Continuando con nuestro estudio sobre lo ocurrido, cuando Aguinaldo salió del consulado, publico una ardiente proclama, en la que anunciaba a su pueblo que los norteamericanos se unirían a la causa independentista filipina. Esta noticia corrió como la pólvora en el Archipiélago y en pocas horas el pacto de Biac-na-bató quedó en el olvido. El día 24 de abril , el comodoro Dewey recibió la orden de zarpar de Hong-Kong rumbo a la bahía de Manila. Aguinaldo no llegó a tiempo para alcanzar a Dewey, pero este embarcó a dos cabecillas tagalos para que establecieran contacto con los insurrectos tan pronto como la escuadra llegara a las costas del Archipiélago. El conflicto era ya inminente. Tras algunas discusiones y presiones el presidente William Mckinley acabó cediendo y autorizó a Long para que ordenara a Dewey su marcha a Filipinas. El secretario de Marina telegrafió a Dewey: “La Guerra ha comenzado entre EEUU y España. Zarpe inmediatamente hacia Filipinas. Comience de inmediato operaciones, especialmente contra la flota española. Deberá capturar o destruir buques. use todos los medios a su alcance”. Puede afirmarse que al día siguiente, 25 de abril, Mckinley no sólo inició la guerra que había aprobado el Congreso para liberar la oprimida Cuba, que gran ironía, por su parte, sino también otra guerra que llegaría a tener resultados muy diferentes y que pondría en movimiento toda una cadena de consecuencias insospechables. Pero, asimismo, era la guerra de Roosevelt, el subsecretario de Marina que ponía telegramas a espaldas de su jefe; la del cónsul Pratt, que fomentaba la insurrección filipina desde Singapur por su cuenta; y la del comodoro Dewey, quien al salir al combate se llevaba a dos cabecillas de los insurrectos. Al ser la guerra un hecho, la escuadra de Dewey abandona Hong-Kong para salvaguardar la neutralidad británica, y se retira a la bahía de Mius, situada en los llamados Nuevos Territorios, arrendados a Gran Bretaña, pero de soberanía china; al zarpar, Dewey ordenó arrojar por la borda todo aquello que fuera inflamable, desde el piano del Olympia hasta los recuerdos orientales que habían adquirido sus hombres. Por último conviene destacar que la labor más fructífera de Dewey estuvo en el intensivo y excelente
entrenamiento que dio a sus dotaciones de los buques de su escuadra. Durante tres meses, las prácticas de tiro fueron constantes y no se ahorraron municiones, al saber que Roosevelt enviaría más. Por esta razón, Dewey llegaría a declarar años más tarde que la batalla de Cavite se había ganado frente a la bahía de Hong-Kong donde sus navíos salían a diario a efectuar maniobras y prácticas de tiro.
Tras la voladura del Maine, la noche del 15 de febrero, las relaciones hispano-norteamericanas habían alcanzado su máxima tensión en el mes de abril. El día 27, el capitán general Agustín recibió en Manila la declaración de guerra por parte de EEUU. Y lanzó una proclama explicando la gravedad de la situación infundiendo ánimos a sus hombres: “Una escuadra tripulada por gentes advenedizas, sin instrucción ni disciplina, se dispone a venir a este archipiélago con el descabellado propósito de arrebataros a vosotros, la gloriosa infantería española que tanta sangre habéis derramado en vuestra insigne historia de vida honor y libertad. Vuestra indomable bravura de la noble soldadesca hispana basta para impedir que osen intentar siquiera tal osadía. Si hay que morir, moriremos con honor y valentía. Nuestra gloriosa bandera jamás será manchada con el deshonor de la derrota. Soldados y marineros, ¡¡Viva España!!.”(2)
