GLOBAL. El café ya se ha convertido para muchos en un elemento básico de sus dietas diarias, se ha aprendido a no entablar conversación con quien no haya tomado su primer café del día y más de uno busca en sus horas de descanso en el trabajo el tiempo necesario para tomarse una taza y aguantar el resto de la jornada.
Pero, ¿nos planteamos en alguno momento cuál es la procedencia, dónde se cultiva un producto tan cotidiano en nuestro día a día?
La realidad de la industria del café es que, mientras que su consumo global se ha duplicado en los últimos años, genera una riqueza que se queda en las manos de los países que lo manufacturan y comercializan, y no en los que lo producen. Así es como los pequeños agricultores que abarcan un 80% de la producción mundial, no reciben su parte proporcional.
Mientras tanto, aquí y allá, tenemos cafeterías con productos más selectos y en nuestros hogares se cuelan cafeteras de diseño que hacen que nuestra taza de café se convierte en cierto elemento exclusivo de nuestras cocinas.
Ante este desigual reparto de la industria, el comercio justo se ha convertido en una de las únicas alternativas de los productores, que se enfrentan a una verdadera oscilación en los precios del café.
Según este informe de Fair Trade UK, el comercio justo consigue una estructura más sólida para los agricultores. Al conseguir una mayor eficacia en la venta de café -con unos ingresos proporcionales a su precio de venta-, las ganancias se utilizan en cultivos más sostenibles, incluyendo variedades que aguantan la sequía u otras inclemencias climáticas. De esta manera, los pequeños productores pueden seguir asegurándose su supervivencia y la de su comunidad.
Las opciones de comercio justo suelen tener la misma crítica casi siempre: suponen un mayor esfuerzo para nuestros bolsillos. Sin embargo, si podemos permitírnoslo, estaremos ayudando a que las familias agricultoras que producen café cubran sus costes de producción y tenga beneficios que les permitan prosperar. Ya sea de manera habitual o esporádica, cualquier pequeño gesto cuenta. Pequeños cambios en nuestros hábitos de consumo van logrando que todos nos concienciemos de que lo que consumimos, también da de comer a familias en los lugares más remotos de este mundo globalizado.