Hace unos días Rajoy respondía a los que estaban “hasta los cojones»: “Imagínese hasta dónde estoy yo”. La corrupción en España bate récords. Desde el comienzo de la legislatura en el año 2011 las “manzanas podridas” se han triplicado y las detenciones se han multiplicado por seis. Pero el ejecutivo del gallego no se siente tan orgulloso con estos datos dado que una gran parte de los escándalos se hallan en el seno de su propio partido. Gurtel, Púnica, el caso Bárcenas, las tarjetas opacas, la Taula de Valencia o el caso Nóos son solo algunas de ellas.

Hastío y desconfianza es lo que sienten los ciudadanos pero no son los únicos. Los políticos también. Los honrados, claro. El problema es que uno duda de la honradez de Mariano Rajoy cuando recuerda mensajes tan mediáticos como el “Sé fuerte, Luis” dirigido al extesorero del Partido Popular que durmió en prisión durante un año y siete meses.

Pero tal y como reza la justicia y, más concretamente, el principio de presunción de inocencia: “cualquier persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario” y lo cierto es que no ha habido prueba fehaciente capaz de verificar la implicación del actual presidente en funciones en un escándalo de corrupción.

De lo que sí hemos sido testigos es de la evolución de las canas en el rostro del que algunos dicen es un excelente parlamentario. Desde el gobierno de José María Aznar donde el compostelano comenzó a tener protagonismo como ministro de administraciones públicas, de educación y cultura y, finalmente, como ministro del interior; Mariano Rajoy ha vivido grandes momentos en política . Como presidente del gobierno ha capeado el temporal. Se ha enfrentado a la crisis económica y la ha atajado con recortes, ha visto las primeras señales de la esperada recuperación y se ha enfrentado a la dama de Europa: Angela Merkel, sometiéndose a sus deseos. La sensación general es que Rajoy ha dado más como presidente de la oposición que como jefe del ejecutivo. El miedo escénico ha podido paralizar al gallego en numerosas ocasiones pero uno no salva a un país de la quiebra todos los días.

El legado de Mariano Rajoy, sin duda, no son sus ministros ni siquiera la propia Soraya Sáenz de Santamaría que parece llamada a sustituir al actual presidente; el legado es lo que deja a España y a los ciudadanos y eso solo se encuentra en los datos.

Los gobiernos de derechas siempre se han caracterizado por su buen hacer en política económica. Quizá fue el miedo a la crisis que se había esforzado por ocultar José Luis Rodríguez Zapatero lo que llevó a Mariano Rajoy y a los populares a ganar las elecciones. Sobre la memoria de los electores probablemente apareciera la figura de Rodrigo Rato, aclamado por los miembros de su propio partido por su gestión como ministro de economía durante el ejecutivo de José Maria Aznar y al que hoy inundan los supuestos delitos de fraude, alzamiento de bienes y blanqueo de capitales.

Lo cierto es que cuando Mariano Rajoy llegó a la Moncloa en el año 2011 la situación económica era más complicada que la peor que el político hubiera podido imaginar. Pero lo más duro estaba por llegar. El 20 de noviembre de 2011, día de elecciones, España amanecía con un 22,7% de paro pero su pico más alto llegaría en febrero de 2013 con un 26,3% de población desempleada. La crisis económica había azotado a España que se hundía mientras el FMI, el BCE o la Comisión Europea observaban inquietos, sin saber que hacer.

“Paciencia”. Eso era lo que pedía el ministro elegido para llevar la cartera que más peso ha tenido durante esta legislatura. Luis de Guindos, ahora en funciones, puede respirar más tranquilo desde lo que España comenzó a crecer de nuevo. No lo hace a pasos agigantados pero asegura que el país podría recuperar el PIB anterior a la crisis antes del final de 2016. Todo parece indicar eso ya que el FMI estima un crecimiento para el país de un 2,7%. Cuando le entrevistaron para PAPEL el ministro explicó que los primeros meses fueron tranquilos. Luego, el ministerio se convertiría en una tortura. La prima de riesgo, la deuda pública… se trasformaron en sus indispensables diarios.

Pero no todo iba a ser de crecimiento, según algunas estimaciones en febrero de este año la deuda pública podría alcanzar casi el 100% del PIB. En cualquier caso, el panorama que rodea a la actual España podría calificarse de desolador. En términos de deuda pública la legislatura de Mariano Rajoy ha sido la peor de la democracia por detrás de la de José Luis Rodríguez Zapatero. Durante los últimos cuatro años la deuda ha subido en 326.000 millones de euros. Casi nada.

La economía no es lo único que se ha tambaleado durante estos cuatro años, también lo han hecho la inmigración y otros asuntos como la comunicación o la política donde muchos reclaman un cambio de orden. La Constitución Española de 1978 se ha visto amenazada, han sido muchos los que han criticado el periodo de la Transición y otros tantos, los que lo han alabado. Se ha puesto en duda todo. Hasta la monarquía. La abdicación de Don Juan Carlos acabó con un periodo de escándalos. La gente salió a las calles y se crearon grandes e importantes movimientos ciudadanos como el 15M.

Lo cierto es que aunque todo el mundo querría dar carpetazo a este periodo al que nadie se atreve a decir adiós porque la legislatura de Mariano Rajoy parece no tener fin, al menos, por el momento. Hasta que se produzca cualquiera de las investiduras que luchan por la Moncloa. Eso sí, el legado que deja el gallego continuará estando presente desde el primer momento que el futuro presidente se siente a la mesa.

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