ISRAEL. Quien suscribe estas líneas volaba en un avión de la compañía Qatar Airways desde la ciudad de Doha hacia España en el mes de agosto de este año. Como es habitual en muchas compañías, se podía observar la ruta del vuelo en las pantallas que cada pasajero tiene a su disposición. Al sobrevolar el territorio de Arabia Saudita y luego Egipto podía observarse los países de la zona. Curiosamente, todos ellos aparecían en la pantalla excepto uno, Israel. De todos los países se apreciaban una, dos o más ciudades mientras que del territorio israelí únicamente se mostraba la ubicación de Jerusalén. No existía Tel Aviv, ni Haifa, ni Eilat y por supuesto el propio Israel, aunque si Aqaba, Beirut, Oms, Damasco, El Cairo y sus correspondientes países: Jordania, Libano, Siria, Egipto. Es decir, para Qatar Airways no existe Israel ni tampoco Tel-Aviv, pero si existen todos los demás países de la zona o capitales y ciudades. En esa zona del mundo, por tanto, hay un territorio innominado, llámese Israel, Palestina o cualquier otro nombre. Tal experiencia ya la tuve en 1992 en un vuelo de Royal Jordania, pero veintidós años después parecería sensato que se observaran algunos cambios.

Es significativo que una compañía aérea estatal, que pertenece a un diminuto país que albergará el campeonato del mundo de fútbol en el 2022 y que pretende convertirse a través de Doha en el aeropuerto hub más importante de la zona –y lo está consiguiendo, en dura pugna con la línea aérea Emirates y su aeropuerto de Dubai- , y que patrocina entidades como el FC Barcelona –y Emirates al Real Madrid-, no reconozca la existencia “física” de Israel. Significativo políticamente, pero también geográficamente, aunque también hipócrita, como se verá. La historia nos demuestra que no en pocas ocasiones, la ideología se superpone a la realidad física y en este caso también incluso internacional. Porque Israel es un país con asiento en las Naciones Unidas y los embajadores de Israel y Qatar están separados, alfabéticamente, por escasos asientos uno de otro.

Esta sorpresa geográfica no es única, por cuanto otros países del mundo sufren igual trato en otras circunstancias. El ejemplo más relevante es Taiwán también denominada Republica de China, país diplomáticamente paria pero política y económicamente uno de los más relevantes de la zona de Asia-Pacífico, a la vez que una democracia modélica frente a la dictadura de su vecina República Popular China, que últimamente solo se denomina “China” para claramente expurgar cualquier titubeo frente a la “isla rebelde”.  Pero las alianzas políticas y los intereses económicos se han sobrepuesto de tal manera que ningún país europeo, excepto el Vaticano, reconoce a Taiwán, y tal hipocresía acontece incluso con EE.UU., que no mantiene relaciones diplomáticas con este país al cual suministra, sin embargo, armamento de última generación para defenderse de un posible ataque de la “otra” China, la continental. Lo mismo sucede con la Republica Turca de Chipre del Norte, independiente desde 1974 o países que están en un limbo jurídico, como la denominada Republica Árabe Saharaui Democrática, reconocida por más de 80 países pero sin real cobertura política exterior o incluso en plena Europa la República de Kosovo, con países de la Unión Europea –entre ellos España- que no reconocen su independencia y la consideran parte de Serbia, pese al genocidio que sus ciudadanos sufrieron en su momento en manos del gobierno serbio y las milicias de Slobodan Milosovic.

Son en estos días, tras la operación “Margen Protector”, que ha finalizado con la tregua entre Israel y Hamas de 27 de agosto, cuando los medios de comunicación y los ciudadanos más han discutido sobre el conflicto en Oriente Medio. En esta discusión y con las múltiples reflexiones que se efectúan, hay realidades incontestables que debemos poner sobre la mesa.

Israel existe política, geográfica, económica y socialmente. Quiérase o no, Israel se fundó en 1948 y vino para quedarse, como Estado judío y democrático. Israel es uno de los escasos países del mundo cuyo nacimiento vino dado no por el uso de las armas o por una independencia unilateral o una secesión o una guerra sino por una declaración formal otorgada por las Naciones Unidas. Algo que no puede afirmarse por ejemplo de EE.UU, los países latinoamericanos y algunos países europeos de la antigua zona de influencia comunista, especialmente Yugoslavia.  Una legitimidad internacional –la de Israel- que no fue reconocida por los países árabes circundantes que a las pocas horas de la independencia en mayo del 1948 le declararon la guerra.

