Puedes leer la primera parte aquí.

Durante el verano de 1995, unos días después de la visita del presidente francés Jacques Chirac, Ahmed fue secuestrado y conducido al sótano de una mansión en Souissi (barrio residencial de Rabat), como en los tiempos de Mohamed Oufkir y Ahmed Dlimi.[1] Obviamente, los hábitos habían cambiado con el paso del tiempo y, en esa ocasión, Ahmed no fue torturado físicamente, sino sólo psicológicamente. Durante 36 horas fue interrogado casi exclusivamente sobre el proyecto de redacción del libro y sobre nuestra relación. A los ojos de sus secuestradores, yo no era más que un penoso periodista occidental interesado en obtener beneficio a costa del reino alauita.

Ahmed no tuvo otra elección que negar la existencia de un libro que, por otra parte, no existía más que en forma embrionaria. Fue amenazado de lo peor si persistía en continuar por ese camino. Después lo dejaron en libertad, totalmente traumatizado. El acoso seguía sin cesar, en forma de llamadas telefónicas en las que lo amenazaban de muerte, intimidaciones en plena calle, vigilancia constante, etc.

Mi amigo estaba terriblemente angustiado y eso me resultaba insoportable. Entonces me puse en contacto con un viejo amigo, Jean-Paul Kauffman, quien ya había conocido a Ahmed en Marruecos. Sus respectivas experiencias de encarcelamiento los llevaron a simpatizar mutuamente. La reacción de Kauffman no se hizo esperar, y tras ponerse en contacto con Jacques Chirac, éste le envió la siguiente respuesta:

“ […] La situación del señor Ahmed Marzouki es seguida con atención por el ministerio de Asuntos Exteriores y por nuestra embajada en Rabat. Ya ha sido expedido un pasaporte para el interesado a nombre de M. Marzouki.

Los obstáculos para su visita a Francia han sido comentados recientemente con el señor Mohamed Mikou, presidente de la Corte Suprema de Marruecos y del Consejo Consultivo de los Derechos del Hombre, organismo oficial de defensa de los derechos humanos en Marruecos, con ocasión de su reciente desplazamiento a París.

Lo mantendré al tanto del resultado de los trabajos efectuados en colaboración con las autoridades marroquíes […].”

Prácticamente al instante, Ahmed dejó de ser molestado. Algo más tarde, tuve la ocasión de expresar mi disgusto por la actitud de la policía con Ahmed Marzouki frente al por entonces ministro de los Derechos del Hombre, Mohamed Ziane. En el transcurso de una conversación sincera ¾debe hacérsele justicia en este punto, aunque por lo demás haya demostrado una total falta de delicadeza¾ me confesó que, por desgracia, los servicios de seguridad adscritos al ministerio del Interior eran incapaces de comprender lo estúpida que era su forma de actuar y cómo ésta perjudicaba a Marruecos.

Después de terminar el libro con total tranquilidad, decidimos esperar a que la situación fuese más propicia para publicarlo. Dicha situación tomó un nuevo rumbo con la ascensión al trono de Mohamed VI y la destitución de Driss Basri,[2] superior de Abdelaziz Allabouche, ex responsable de la Dirección de Seguridad Territorial (DST), y de los agentes de la misma, quienes no cesaron de atormentar la vida de Ahmed desde el día que salió de Tazmamart. La publicación por capítulos del libro de Mohamed Raïs en el periódico al Ittihad al-Ichtiraki, perteneciente a la USPF,[3] que se redactó en la misma época que el de Ahmed, evidenció los cambios positivos producidos en el reino de Marruecos.

Desde entonces, Tazmamart se ha puesto de moda. Un gran escritor marroquí despertó de su letargo y obtuvo la trama de su última obra después de haber “exprimido” a uno de los supervivientes. Desde el año 2000, por lo menos seis periodistas marroquíes se han puesto en contacto con Ahmed para escribir un libro. Tantas prisas le resultaban graciosas: “¿Dónde estabais cuando salimos de prisión?”, se limitó a responderles.

Cada uno tiene su visión particular de esta trágica historia. Los primeros testimonios de Ahmed Marzouki y Mohamed Raïs fueron escritos en francés porque debido a la situación de sus autores en el momento de ser redactados, estos sólo podían publicarse fuera de Marruecos.

Como se verá a lo largo del libro, Ahmed tiene un gran sentido de la solidaridad y la colectividad, y por eso no ha querido olvidar a aquellas personas que, a su manera, han contribuido a dar a conocer la horrible verdad a la opinión pública internacional, como es el caso de sus amigos de la AMDH y la OMDH; de Cristine Daure-Serfaty o Gilles Perrault, periodistas de Radio France Internacional (RFI) y de la admirable señora Touil, de origen estadounidense.

Ahmed también ha sabido explicar lo que ha sido su existencia tras su liberación. Semanas después de haberse reencontrado con su familia, Ahmed comentaba lo siguiente: “La intuición y la experiencia me inducían a pensar que todavía iba a sufrir. Una voz interior me susurraba insistentemente que el majzén[4] nunca nos perdonaría haber salido con vida de Tazmamart.” Por desgracia, los hechos le dieron la razón durante mucho tiempo. La etapa posterior a Tazmamart ocupa una parte nada despreciable del libro. Y con toda razón: los sufrimientos, a distintos niveles, padecidos por Ahmed y sus compañeros, ponen en evidencia las corrientes de un sistema de poder, del cual uno desearía estar seguro que desapareció con la salida de escena de Driss Basri.

Nueve años después de su salida de Tazmamart, y de igual manera que la mayoría de sus camaradas, Ahmed aún se encuentra sin trabajo fijo, sin poder salir de Marruecos (si bien es posible que haya un cambio en este sentido), y continúa siendo visto como un sospechoso por la mayoría de sus paisanos. Una situación muy incómoda y angustiosa.

Sin embargo, un primer paso hacia el cambio se produjo en octubre del año 2000. El gobierno pagó indemnizaciones y autorizó la celebración de una ceremonia frente a la puerta de la prisión de Tazmamart, lugar que hoy mantiene sus 58 celdas vacías y donde, enterrados en el patio, yacen los restos de quienes allí murieron. Tanto el soberano del reino y su entorno, como el actual gobierno de Marruecos, no desean que todo se termine con ese gesto. Ojalá consigan franquear los últimos obstáculos con el fin de que, definitivamente, se pueda pasar una de las páginas más oscuras de la historia del reino de Marruecos.

[1] Respectivamente, ministro del Interior marroquí y director de la Seguridad Nacional durante los años sesenta. Fueron acusados del secuestro y desaparición, el 29 de octubre de 1965, en París, de Mehdi ben Berka, principal líder de la oposición marroquí en el exilio.

[2] Ministro del Interior de 1979 a 1999.

[3] Unión Socialista de las Fuerzas Populares (la oposición marroquí).

[4] La oligarquía formada por militares y empresarios, conocida en Marruecos como el “poder tras el trono”.

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