La dimisión de Esperanza Aguirre, en mi personal y absolutamente subjetiva opinión, no deja de ser un “postureo”. No parece sino la intención de querer salvaguardar una imagen de honradez y respeto a los principios democráticos, algo así como un “yo soy distinta”.

La pregunta inmediata es ¿por qué no lo hizo antes? Cuando se destapó el caso Púnica, con Ignacio González a la cabeza, su mano derecha, no se olvide, ¿no se debía a los mismos principios de “in vigilando” e “in eligendo”? Por supuesto que sí. Pero, entonces, seguramente, la idea que circulaba por las altas esferas del partido, era que aquello se podía controlar. Era cuestión de distanciarse de los apestados y llamarlos sinvergüenzas, ovejas negras, lacras de la formación política, y otras lindezas. Dejar de dirigirse a ellos por su nombre para desvincularse: “ese señor”, “esa señora”, “estos individuos”… pasar de “poner la mano en el fuego por cualquiera” al “apenas teníamos contacto”, “nos veíamos poco” o “de vez en cuando nos cruzábamos por el pasillo”, lo que ya hemos escuchado tantas veces en los distintos medios de comunicación. Y luego mover los hilos de la justicia para que todo se retrasase lo suficiente como para que fuese semienterrado en el olvido. Agitar los fantasmas, que siempre tienen a mano y punto. Una especie de bendición, para ellos, que apareciese Podemos: ya había nacido una bestia negra, un enemigo al que combatir y contra el que emplearse, agitando el miedo, para que sus miserias quedasen en segundo plano: Venezuela, Irán, y, de nuevo, la ETA, para poder distraer la atención de los sufridos contribuyentes, expoliados por todos sus canallas. Y si todo esto fallaba, quedaba siempre el último recurso del indulto, y un puesto en el Senado o en algún organismo oficial, o empresa amiga, donde ocultarlo.

Pero, parece ser que, tanto la Justicia, como los estamentos policiales, han dicho ¡basta! Es probable que nunca sepamos por qué, por muchas conjeturas que hagamos. La realidad es que la trama va desvelándose poco a poco, y, como cuando uno sale de un banco de niebla, se va percibiendo todo con clara nitidez. Lo que contemplamos, al menos es lo que yo percibo, no es sino una organización cuyo único fin no es la defensa de una ideología política, y de unos principios morales que beneficien a una parte de la ciudadanía – a los que están de acuerdo con ellos, por supuesto. Lo que se ofrece ante mis ojos es algo bien distinto: es una organización cuyo único interés es el enriquecimiento de sus miembros dirigentes mediante la urdimbre de la defensa de unos principios, basados en una organización democrática. La política y las ideas que subyacen debajo son un simple medio para la obtención del fin. Y, mientras recorren ese periplo, benefician a todos aquellos que les facilitan la labor o que pueden serle útiles, dejándolos en la cuneta cuando suponen un peligro para la organización.

Todo esto, ¿a qué les recuerda?

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