GLOBAL. El pasado 8 de febrero tuve el placer de participar en el IV Congreso de Alimentación Consciente que se celebró en Barcelona. En mi ponencia se hizo un repaso a los riesgos de radiación que hay en la cocina con los electrodomésticos, en los recipientes de cocción y en los alimentos irradiados. Se trata de un tema casi desconocido para la mayoría de personas.

La cocina es una de las fuentes más importantes de radiación en una vivienda: se entiende como vivienda aquélla que está más centrada en tener las últimas tecnológicas aplicadas a la preparación de alimentos y a la comodidad de su preparación. Estamos hablando de los riesgos eléctricos y tecnológicos modernos.

Empezamos por la leyenda urbana que dice que los imanes de la nevera producen cáncer: esto no es verdad. Es un hoax o falsa noticia que circula por la red, aunque es cierto que en algunos casos, el exceso de imanes ensucia el frigorífico.

Otra parte no menos peligrosa es que las encimeras de granito son radiactivas, no con el alcance de una central atómica, claro, pero sí a nivel de usuario. Son materiales que hay que evitar, como las encimeras sintéticas hechas a base de resina epoxi, que emanan gases durante largos períodos de tiempo.

La placa de inducción de este modelo de cocción es muy perjudicial para hacer la comida, sobre todo por los efectos que pueda producir en nuestro cuerpo. Las radiaciones a veces sobrepasan las recomendaciones internacionales, y quedan focalizadas a la altura de nuestras partes sensibles. Se trata de la última tecnología que ha entrado en nuestra cocina, y que genera uno de los índices más elevados de radiación. Para evitar exponernos, basta con apagar la placa cuando se introduzcan los ingredientes o se remuevan: solo se encenderá cuando ya no estemos en la habitación.

El microondas es la máquina por excelencia que produce más radiación pero que está en todos los campos, el campo eléctrico y el campo magnético. Lo más peligroso es la alta frecuencia, que puede alcanzar distancias de radiación de unos 12 metros hacia todas las direcciones, incluso paredes y pisos inferiores y superiores. Hay que vigilar sobre todo que las habitaciones de descanso no se encuentren cerca de los microondas.

La campana extractora que sirve para extraer los humos de la cocina, produce un gran campo magnético cuando se está cocinando. Además, tenemos la cabeza muy cerca de ella. Para evitar la radiación, debemos apagarla mientras se manipulen los condimentos en los recipientes de cocción. Cabe destacar que los electrodomésticos antes mencionados producen un gran campo eléctrico al estar conectados directamente a la red eléctrica. Al finalizar con la cocina, se recomienda desconectar completamente los electrodomésticos: no apagar simplemente el botón, sino desconectar completamente el cable de la red, porque se siguen emitiendo radiaciones aunque estén apagados.

Las ollas de aluminio, los recipientes con teflón o recubrimientos de granito, son recipientes que producen una liberación de toxinas a la hora de cocinar, unos de por sí y otros por su incorrecta utilización. El vidrio templado y el acero inoxidable son buenas alternativas.

También se desaconseja introducir plásticos en el microondas, o recipientes para cocinar y plásticos que provienen de productos pre-cocinados.

La comida irradiada, la utilización de la radiactividad para irradiar alimentos y así conservarlos durante mucho tiempo en almacenes, también puede resultar perjudicial. Esto se hace con alimentos que tienen que recorrer muchos kilómetros, que aparte de no ser sostenibles y de consumir mucho CO2, producen los temidos radicales libres. Para más información, este documento asegura que el estudio sobre la irradiación de los alimentos que plantea, ha sido escondido por las autoridades y la industria.

Para comprobar los efectos de la radiación de los recipientes, recogí una cebolla plantada por mi padre agricultor –quien, a pesar de querer evitar contaminar las verduras, reconoce que es casi imposible hoy en día- y otra comprada en un supermercado con etiqueta ecológica que venía de América del Sur.

El experimento consistió en plantar ambas cebollas en unos recipientes de vidrio, controlando la humedad y el sol. La cebolla de mi padre desarrolló una extensa cabellera de raíz; de la otra no salió más que una pequeña raicilla. En definitiva, la cebolla de mi padre acabó en una suculenta ensalada, mientras que la otra ya comenzaba a pudrirse por dentro.

Salta a la vista lo que podemos hacer para mejorar nuestra calidad de vida: basta con tomar algunas precauciones en la cocina, y comer productos de temporada y de confianza.