Israel es además la única democracia del Oriente Medio, con unos estándares de libertades individuales y colectivas envidiables y con un muy alto nivel de vida.  Es cierto que no todo es blanco y brillante, pero el Estado de Israel ha sido el único también que ha mantenido su sistema democrático en manos del poder civil sin haber sufrido ningún intento, fracasado o victorioso, de golpe de estado por parte de sus fuerzas armadas, siempre subordinadas a ese poder civil, lo cual no puede afirmarse de ningún país de su entorno. Y aunque es cierto que tales Fuerzas tienen una presencia importante en la sociedad y que muchos de sus primeros ministros han ostentado altas responsabilidades en el Ejército, todos ellos han llegado al poder a través de elecciones libres y sin que nunca se dudara del resultado. Y han abandonado el poder cuando las han perdido, de tal manera que el partido laborista (Avodà), el Likud conservador o Kadima, de vieja o nueva creación y con estos u otros nombres,  se han alternado en el poder desde 1948, junto a otros partidos políticos, generalmente a través de grandes coaliciones políticas, sin que jamás haya habido un intento de involución. Y todo ello en un contexto bélico o militarmente muy complejo.

Israel mantiene relaciones diplomáticas con la inmensa mayoría de países del mundo y el hecho de que muchos países árabes no lo hagan no deslegitima en absoluta la realidad de la existencia del Estado judío. Es más, es profundamente significativo que los países con los que ha mantenido guerras feroces, como Egipto o Jordania, reconozcan la realidad y colaboren con Israel en multitud de proyectos porque mantienen relaciones diplomáticas.

De hecho, la tregua alcanzada el 27 de agosto fue concertada con la mediación de Egipto, ese mismo Egipto cuyo Jefe de Estado es un militar que alcanzó el poder tras un golpe de estado contra un presidente electo por las urnas pero con una importante deriva islamista, lo que Occidente criticó –no siempre de forma sincera- pero tras unos meses se ha obligado a aceptarlo, porque una vez más la geoestrategia internacional y los intereses creados se inclinan por un gobierno militar que por un poder islamista en una zona, en donde el grupo terrorista denominado Estado Islámico está dando golpes durísimos cometiendo crímenes e incluso genocidio en Siria e Irak. Sin embargo, hay países en donde acceder a ellos no puede efectuarse si el pasaporte lleva estampado un ingreso o salida de Israel, como sucede con Irán o Libia. No deja de ser paradójico y extraño comprender esta razón, pues la visita de Jerusalén, ciudad santa también para el Islam, impediría a cualquier musulmán visitarla a riesgo de no poder luego visitar algunos países islámicos, si bien la solución es igual de hipócrita: solicitar la emisión de un nuevo pasaporte.

 

Israel es el resultado de muchos hechos históricos, pero posiblemente –y sobre ello no todo las opiniones son coincidentes- el mayor detonante para su creación fue la tremenda tragedia acontecida en Europa entre 1933 y 1945, en donde 6 millones de judíos fueron asesinados por el simple hecho de serlo, lo que obligó a la sociedad internacional a plantearse como responder al desafío que suponía tener que reconocer las consecuencias de tal genocidio.

El genocidio del pueblo judío, conocido como el Holocausto o la Shoah –término hebreo que significa “catástrofe”- fue colateral al genocidio del pueblo gitano en manos de los nazis, así como el exterminio de los homosexuales o los discapacitados, y pese a que una corriente de negacionistas niegan o reducen tal exterminio, del cual es un buen portavoz Irán, un vecino relativamente cercano geográficamente a Israel.  Pero en el caso del pueblo judío, su eliminación fue tan masiva y supuso la implicación de tantas naciones por activa –Hungría, Croacia, Rumania y por supuesto Alemania en primer lugar- o pasiva –Polonia, países bálticos, la Francia de Vichy, etc.- que la creación del Estado de Israel era ya, en 1945 una consecuencia absolutamente lógica y no parece razonable en absoluto que el lugar físico donde se formara fuera en lugares tan inhóspitos como Madagascar o Uganda, como así se barajó durante y tras la guerra,  o el proyecto surrealista de Stalin, que creó la región hebrea de Birobidjan, en el Extremo Oriento soviético, es decir, más allá de…….Siberia ¡¡¡ y que aún pervive con una escasísima minoría judía-yiddish y con dos idiomas oficiales, el ruso y el yiddish, cual parodia del fenecido sistema estalinista.

