EUROPA. En los premios de cine a rango mundial están compitiendo dos películas procedentes de veteranas y experimentadas cinematografías del este de Europa: la rusa «Leviathan» y la polaca «Ida». Ambas dirigidas por dos de los mejores directores actuales de sus respectivas cinematografías, Pawel Pawlikowski y Andrey Zvangyantsev. Si bien la estéticamente bella película polaca (de ahí su también nominación al oscar a la mejor fotografía) lograba ser considerada hace un par de meses atrás como la mejor película europea, según un organismo académico de críticos dentro de la UE, es ahora Leviathan, la cual tras lograr el Globo de Oro a la mejor película extranjera, aquella que se perfila como favorita para ganar el Oscar de la Academia de Hollywood, dentro de la mencionada categoría. Ello sin denigrar la calidad de las otras candidatas, incluida una franco-mauritana y una báltica, ambas dedicadas a temas geopolíticos como trasfondo, respectivamente el grupo yihadista Ansar Din y la guerra de Abjazia en los años noventa. Una vez más, la imagen de calidad del cine extranjero se dirime en el este de Europa, algo que sucedía incluso en el corazón de la guerra fría del siglo XX.

La temática de ambas caso con la Historia y geopolítica, pasada y reciente, que afecta al este europeo. Ida nos cuenta una trama que muestra las cuentas pendientes entre polacos, católicos y judíos, por los acontecimientos que llevaron a muchos compatriotas a los campos de exterminio nazi; todo en el trasfondo de una Polonia inmersa en el corazón del telón de acero de los primeros años sesenta, y donde un miembro del establishment del sistema judicial comunista (de «inspiración’, es decir control, soviético) figura como uno de los personajes centrales. La película rusa se ocupa de la corrupción, orquestada entre las fuerzas vivas de la población (alcaldía, iglesia, policía, aparato judicial) de una pequeña ciudad de la Federación rusa, a orillas del Mar Báltico; con un trasfondo de protección del Medio Ambiente. Una valiente película que además cuenta con la ayuda oficial de organismos cinematográficos rusos. Elocuente el plano donde el corrupto alcalde local da sus interesadas ordenes, bajo una fotografía del presidente ruso Vladimir Vladimirovich Putin. Un film merecedor de premios por meritos intrínsicamente cinematográficos.

Como otros autócratas de la Historia (el mismo Stalin era un cinéfilo), el presidente V.V. ha demostrado un interés por el cine; conocidos son sus comentarios pasados sobre lo que le hizo llorar la magistral película «12» de Nikita Mihalkov, también nominada al Oscar hace casi 10 años. Una trama con trasfondo de la mafia rusa y la guerra en Chechenia de la mano de uno de los cineastas rusos más conocidos para Occidente. Cuando Rusia aun no se hallaba inmersa en esta nueva guerra fría que sacude al mundo a inicios del siglo XXI. Pero no todos los autócratas o «hombres fuertes», como prefieren llamarse a si mismos, han sido del tipo de Josif Vissaranovich «Stalin» o del Generalísimo Franco, quien no solo se merendaba multitud de películas, los fines de semana, en su cine privado del Pardo, entre tocinitos de cielo y arroz con leche, sino que intervenía activamente en la producción de películas (el guión de Raza, p.ej.). Un episodio, nada anecdótico, narrado por el gran Orson Welles, en diversas entrevistas.
Los autócratas amantes del cine fueron mas bien una minoría, dentro de un grupo de individuos con gustos simples.

