Emprendemos la publicación de la tercera y última traducción comprometida con la libertad. Efectivamente, tras la publicación, en este mismo medio, de las traducciones del prólogo de «Tazmamart: celda número 10» (Paris Mediterranée, 2000) y del capítulo introductorio de «La guerra sucia» (La Découverte, 2001) hoy publicamos la traducción del célebre discurso del general de Gaulle pronunciado el 18 de junio de 1940 desde la capital del Reino Unido, en que el héroe galo realiza un llamamiento al pueblo francés para que no se someta a la voluntad del invasor alemán.

Traduje los tres textos 12 años atrás, en mi primer curso de la licenciatura de Traducción e Interpretación. Me sentí motivado para hacerlo tras los odiosos atentados del 11-M en Madrid. Cada uno de los textos refleja los distintos estados de ánimo por los que atravesé durante los días posteriores al atentado terrorista: repulsa y búsqueda de un líder (de Gaulle); discernimiento del estado de guerra en el que el terrorismo islamista nos había sumido, al tiempo que reconocía que el ojo por ojo no es, ni puede ser, la solución («La guerra sucia»); rechazo de la utilización de métodos antidemocráticos u opuestos a nuestros valores cristianos para responder a la violencia islamista («Tazmamart: celda número 10»).

Como podrán apreciar los lectores, el orden de publicación de las traducciones es el contrario al orden de los sentimientos que me embargaron por aquel entonces. No obstante, lo importante es que ese proceso se ha vuelto a repetir en los últimos meses a causa de los atentados yihadistas cometidos en suelo francés, por dos veces el año pasado, y en el corazón de la Unión Europea hace poco más de una semana atrás, razón por la cual me decidí a publicar estos textos en Roostergnn. Sí, necesitamos un líder o referente. Sí, debemos defendernos con determinación. Sí, es necesario hacer pagar a los culpables. Pero no a cualquier precio. No al precio del sacrificio de nuestros propios valores.

Discurso del general de Gaulle, 18 de junio de 1940

Tras haber solicitado el armisticio, el gobierno francés ya ha sido puesto en conocimiento de las condiciones dictadas por el enemigo. De ellas se desprende que los ejércitos franceses de Tierra, Mar y Aire serían completamente desmovilizados, que nuestras armas serían entregadas al enemigo, que el territorio francés sería ocupado en su totalidad y que el Gobierno caería bajo la dependencia de Alemania e Italia. Huelga decir que dicho armisticio no solo sería una capitulación, sino también una sumisión. Sin embargo, muchos franceses no acceptan ni la capitulación ni el servilismo por motivos tales como el honor, el sentido común y el interés supremo de la Patria.

Apelo al honor, porque Francia solo está comprometida a rendir las armas si así lo acuerda con sus aliados. Pero mientras ellos continúen la guerra, nuestro gobierno no tiene ningún derecho a rendirse al enemigo. Así han entendido su deber los gobiernos de Polonia, Noruega, los Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo, aunque hayan sido expulsados de sus propios países.

Apelo al sentido común, pues es absurdo dar la lucha por perdida. Es cierto que hemos sufrido una gran derrota: un sistema militar defectuoso, los errores cometidos en la dirección de las operaciones y la actitud de renuncia del gobierno durante los últimos combates nos han llevado a la derrota en territorio francés. No obstante, aún poseemos un gran imperio, una flota intacta, gran cantidad de oro y aliados que disponen de recursos inmensos y el dominio sobre los mares. Además contamos con las enormes posibilidades de la industria norteamericana. Las mismas condiciones de guerra que nos han infligido la derrota con 5.000 aviones y 6.000 tanques, mañana pueden darnos la victoria con 20.000 tanques y otros tantos aviones.

Apelo al interés supremo de la Patria, porque esta guerra no es un conflicto franco-alemán que se decida en una sola batalla, sino que es una guerra mundial. Nadie puede prever si las naciones que hoy son neutrales lo serán en el futuro, ni si los aliados de Alemania lo serán por siempre. Si las piezas del tablero cambiaran, ¿cuál sería el destino de una Francia entregada al enemigo si, finalmente, las fuerzas de la libertad triunfaran sobre las de la sumisión?

El honor, el sentido común y el interés supremo de la Patria exigen a todos los franceses libres la continuación de la lucha allí donde estén y como les sea posible.

Por tanto es necesario que agrupemos un ejército francés lo más grande posible, allí donde se pueda. Todo cuanto Francia pueda reunir en términos de elementos militares franceses y de capacidad de producción de armamentos debe organizarse allí donde se encuentre.

Yo, el general De Gaulle, asumo desde Inglaterra esta tarea nacional. Asimismo, invito a unirse a mi causa a todos los militares franceses de los ejércitos de Tierra, Mar y Aire, junto con los ingenieros y obreros franceses expertos en armamento que se encuentren en territorio británico o que pudieran llegar hasta él.

Invito a los oficiales, soldados, marinos y pilotos de los tres ejércitos a contactar conmigo allí donde se encuentren. Finalmente, invito a todos los franceses que quieran seguir siendo libres a escucharme y a secundarme.

¡Viva la Francia libre, por el honor y la independencia!

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