«Lo hemos conseguido. Hemos convertido el mundo en un estercolero. No ha sido difícil. El ser humano, casi desde sus inicios, ha sido el mayor depredador del globo. Incluso el máximo depredador de sí mismo. Recordemos que inventamos la esclavitud, la guerra, la tortura, el holocausto, el genocidio, el exterminio, y desarrollamos algunos instrumentos más sofisticados, como la calumnia, la mentira, la ignominia, la manipulación, y otras tantas que nos hacen figurar en lo alto de la pirámide de los seres vivos que pueblan el planeta. A todo eso lo llamamos inteligencia.

Esa brillante inteligencia consideró, hace tiempo, que en el suelo que habitábamos se encontraba algo muy valioso. Lo llamaron oro. El oro no dejaba de ser una piedra como las demás, sólo que de color amarillo, sin embargo decidieron que sus características la convertían en algo de sumo valor. Pudieron haber decidido que lo más valioso era la salud, la amistad, el amor, la igualdad, la fraternidad, la lealtad, o cualquier otra característica que el propio ser humano poseía de una forma intrínseca, pero, no fue así, y decidieron poner el valor en esa piedra. Pero esa capacidad humana llamada inteligencia, ingenió una nueva versión del oro, más sencilla de manejar, y menos costosa de obtener, de modo que inventó el dinero, que, aunque, en un principio, respaldaba el valor del oro, más adelante lo sustituiría, sin más.

Y así fue como el ser humano comenzó a cambiar sus propios valores por ese nuevo invento llamado dinero, poniendo en juego la salud, la amistad, la fraternidad, la lealtad y, en ocasiones, hasta la vida. Y también así fue como por ese nuevo valor el ser humano comenzó a calumniar,  ignominiar, vilipendiar, acusar, esclavizar, someter, matar, apresar, encarcelar, humillar… a otros seres humanos. Y así, en nuestros días, continuamos, haciendo de este mundo un lugar más inhóspito para los seres humanos y más fácil y amable para su invento, el dinero. El dinero circula sin barreras en todas direcciones, no sufre bombardeos, no se le hiere, no se le encarcela, sino que se guarda con mimo y cuidado, no sufre, no pasa hambre, ni sed, ni sueño, ni enfermedades.

De este modo, el ser humano, en esa inmensa montaña de inmundicias y desperdicios en la que ha convertido su mundo, morirá enterrado por el gran invento de su deslumbrante inteligencia: el dinero.

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