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HISTORIA (1840-1911)
Segunda Guerra del Opio
La segunda Guerra del Opio (1856-60) es el paradigma de la arrogancia, el cinismo y la maldad de los extranjeros en China, y de su actitud imperialista contra aquel país durante el siglo XIX y la primera mitad del XX. En 1856, Gran Bretaña quería renegociar el Tratado de Nankín para mejorar sus prerrogativas, entre ellas la legalización del comercio del opio, pero se encontró ante la firme negativa de las autoridades Qing. Se imponía, pues, la necesidad de encontrar una excusa para provocar una nueva guerra de agresión.
Los británicos encontrarían tal excusa ese mismo año, con el incidente del buque Arrow. Este se encontraba anclado en Cantón, cuando fue asaltado por las tropas imperiales y su tripulación china detenida bajo la acusación de contrabando. Los británicos pusieron el grito en el cielo porque aseguraban que era un barco con pabellón británico. Lo cierto es que el barco hacía meses que ya no lo era porque había vencido la fecha en la que el arrendatario debía renovar el pabellón. De hecho hubo testigos que confirmaron que el buque ni siquiera tenía izada la Union Jack o ninguna otra bandera británica. Aun así, los británicos lo tomaron como una afrenta y bombardearon Cantón desde el mar a guisa de represalia. Había dado comienzo la segunda Guerra del Opio, también conocida como segunda Guerra anglo-china, Expedición anglo-francesa a China o incluso Guerra del Arrow.
Francia se unió a los británicos con otra excusa: la muerte de un misionero francés en Guangxi, ejecutado por las autoridades locales por predicar la religión cristiana en una provincia donde no tenía permiso (sólo se podía evangelizar en Cantón).
A comienzos de 1858, británicos y franceses extendieron la guerra a Tianjin, antesala de la capital. Para ello contaron con la inestimable ayuda de rusos y estadounidenses, quienes anclaron sus buques de guerra en el puerto para molestar a los defensores chinos, quienes tuvieron que hacer malabarismos para no tocar con sus proyectiles a buques de países contra los que China no estaba en guerra. Así, británicos y franceses atacaron casi sin resistencia la batería portuaria de Takú (大沽, dagu) en Tianjin e invadieron la ciudad. Entonces el gobierno Qing solicitó el armisticio, y a raíz de este, en junio de 1858, se firmó el Tratado de Tianjin, por el que se concedía a todos los países extranjeros el derecho a abrir embajadas en Pekín, la apertura de otros 10 puertos más al comercio exterior (incluyendo Nankín) y el derecho a la libre navegación por el río Yangtsé tanto de buques de guerra como de carga. Además, se permitía a los extranjeros la libre circulación por todo el territorio chino para comerciar, evangelizar, viajar, etc. Por supuesto, también se obligó a China a pagar gravosas reparaciones de guerra.
Así se terminó la guerra, en principio. Pero en 1859, la coalición anglo-francesa provocó otro estallido. A fines de ese año, cuando los embajadores de Francia y Gran Bretaña arribaron por barco al puerto de Tianjin con el objetivo de ir a la capital a intercambiar los originales del tratado, exigieron que su flotilla de escolta pudiera navegar por el río hasta la ciudad para acompañarlos. Las autoridades manchúes aceptaron, pero cuando llegaron a Tianjin los buques empezaron a bombardear la ciudad. Los chinos respondieron en defensa propia e infligieron un severo correctivo a los buques extranjeros. Estos se retiraron a Shanghái derrotados. No obstante, los embajadores británico y francés engañaron a sus respectivos gobiernos haciéndoles creer que fueron los chinos quienes dispararon primero, y obtuvieron el permiso para reanudar la guerra.
Ese mismo año, ambos países volvieron a atacar Tianjin con una flota de 200 buques que acabó con las defensas de la ciudad. Luego, por tierra, llegaron hasta Pekín, donde saquearon y quemaron el antiguo Palacio de verano para intimidar a la corte y al emperador Xianfeng (咸丰). De hecho, este ya había huido de la capital por la puerta de atrás. Los agresores exigieron la firma del Tratado de Pekín, por el que se abría Tianjin al comercio exterior y, algo muy importante, se concedía a Gran Bretaña la península de Kowloon, centro neurálgico de la actual Hongkong. No obstante, la firma del tratado supuso un cambio en las relaciones entre la dinastía Qing y los occidentales. A partir de entonces, estos se comprometieron a ayudar al Imperio del Centro a acabar con la poderosa rebelión Taiping, puesto que para ellos era mucho mejor tratar con un gobierno corrupto, débil y vencido que no con unos campesinos revolucionarios, aunque fuesen de confesión cristiana.
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