del profesor de moral. Y así había condenado sucesivamente todas las violaciones cometidas por los beligerantes, fustigando a los alemanes cuando habían invadido Bélgica, a los ingleses cuando habían establecido el bloqueo y violado los derechos de los países neutrales, y de nuevo a las potencias centrales con ocasión de la guerra submarina. “El torpedo que echo a pique al Lusitania ha hundido también a Alemania en la opinión mundial.” Las simpatías de Wilson iban de uno a otro campo. A comienzos de 1917, el gobierno germánico proclamó la guerra submarina sin restricciones, estableciendo zonas prohibidas para la navegación en el Atlántico y en el Mediterráneo. Wilson reclamó nuevamente el respeto del principio de la libertad de los mares, pero los submarinos alemanes siguieron hundiendo barcos, con pérdida de bienes y de vidas americanas. Estados Unidos de América rompió entonces las relaciones diplomáticas con el imperio alemán (febrero de 1917), y en abril de 1917 le declaró la guerra.

El gobierno norteamericano aprobó la ley de servicio militar que permitió movilizar más de 4.000.000 de ciudadanos. 1915 y 1917 multiplicaron los ofrecimientos concretos para “una paz sin vencedores ni vencidos” Intentaron incluso imponer su mediación a los beligerantes amenazándoles con intervenir contra aquellos que rechazaban sus planes. Todas estas tentativas fueron rechazadas tanto por los aliados como por las potencias centrales. El interés de los industriales y de los granjeros americanos era continuar entregando material y productos agrícolas a los aliados. Los ingleses habían ofrecido comprar igualmente la parte de las exportaciones destinadas a las potencias centrales. Primera Guerra Mundial significó para Estados Unidos, unas rupturas muy bien definidas. La vida política y social estuvo dominada por consideraciones económicas, y este período se contempla generalmente como un ciclo económico compuesto.

También hay que constatar que una de las causas de que EEUU entrara en el conflicto fue el Telegrama Zimmermann. El 16 de enero de 1917, el ministro alemán del Exterior, Arthur Zimmermann, envió un telegrama al embajador en México, Heinrich von Eckardt, con indicaciones precisas para convencer al presidente Venustiano Carranza, de que México entrase a la guerra del lado de los Imperios Centrales. A cambio, el telegrama prometía a México la restitución de los territorios anexionados por Estados Unidos en la guerra de 1847-1848 por el Tratado de Guadalupe-Hidalgo. Dicho telegrama también sugería que el presidente Carranza se comunicase con Tokio para llegar a un acuerdo que hiciera que el Imperio japonés se pasase al lado alemán. El telegrama fue interceptado por fuerzas de inteligencia británicas, lo que provocó la entrada de Estados Unidos en la guerra. Carranza no aceptó la oferta, puesto que México estaba inmerso en la Revolución mexicana y no se encontraba en condiciones económicas adecuadas. Además, el mandatario se encontraba preocupado por la Expedición Punitiva estadounidense. México no sólo no entró en la guerra, sino que envió a Francisco León de la Barra como alto comisionado mexicano de la Paz. Dos meses después de la declaración de guerra, llegó el primer contingente a Francia (junio de 1917), y un año después el número de soldados desembarcados en el Viejo Mundo era de 1.000.000. Al terminar la guerra había más de 2.000.000.

Estados Unidos de América prestó a los aliados, además, enormes cantidades de dinero, y les envió equipos y alimentos de toda especie. Tomaron también activa participación en la lucha contra los submarinos, haciéndose cargo de la vigilancia de grandes sectores del Atlántico, persiguiéndoles tenazmente con elementos adecuados y bombas de profundidad, y construyendo la más grande flota mercante que hasta entonces se conociera, para reemplazar los barcos hundidos por el enemigo. Esta gigantesca preparación para la guerra fue acompañada de un intenso movimiento diplomático en virtud del cual varios países de América declararon su solidaridad con Estados Unidos de América y su estado de guerra con Alemania. La intervención de Estados Unidos de América, que significó un señalado triunfo para los aliados, coincidió con el desmoronamiento del frente oriental por efectos de la revolución rusa de 1917, que retardó la terminación de la guerra.

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