Israel mantiene relaciones diplomáticas plenas con España, pero no fue precisamente con el régimen franquista sino en plena democracia, bajo la presidencia de Felipe González, cuando se formalizaron, en 1986, esto es, 11 años tras el fin de la dictadura española. Mientras el régimen de Franco daba la espalda a un Israel pluripartidista, mantenía relaciones diplomáticas plenas con todas las dictaduras, monarquías autocráticas o incluso terroristas que han gobernado los países árabes desde 1939 hasta el 1975. Israel tampoco existía para España, si bien las razones eran muy diferentes a las que pueda alegar Qatar, como tampoco existió Méjico, que fue refugio de republicanos españoles tras perder la Guerra Civil del 1936-1939. Por el contrario, sí se mantenían relaciones diplomáticas con la China comunista de Mao (en 1973) y no así con los países comunistas europeos, con la excepción de Alemania Oriental, también formalizadas en 1973.

En el colmo de las paradojas políticas y se mantuvo siempre una fluida –por ambos lados- relación con la Cuba de Fidel Castro. Claro está que España no borraba de sus atlas o libros ni a Méjico ni a Israel, ni tampoco a la URSS, China y Cuba.

Israel existe pese a lo que pese a Qatar Airways, así como también existen Tel-Aviv –lugar por cierto de refugio de muchos homosexuales palestinos-, Eilat –a pocos kilómetros de una agónica Aqaba- o Haifa. Como también existe Qatar, claro está, pese a su escasa o nula democracia y a la existencia de millones de trabajadores en su limitado territorio, de origen extranjero, que llevan a cabo el trabajo que sus ciudadanos no quieren o desean llevar a cabo, al nadar en una bolsa de petróleo inmensa. En realidad, este hecho demográfico hace cuestionar si existe un real Qatar, pues con una población de 2 millones de habitantes, apenas el 20 por ciento es qatarí, siendo los restantes emigrantes trabajadores de países de gran pobreza, de origen asiático, egipcios, palestinos, iraníes, India o norte de Africa que llevan a cabo las tareas más ingratas, duras o penosas del Emirato, en condiciones económicas y sociales difícilmente calificables como óptimas.

Debemos reflexionar cuando la política intenta negar la realidad, y aún más en este caso cuando la realidad es geográfica. Israel, Taiwán, el Chipre turco, Kurdistán, Kosovo o el Sahara, entre otros muchos, existen pese a que otras naciones se nieguen a reconocerles. En el caso de Israel, las razones son muy complejas y suponen una mezcla de hipocresía política, antisemitismo, geopolítica internacional, justa crítica a algunas políticas llevadas a cabo por sus gobiernos o simplemente por un rechazo a su forma de vida democrática y a menudo occidental en una zona donde parece prevalecer el terrorismo, la radicalidad o la solución de los problemas a base de golpes de Estado como Egipto, luchas entre fracciones rivales como Libia, descomposición del estado como Irak o absoluta y plena guerra civil como Siria.

¿Sin embargo, existe realmente Israel para Qatar? Por supuesto que sí, como igualmente continuaran existiendo los centros universitarios públicos israelíes pese al boicot de profesores españoles y europeos, cuestión sobre la cual dedicaremos un artículo específico. Lo más significativo, sin embargo, es que para Qatar, Israel sí existe.

Qatar inició relaciones “comerciales” con el Estado judío de Israel en 1996, cuya oficina fue inaugurado por el “eterno” ministro, primer ministro y Presidente israelí Simon Peres y una década después se mantuvieron en Davos algunos contactos entre las cúpulas gubernamentales de ambos países. Qatar, además, ha tenido un especial interés en el conflicto de Gaza y se afirma que intervino en la liberación del soldado Gilad Shalit, secuestrado por el grupo Hamas.

La relación entre Hamas y Qatar ha sido objeto de duras críticas en Israel, incluso en este mes de agosto, por un presunto apoyo qatarí a la organización islámica. Sin embargo, el pragmatismo político israelí ha prevalecido siempre, y ya en 2007 Simon Peres, siendo viceprimer ministro –y hasta hace pocos días, Presidente de Israel- visitó Doha, la capital del país. La actual ministra de Justicia, y en su momento de Exteriores, Tzipi Livni –líder también en su momento de Kadima- mantuvo reuniones con el emir de Qatar en la sede de las Naciones Unidas, en el 2008 y visitó el país en ese mismo año, por razones económicas.

