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La escuadra de Dewey penetro por la boca grande –el paso situado al sur de la isla de Corregidor– en plena noche del 30 de abril al 1 de mayo, sin luces, a una velocidad de seis nudos y en línea. Abría la marcha el Olympia, seguido del Baltimore, el Petrel, el Raleigh y el Concord. Esto fue descubierto por la batería de la isla de Corregidor, que abrió fuego con sus cuatro piezas de campaña, cuyos disparos fueron cortos. No obstante, los invasores contestaron, silenciando esos cañones. Seguidamente penetraron el Boston y los buques auxiliares McCullach, Nasham y Zafiro. En el interior de la bahía, estos tres últimos barcos se apartaron, y a las 05:15h. de la mañana la línea de Dewey estaba ante Cavite, cuya batería disparó los primeros cañonazos. El Olympia había sido tocado por dos torpedos –al parecer, los únicos colocados–  que no le hicieron ningún daño. La flota de Montojo estaba dispuesta, en la ensenada de Cañacao, de oeste a este: El Juan de Austria y el Ulloa, éste con sólo sus cañones de estribor, costado que minaba al enemigo, cerca de Punta Sangley; seguidos del Castilla, fondeado y toscamente protegido su casco de madera por sacos terreros y barcazas cargadas de arena. Seguido del Reina Cristina, con el costado de babor hacia Manila; a su amura de babor, el Isla de Luzón y a su aleta el Isla de Cuba. En la aleta de éste, el Marqués del Duero. Era una triste línea de barcos fondeados, conscientes de su debilidad, demasiado apiñados, pero quizá esperando que su fuego resultara más concentrado. El resto de buques, el Argos, el Manila y el Mindanao, sin valor militar, estaban detrás, en la bahía de Bacoor, al amparo de la batería Malate; el Velasco y el Lezo, inútiles, fondeados junto a Cavite, también en aguas de Bacoor. Aquella mañana, las tripulaciones desayunaron a las 04:00h. y a las 05:00h. la batería de Punta Sangley disparó sus piezas. Empezaba el combate. Dewey ordenó proa al sur y, observando que el fuego español era corto, mando disparar a las 05:40h. sus cañones de proa, a unos 4.000 metros y, después viró al este siguiendo la línea española desde unos 900 metros. Al llegar a la altura de Punta Sangley, ordenó virar y repasar ante la línea de Montojo, disparando desde unos 2.000 metros. Repitió esta maniobra otras cuatro veces, manteniendo una distancia, según los autores norteamericanos  de 1650 a 650 metros, mientras que Orellana afirma que la distancia media era de 2.000 metros, fuera del alcance de los cañones españoles. De los barcos de Montojo y de las baterías se hacía un fuego tan nutrido como inútil, pues los tiros se quedaban cortos la mayoría de las veces. La artillería norteamericana iba destruyendo los barcos españoles, mientras éstos, pese a las bajas y los incendios, seguían disparando furiosamente. Cuando Dewey iba a intentar la quinta pasada, Montojo soltó los cables del Reina Cristina y decidió embestir la línea norteamericana, o al menos, acercarse

más para dañarla con su fuego, ordenado a los buques de su escuadra que le siguieran. Al punto, la escuadra norteamericana concentró sus disparos sobre el Reina Cristina, destrozando sus cubiertas, el puente y la popa, que fue perforada en toda la manga por un proyectil de 203 mm, destruyendo la caldera de popa y provocando un violento incendio cerca de la santabárbara, por lo que hubo de inundarla. Sólo dos artilleros quedaron en pie y aún intentaban disparar. De sus cuatrocientos marineros, la mitad estaban muertos o heridos. Montojo, herido en una pierna por un cascote de metralla quiso embarrancar el buque en la costa, pero después ordenó a la tripulación abandonarlo, pues el crucero se hundía entre explosiones. Seguidamente, él y su Estado Mayor se trasladaron al buque Isla de Cuba, desde donde siguió dirigiendo la batalla. A bordo del Reina Cristina su comandante, Luis Cardoso, dirigía el salvamento de los últimos heridos, cuando una granada le destrozó junto con el primer condestable, el primer contramaestre y varios marineros.

