TOLEDO, ESPAÑA. Luis de Góngora le escribió un bello soneto, como epitafio, que define a la perfección la esencia de este ilustre hijo adoptivo de Toledo:

Esta en forma elegante, oh peregrino,

de pórfido luciente dura llave,

el pincel niega el mundo más suave,

que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aun de mayor aliento dino.

Que en los clarines de la fama cabe,

el campo ilustre de ese mármol grave:

venérale y sigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó naturaleza

Arte; y el Arte, estudio: iris, colores;

Febo, luces- si no sombra, Morfeo.

Doménikos Theotokópoulus nació en Candía, capital de una bella isla llena de luz: Creta. Tal vez esto constituye el presagio del gran artista en el que habría de convertirse. De los primeros años que transcurrieron en Candía, poco se sabe con certeza lo que ha sido objeto de extraordinaria controversia entre sus estudiosos. De familia acomodada, recibió una esmerada formación humanística que iluminó su existencia y fomentó en él una gran inquietud intelectual.

En Creta adquirió la condición de maestro y cierta notoriedad como pintor posbizantino. Pero el espíritu inquieto que le caracterizaba y el deseo de ir avanzando, desde el punto de vista artístico, le llevó a iniciar un viaje sin retorno que le dirigió a una nueva realidad: la pintura veneciana. Ansiaba convertirse en un artista renacentista y en Venecia se enfrentaría con un nuevo modo de entender la pintura a través de sus grandes maestros: Tiziano, Tintoretto, Veronés…

En 1570 abandonó Venecia, impregnado del color y la luminosidad que caracterizaba a sus artistas. Se dirigiò a Roma, donde completaría su formación con un nuevo enfoque basado en la primacía del dibujo. Esta tendencia dominaba la ciudad apoyada por el manierismo y la escuela de Miguel Angel. Cuando el Greco llegó a Roma, Miguel Ángel ya había fallecido, pero su influencia artística era un hecho incuestionable. El futuro del maestro en la ciudad estuvo muy comprometido por las profundas diferencias de criterio que mantuvo con las tendencias artísticas dominantes.

Surgió nuevamente su espíritu aventurero y el deseo de triunfar, lo que propició un cambio de escenario y dirigió sus pasos a España. Ésta prometía nuevas posibilidades ante el prestigio adquirido por la monarquía tras la victoria en la batalla de Lepanto. Llegó a la Corte con ciertas cartas de recomendación en un momento en el que el Monasterio del Escorial estaba finalizando su construcción y Felipe II había invitado a numerosos artistas italianos para concluir la decoración. El Greco, a través de Orsisni, conoció a Benito Arias Montano (delegado de Felipe II), al clérigo Pedro Chacón y a Luis de Castilla. Precisamente sería Luis de Castilla, a través de su padre, el que le posibilitó el acceso a los primeros encargos en Toledo: el Retablo de la Iglesia de Santo Domingo y posteriormente «El Expolio»; todo ello facilitó su acercamiento a la catedral.

Toledo, en principio, iba a ser una ciudad de paso, pero con el tiempo e influido por el prestigio que iba adquiriendo se convirtió en su hogar definitivo. En la ciudad un día del Corpus, conoció Felipe II la obra del maestro griego y le encargó varios cuadros, entre ellos, «El martirio de San Mauricio», que no llegó a complacer al monarca y le cerró definitivamente las puertas de la Corte.

El ambiente artístico de Toledo era fundamentalmente artesanal y el Greco, acostumbrado a tratar con eruditos e intelectuales en un plano de igualdad, no se sintió identificado con sus integrantes. Sus principales amigos, algunos de ellos mecenas, los encontró entre los personajes más refinados y cultos de la ciudad que le proporcionarían el entorno intelectual al que él estaba acostumbrado. Entre las personas más vinculadas al artista podemos destacar a Luis de Castilla que le proporcionó importantes encargos y le introdujo en los ambientes eclesiásticos de la ciudad. Gregorio Angulo, que le apoyó económicamente con frecuencia, y Antonio Covarrubias su gran amigo intelectual.

En el plano personal, en Toledo creó una familia, prolongación de la suya griega, y tuvo un hijo, Jorge Manuel, al que estuvo muy unido. Con Jorge Manuel convivió, trabajó y murió.

En Creta nació; en Venecia y otros puntos de Italia vivió, desarrollando un estilo muy personal a lo largo de su juventud; pero la residencia toledana del pintor fue clave y en ella desarrolló una gran parte de su obra, admirada mundialmente, que supuso una impronta de modernidad que en, no pocas ocasiones, no supo ser entendida en su época.

No fue un pintor acomodaticio y defendió a ultranza sus derechos y puntos de vista, lo que le llevó a pleitear con frecuencia en defensa de los mismos. Todo ello forma parte de una personalidad fascinante que ahora en el cuarto centenario de su fallecimiento se recuerda y homenajea en la bella ciudad de Toledo, donde nuestro pintor vivió sus luces y sombras con la dignidad y el espíritu de un gran artista.