[translations idioma=”EN” url=” https://archives.rgnn.org/2013/10/11/the-iraq-fiasco-lesson-for-the-united-states”]
EE.UU. Gracias al modo en que George W. Bush justificó en falso la guerra de Irak, el mundo occidental se muestra hoy en día más cauteloso a la hora de decidir si una situación requiere la guerra como solución. La guerra de Irak sirve como un recordatorio de que primero es necesario asegurarse de que existen pruebas irrefutables de crímenes con el fin de evitar y detener las guerras mundiales sin sentido.
En 2003, casi tres años después de un ataque en territorio americano cuya autoría fue reclamada por Osama Bin Laden, el entonces presidente George W. Bush acusó a Saddam Hussein de poseer armas de destrucción masiva. Haciendo uso de las torres caídas como telón de fondo y aprovechando el miedo y la conmoción de la opinión pública estadounidense, el gobierno argumentó que estas armas podrían tener como resultado una tragedia mayor que la del 11S.
Ante la impotencia para enfrentarse a otro episodio de este tipo, la opinión pública estadounidense abogó por protegerse a sí misma y por eso, el presidente Bush llevó al país a la guerra. Sin embargo, el mundo pronto descubrió que las pruebas aportadas por la administración Bush ante las Naciones Unidas eran un cuento chino y que no había nada de lo que hubiese que protegerse. Este descubrimiento podría cambiar para siempre la manera en que los gobiernos y los expertos sopesan las pruebas de la existencia de armas letales, como pretexto para iniciar una guerra.
El pueblo sirio se encuentra ahora en una situación sangrienta que al mundo le gustaría ayudar a detener. Sin embargo, muchos aún recuerdan a los iraquíes que han pagado un alto precio por la intervención (cientos de miles de personas perdieron la vida y millones tuvieron que ser desplazadas) en una guerra basada en pruebas falsas.
La crisis de Siria, que comenzó como simples protestas en marzo de 2011, creció hasta convertirse en una manifestación popular en toda regla en abril de ese mismo año. Animadas por el resultado de la revolución en Egipto, las manifestaciones se expandieron por todo el país y los manifestantes exigían la renuncia del presidente Bashar Al-Assad, cuya familia había estado al mando de la presidencia desde 1971.
No fue una sorpresa que el Ejército sirio se desplegase para sofocar las revueltas. Las imágenes de cohetes y artillería pesada lanzados contra zonas civiles seguidas por un panorama sangriento protagonizado por niños con miembros amputados han cautivado a la comunidad internacional, lo que ilustra el enfoque implacable de apaciguar las protestas. Occidente, en particular, se ha apresurado a condenar las acciones del régimen de Assad.
Sin embargo, para no quedar destruida en otra guerra, la administración Obama ha dibujado una sutil línea entre criticar las acciones del régimen de Assad e implicarse de lleno en el asunto. Aunque deploraba el tratamiento de los civiles, Obama tuvo cuidado en crear una línea roja, el uso de armas químicas, que definió en qué momento intervendrían los EE.UU.
Una vez que, supuestamente, se cruzó la línea, la administración Obama se creyó en la obligación de hacer valer su amenaza. El único tema presente en los medios de comunicación era el ataque aéreo contra Siria. Los altos funcionarios de la administración desfilaron por las cadenas televisivas para hacer una labor de promoción de la guerra contra este país. Los tambores de guerra sonaron desde los EE.UU hasta el Reino Unido y otros países europeos.
Sin embargo aún atormentada por la guerra de Irak, la opinión pública estadounidense tiene presente la falsificación de las pruebas presentadas por la Administración Bush ante las Naciones Unidas y está cansada después de una guerra de 10 años. Más del 70 % de los encuestados se posicionan en contra de cualquier ataque a Siria.
Las atrocidades vistas en televisión, presuntamente cometidas por el régimen de Assad, son deplorables; es absolutamente necesario buscar una solución, un acuerdo, una tregua o incluso poner fin a los combates. Sin embargo, Estados Unidos no tiene ninguna prisa por resolver un problema bélico con otra guerra. Por eso, agradecemos a George W. Bush por el fiasco de Irak, un recuerdo imborrable y, con suerte, una lección inolvidable.
— Traducción: Tania Carril.