Una explosión abrió las entrañas del buque, que bajo el cercano fondo de la rada con la obra muerta ardiendo sobre el agua. En la calurosa mañana, el humo impedía a los norteamericanos ver con claridad lo dañada que estaba la flota española. El Castilla, rotas sus amarras, a la deriva, presentando su costado desprotegido y se incendió. No obstante, siguió luchando hasta que, en llamas y con sólo un cañón útil, su capitán Alonso Morgado, herido, ordenó la evacuación y el abandono. El Don Juan de Austria, que había intentado auxiliar al Castilla, fue averiado gravemente y no pudo completar su esfuerzo. El inmovilizado Ulloa fue alcanzado en la línea de flotación, con su capitán Iturralde, muerto, su oficial contador herido y la mitad de su tripulación caída. El Luzón tenía inutilizados dos de sus cañones y tanto su tripulación como la del Cuba, que al ser buques pequeños atraían menos el fuego enemigo, echaron al mar sus botes y arrastraron en plena batalla el salvamento de sus compañeros de los buques mayores. El Marqués del Duero repetidamente tocado, sólo mantenía en servicio uno de sus tres cañones y una de sus máquinas, con lo que quedaba virtualmente destruido. Dewey ignoraba todo el daño realizado a los españoles y como, además, tenía algunos problemas  (el Boston trataba de sofocar un pequeño incendio y en Baltimore una granada española había perforado el puente y herido a varios marineros) ordenó a las 07:35h. la retirada hasta el otro lado de la bahía, tras unos buques mercantes. Los barcos españoles supervivientes del primer cañoneo, aunque algunos gravemente averiados, recibieron la orden de replegarse hacia la bahía de Bacoor. Allí acudieron el Isla de Cuba, el Isla de Luzón , el Marqués del Duero y el Don Juan de Austria, el almirante Montojo, herido abandonó el Cuba y ordenó a los capitanes de los buques en vista  de la inutilidad de la resistencia, que si el ataque yanqui se repetía abrieran los grifos, y hundieran sus naves.

Dewey dio de comer a sus tripulaciones, puso en orden sus navíos y ordenó volver al combate. A las once horas rompió el fuego, con el Baltimore en cabeza. La batería de Punta Sangley y el Ulloa, que estaba detrás, fueron bombardeados. El buque ya muy dañado, se hundió mientras el Raleigh, el Petrel y el Concord penetraban en la bahía de Cañacao y desde allí hacían fuego sobre el Mindanao que resultó rápidamente incendiado y fue abandonado por la tripulación. Seguidamente, el Petrel y el Raleigh quisieron entrar en la rada de Bacoor, pero el segundo no pudo hacerlo por su excesivo calado. El Petrel disparó contra el edificio del Gobernador de Cavite, con lo cual el Arsenal hizo bandera blanca. Mientras, los cañones norteamericanos destrozaban en veinte minutos los barcos españoles en Bacoor, dichos buques cumplieron las ordenes de su almirante de autoinmolarse. El Manila fue capturado virtualmente intacto. A las 12:30h. la batalla había terminado. Dewey fondeó ante Manila y amenazó al capitán general de bombardear la ciudad si las baterías hacían fuego. El comodoro carecía de tropas para desembarcar, pero para las autoridades militares españolas, aún pudiendo resistir con las tropas de infantería que mantenía en la capital y en sus alrededores, juntamente con las piezas de artillería de costa de la ciudad, decidieron de una manera vil y cobarde, rendirse sin combatir. El estado de la flota norteamericana era inmejorable: sólo el Baltimore tenía ocho heridos leves, y uno de sus cañones había sido temporalmente inhabilitado; el Boston también había sido tocado, pero había controlado los daños y sólo padecía un herido; en el Olympia curaban dos heridas causadas por el retroceso de una pieza. Por el contrario las bajas españolas fueron de 381 hombres entre muertos y heridos, y los supervivientes aún hubieron de rechazar los ataques de los insurrectos filipinos cuando los valerosos marinos de la Armada española, desembarcaron heridos y exhaustos en Cavite. Tras su cómoda victoria, el comodoro Dewey se convirtió en un héroe nacional. Mientras, el derrotado Montojo fue sometido a Consejo de Guerra y apartado del servicio. Manila se rindió a primeros de agosto.

NOTAS:

(1) Millis, Walterm The Martial Spirit: A Study of Our War with Spain,

Boston, Houghton Mifflin Co., 1931, págs.11 y ss.

(2)  Fuerzas Armadas Españolas, Madrid, Editorial Alhambra, 1987, 3ª ed,

tomo III, pág. 222.

(3)  Testimonio del capitán de navío Víctor Concas , defensor jurídico del almirante Montojo en el juicio al que fue sometido en septiembre de 1899 por presunta responsabilidad en el desastre de Cavite. Figuero,  Javier y Santa Cecilia, Carlos G., La España del desastre, Barcelona, Plaza Janés, 1977, pág. 170.

(4)  Revista General de Marina, agosto de 1882.

(5)  Potter, E.B. y Nimitz, Chester W (editores), Sea Power a Naval History,  New Jersey, 1963, pág. 360.

(6)  Conviene precisar que el caso de haber intervenido la escuadra alemana, en favor de España…. como era de esperar, Dewey habría logrado la intervención inmediata de una escuadra británica, cuyo comandante le había prometido confidencialmente que le apoyaría

(7) Al comenzar el siglo XX, circulaba por Nueva York la historia de que hasta el día de la batalla de Cavite, la mayoría de los norteamericanos creía que las Filipinas eran un fruto cítrico muy parecido a las mandarinas. Kohlsaat, H.H., from McKinley to Harding: Personal Recolections of Our Presidents, Nueva York, 1923, Cita de Allendesalazar, José Manuel, Op.cit., pág. 140.

(8) Díez-Alegría, Manuel, “La espléndida guerrita de los americanos”, Revista Internacional de Historia Militar, nº 54, Comisión Internacional de Historia Militar, Madrid, 1984, pág. 26.

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