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Por otra parte, en el puerto de Cavite había una batería montada y otra provisional que suponían tres cañones más entre ambos, a los que se sumaban dos más del crucero Antonio de Ulloa y otros dos del Castilla. El día 30, la escuadra norteamericana llegó a la

altura de cabo Bolinao, en Filipinas. Por la tarde, se dio la orden a los comandantes, y en la cámara del Castilla, el almirante Montojo pidió a los oficiales una resistencia extrema, y al cabo de la reunión se decidió echar a pique los buques antes de que cayeran en manos del enemigo. Apenas corría la brisa y el calor era sofocante. A las 21:45h. de la noche, la escuadra de Dewey puso rumbo a la entrada de la bahía de Manila, sin que fuera alcanzado por el fuego de las baterías de la Restiga y del Fraile. La línea de torpedos no pudo emplearse por haber sido saboteada por los insurrectos filipinos. Por si fueran pocas las contrariedades para los españoles, no había llegado aún el material prometido por el gobierno para minar la bahía, y aunque Montojo había ordenado preparar algunos torpedos, resultaron inservibles por falta de materiales. Sólo podía esperarse un milagro, pero no sólo se produjo. El 1 de mayo de 1898, a las 04:45h. de la mañana, Juan de la Concha, fue el primero en divisar la escuadra norteamericana. Se repartió café a las tripulaciones y luego el almirante Montojo ordenó toque de atención y arengó a sus hombres: “ ¡¡ Soldados y marineros !! los Estados Unidos de Norteamérica nos obligan a una guerra inicua cuando no debíamos esperarla. Su principal objetivo es arrebatarnos la rica isla que hace 400 años poseemos, con el derecho que nos da el descubrimiento del Nuevo Mundo y su conquista. Pero la ambición del demonio americano no satisfecha con Cuba, viene a atacarnos también a este archipiélago con una escuadra muy superior a la nuestra. El enemigo esta a la vista y confío en que todos mostrareis en el combate que sois dignos compañeros de nuestros antepasados en la historia patria. ¡¡Soldados y Marineros!! ¡¡Viva España!!.

 A las 05:00h. de la mañana se da la señal de zafarrancho de combate. Valentín Varela, primer teniente y comandante de la batería de Punta Sangley, abre fuego contra el enemigo. A las 05:15h. el cañoneo se hace muy intenso. En pocos minutos –escribía luego uno de los oficiales del Reina Cristiana– el fuego del enemigo se hizo rapidísimo, viéndonos rodeados de un sin número de proyectiles. Juan José Toral recuerda aquella mañana vivida en Manila: “Un cañoneo importante, graneado, despertó esta mañana a todos los vecinos … las gentes van deprisa, los carruajes, al galope, mujeres y chiquillos cargados con maletines abandonaron despavoridos la ciudad…Llegué en pocos minutos al malecón y vi las murallas llenas de gentes que presenciaban el desigual combate de las escuadras… Serían las ocho aproximadamente cuando cesó el fuego… ¡Pobres mártires, víctimas de cincuenta años de desaciertos e inmoralidades! Siete horas después –con un intervalo de tres horas– terminaba la desigual batalla al enmudecer el último cañón útil del buque Antonio de Ulloa , que se hundió con su bandera, y la última pieza intacta quedaba en Punta 

Sangley, manejada por el heroico teniente Valentín Varela.” Hacia las 12:30h. el comandante general del Arsenal, Enrique Sostosa izó bandera blanca, dando por finalizada la batalla. La destrucción de la Escuadra española era completa. Aquellos viejos y débiles buques contaron, sin embargo, con tripulaciones que combatieron de forma ejemplar contra un enemigo muy superior, pero sus cañones carecieron del alcance y el calibre para igualar la contienda. La mejor prueba de lo sucedido en Cavite es la lista de bajas. Los norteamericanos padecieron ocho heridos (ninguno de gravedad) y un muerto por congestión cerebral. En cuanto a las bajas españolas, en el parte oficial que Montojo envió al Ministro de Marina se habla de cuatrocientos bajas entre heridos y muerto; esto es un 40%  de los combatientes. La realidad no fue muy diferente: 281 heridos y 167 muertos en combate. Entre los fallecidos estuvo el capitán de navío Luis Cardoso, comandante del Reina Cristina y capitán de banderas de la Escuadra, quien murió heroicamente salvando a sus heridos. El cable oficial de Montojo  termino así: “Ha sido un desastre que lamento profundamente, que presentí y anuncié siempre, por la falta absoluta de fuerzas y recursos.”El ministro Segismundo Bermejo, le contestó: “ Honor y gloria a los que se han batido heroicamente por la patria” Por último sólo cabría añadir que los artilleros norteamericanos lograron hacer 170 impactos en los buques españoles, mientras que los artilleros de la Escuadra española tan sólo pudieron obtener 15 impactos. (5)

Durante años la batalla naval de Cavite ha suscitado una gran polémica entre los historiadores navales norteamericanos y españoles. Los primeros han mantenido que su escuadra salió indemne por la inexperiencia y la pésima puntería de los artilleros españoles. Los segundos han sostenido que esto se debió a que la escuadra de Dewey se situó fuera del alcance de los cañones la escuadra de Montojo, de ahí que la batalla no fuera más que un agradable e instructivo ejercicio de tiro al blanco. No obstante, lo cierto es que no fue totalmente así, ya que algunos disparos –aunque pocos– alcanzaron los buques estadounidenses, pero es más que evidente que, con puntería y experiencia o sin ambas, la escuadra de Montojo tenía perdida la batalla de antemano. Pablo de Azcárate, en su obra “La guerra del 98” (Madrid, 1968), ofrece el relato de uno de los ayudantes del Comodoro Dewey, J. L. Stickney, quien abordo del Olympia reconoció: “ Durante más de dos horas, habíamos combatido a un enemigo determinado y valiente, sin haber conseguido disminuir el volumen de su fuego. Si en un momento se llegó a pensar en España que las defensas del Archipiélago estaban aseguradas, la cruda realidad destrozó esta quimera; de ahí que la guerra en Asia tendría que hacerse bajo las mismas condiciones que operaban en las Antillas. Dewey fue glorificado en los EEUU hasta el punto de ser llamado el Nelson del Extremo Oriente.” Su popularidad fue tal que se fabricaron helados, muñecos, bufandas y sombreros Dewey.  En realidad, su labor en el combate fue fácil debido a la superioridad de su escuadra en todos los aspectos. Sin embargo, sería injusto no reconocer su notable decisión y muy especialmente su serenidad y entereza al hallarse sólo y aislado, teniendo que mantenerse firme en todo momento ante la presencia de una creciente escuadra alemana que pretendía aprovecharse de la situación para adueñarse de las Filipinas.(6)

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