Más sorprendente es que Qatar ha cofinanciado en la ciudad israelí-arabe de Skhnin un estadio, denominado Estadio Doha –región de Galilea. Por tanto, si el deporte es un elemento de aproximación, ello ha acontecido y es de imaginar que sucederá de nuevo en el 2022 si Israel se clasifica para jugar la Copa Mundial de la FIFA, algo ciertamente difícil, pero que sería significativo, porque nadie podría ignorar su presencia y de su símbolo nacional, la Estrella de David.

Qatar, pragmáticamente, ha insistido en la colaboración con Israel. Clausurada posteriormente, en el 2010 Qatar ofreció reabrir la delegación comercial en Doha, a cambio de que el Emirato pudiera suministrar infraestructuras a Gaza y una declaración israelí de apreció al papel de Qatar. Ante ello, Israel se negó, porque tal ayuda qatarí podía suponer un fortalecimiento militar de Hamas. Sin embargo, en el 2013, parece ser que Qatar ayudó en la emigración de judíos yemeníes a Israel, dejándoles paso en Doha, en su vuelo a Israel.

En esta política de palo y zanahoria, en julio y agosto Israel ha criticado con dureza a Qatar por su presunto apoyo a Hamas en medio de la cruenta operación Margen Protector, hasta el punto de que se solicitó la expulsión de los periodistas de la cadena qatarí Al Jazeera de Israel por ese apoyo. Ya en julio pasado, el aún presidente Simon Peres acusó a Qatar de ser el “mayor financiador del mundo del terrorismo” por su apoyo a Hamas. Tras esta dura declaración vinieron mas: el general retirado Yaakov Amidror, asesor del gobierno israelí, indico que el Emirato financiaba la estructura terrorista de Hamas, apoyando la excavación de túneles y la construcción de rampas de lanzamiento de cohetes y se calcula que ha suministrado más de 100 millones de dólares. Amidror señaló que Hamas tiene dos “amigos verdaderos” en el mundo: Qatar y Turquía , esta última por cierto tradicional y relativamente próxima a Israel durante décadas y unas relaciones deterioradas en los últimos años con el gobierno del islamista Erdogan. Ello no obsta que en la reciente ofensiva militar “Margen Protector” se haya indicado que Qatar ha dado cobertura claramente a Hamas y a la vez es aliado de Estados Unidos y mantiene una relación “cortés” con Israel.

¿Cuál es la conclusión que puede extraerse de todo ello? Ciertamente, una determinada desgana o descrédito de las relaciones internacionales. Los intereses geoestratégicos son tan complejos y tan pragmáticos, que ni Israel ni Qatar llegarán jamás a un enfrentamiento directo militar, e incluso político, porque por debajo de la mesa, los contactos y las relaciones fluyen. Pero Israel tiene derecho a solicitar a Qatar que cualquier titubeo con el terrorismo cese y que si bien ambos sistemas políticos y sociales están en las antípodas, puede haber aproximación con los lazos económicos.

Claro está que parece ser que geográficamente Israel continuará no existiendo en las pantallas de Qatar Airways, aunque un estadio deportivo de Israel se denomine Doha –la capital qatarí- o que quizá en el 2022 los jugadores del anatomizado Estado judío se enfrenten incluso –sería una sorpresa mayúscula- a Qatar en un partido de fútbol. El detalle es posiblemente nimio, aunque significativo, pero sólo podemos establecer una conclusión. Recordando la vieja técnica de la época estalinista, donde los protagonistas caídos en desgracia iban siendo borrados de las fotos oficiales del régimen, la política es capaz de transformar, modificar y manipular la geografía formal pero no la real. Claro está que en el supuesto comentado, poco o nada ayuda a solventar los problemas de Israel con sus vecinos si estos ni tan siquiera los incorporan a sus mapas oficiales, pero si podemos concluir que por debajo de la imagen oficial o formal, existe una diplomacia discreta, posiblemente hipócrita, pero que no debe desecharse como elemento de avance en términos de paz, seguridad y entendimiento en una de las zonas del mundo más convulsa, cual es Oriente Medio.