Por otra parte, durante los tres meses en que Dewey preparó su escuadra frente a la bahía de Hong-kong, se aprendió de memoria las características de cada uno de sus buques que España tenía en el archipiélago filipino. Tan sólo desconocía lo que haría el almirante español Mauricio Montojo y Pasarón, aunque también dedico buena parte de su tiempo a hacer conjeturas y cálculos al respecto. Sabía que la Escuadra del almirante Montojo no saldría a su encuentro al ser muy inferior; como también que ésta podría huir entre las miles de islas del Archipiélago y que le resultaría muy difícil perseguirla sin puntos de carboneo, pero, seguramente, no lo haría, porque representaría dejar indefensa la capital. Por parte española, el mando militar del Ejército y los jefes de la Armada tenían muy serías dudas sobre las posibilidades de la defensa de la bahía de Manila, de la ensenada de Cavite y de las propias fortificaciones de la capital filipina. Al principio se pensó convertir el arsenal de Subig en núcleo de la resistencia. Allí estaba en preparación un refugio naval cuyo dique había sido encargado a Inglaterra sin que, curiosamente, se utilizase la entrada del puerto. El 25 de abril, a las 11:30 h. de la noche, la Escuadra de Montojo, formada por los cruceros Reina Cristina, Don Juan de Austria, Isla de cuba, Isla de Luzón, habían zarpado del puerto de Manila con destino a Subig. Montojo telegrafió a Segismundo Bermejo, ministro de Marina: “Salgo a tomar posiciones en espera del enemigo”.
Según Montojo, Subig parecía tener mejores condiciones que Cavite, al ofrecer libertad de movimientos a su Escuadra y por su proximidad a Manila, pudiendo trasladarla allí en breve plazo. Sin embargo, las cuatro piezas modernas de gran calibre con el que pensaba artillar el arsenal no habían sido instaladas por un conflicto de jurisdicciones (si era el Ejército o la Armada quien debía hacerlo). Por ello, Montojo, al hallar dichos cañones desmontados en el suelo y comprobar que tan sólo había un cañón de 15 cm con el que apoyar a su escuadra desde tierra, decidió regresar a Manila el día 27 sin esperar órdenes.(3) (Testimonio del capitán de navío Víctor Concas, defensor jurídico del almirante Montojo en el juicio del Consejo de Guerra al que fue sometido en septiembre de 1899, por presunta responsabilidad en el desastre de Cavite.)
“El capitán general se quejará al Gobierno de la autonomía de Montojo: La Escuadra enemiga está para entrar en Subig, abandonada por nuestra Escuadra, sin consultarme ni darme aviso, su almirante…aténgase a las circunstancias de lo que pueda ocurrir”.
El almirante Montojo quiso entonces situar a su escuadra frente a la capital para reforzar la escasa potencia de fuego de sus buques con las baterías de la plaza. No pudo hacerlo, pues el capitán general lo prohibió, al temer que la escuadra norteamericana no sólo respondiese al fuego de sus baterías costeras y bombardease también la ciudad. Por lo tanto, Montojo tuvo que formar su Escuadra frente al arsenal de Cavite, cuya artillería era mucho más débil. El día 29, el comodoro Dewey envió al crucero Boston y el cañonero Concord a reconocer la desierta bahía de Subig. Minetras tanto, por la noche, la escuadra española se hallaba en callacao con intenciones de dirigirse a Cavite. En la boca de entrada de Manila se montó una batería con las dos últimos cañones del Crucero Antonio de Ulloa, los del Velasco, los del general Lezo, y los de otros viejos buques que no habían podido combatir. En cuanto al arsenal de Cavite, como núcleo de resistencia, muchas opiniones entre el mando militar y los jefes de la Armada coincidían con los del capitán de navío Víctor Concas, quien en 1882 escribió: “Bajó el punto de vista militar, Cavite es un absurdo, pues se halla situado en el fondo de una bahía, con entradas, que una de ellas tiene 9.700 metros de ancho y hasta 72 metros de fondo y no son defendibles prácticamente ni con artillería, ni con torpedos, y que, por consiguiente, una vez bloqueadas, convierte el puerto de refugio en una horrible ratonera… En Cavite nos espera un auténtico desastre a la primera ocasión”(4)