Pero ese si: no son personajes de mente simple, en absoluto. Pensamiento el cual es un habitual error dentro de sus detractores u opositores. Alcanzar el poder y mantenerlo a toda costa, mas cuando se rige un gran territorio o nación, exige una gran intuición política o un elaborado plan maestro. Tenemos como ejemplo, el caso del presidente turco Recep Tayyip Erdogan, un hombre tildado de «inculto» por sus opositores laicos dentro de Turquía. No le gusta el cine, pero si el que sea investido doctor Honoris Causa por universidades extranjeras, preferentemente occidentales. Tenemos el caso de una universidad madrileña poco antes del cambio de década de siglo. Algo que no le ha vuelto a suceder desde los acontecimientos del Gezi Park en Estambul en Junio de 2013, o las implacables medidas que esta tomando contra algunos de sus rivales, como el caso de los antiguos aliados gulenistas del AKP, un caso que en cierto modo recuerda algo de lejos al episodio histórico de Hitler contra Rohm y la famosa noche de los cuchillos largos. Las formas pueden haber cambiado en menos de un siglo, pero no la vieja practica de librarse de un importante aliado organizado cuando no es necesario o comienza a molestar en el solitario trono de la autocracia.

Conocida es la falta de química política entre los presidentes norteamericano o ruso, pero comienza a ser conocida a escala global la gran compenetración de aspiraciones y proyectos entre los presidentes ruso V.V. Putin y turco R. Tayyip Erdogan.

La visita (¿sorpresa?) del presidente ruso a Ankara a primeros de Diciembre, y la miradas y elogios mutuos de alabanza entre ambos «hombres fuertes», demuestran que para llevarse bien no es necesario tener los mismos hobbys o gustos. Mas si tratamos del tema de la geopolítica internacional. Turquía es un país que ha tenido una gran reactivación y boom en su Economía, y en especial durante los dos primeros gobiernos del AKP. Cuando predominaba la luna de miel internacional de un presunto prestigio de régimen islamista moderado que tenia el gobierno que dirigía Erdogan; la economía turca depende mucho de la inversión extranjera. Pero en los últimos tiempos su economía esta débil. Y Rusia y Vladimir Vladimirovich conocen este punto. De a.C. la oferta rusa a un viejo enemigo histórico, al que se enfrento militarmente en diecisiete ocasiones en los siglos pasados, y al cual siempre vencía. Tal vez ahora sea otra victoria rusa: la derrota de la última aspiración occidental de Turquía. En apariencia las contraprestaciones de la oferta de cooperación energética rusa hacia Turquía pueden suponer para este último país, una aparente inyección de dinero y poder geopolíticas, a un medio y largo plazo, que supondrían la reactivación de su economía, por una parte. Pero sin embargo, el nexo que Turquía ha pretendido mantener con Occidente desde 1923 pasaría a desaparecer, y por mucho tiempo. Turquía podrá convertirse tal vez entonces en un gran hub energético que hoy no lo es, pese a los centenares de camiones que diariamente transitan petróleo de la autonomía kurda del norte de Irak, e incluso del yihadista Daesh (estos a precios que oscilan entre 20 y 25 dólares por barril, según fuentes consultadas), hacia su territorio.

Turquía es un país con gran potencial. En el plano geopolítico, tiene el mejor ejercito de los países del este de Europa (Rusia aparte, eso si). Pero ello no es suficiente para ser la primera potencia regional a la que aspira, y que hoy no es, y posiblemente para lograrlo tenga que competir con el oso ruso, a un largo plazo; tal como se demostró en el pasado, a mediados del siglo XIX cuando las fricciones de los imperios ruso y otomano.

Pero en media década el mismo Atlántico se puede ver reactivado, mas que nunca, por el trafico comercial de crudo norteamericano hacia Europa, con un nuevo hub, en el otro extremo de Europa. E incluso con un barril de Brent a precios competitivos, que ronde los 80 dólares por pieza. Luego, un movimiento de piezas del tablero, por parte ruso-turca, que pueden conducir a nada positivo.

Así pues, cada vez queda mas claro que una parte importante de la nueva guerra fría afecta a la ecuación de la energía. No solo los recientes hechos que afectan al punto bajo del barril de Brent. Sino a los caminos futuros que debe tomar el transporte de la energía a lo largo del planeta. Un caso importante dentro de esta ecuación es la negativa de Bulgaria a que las futuras tuberías de carburantes fósiles e Rusia pasen por su territorio. Tanto Polonia como Bulgaria fueron parte clave del telón de acero de la Unión Soviética. Pero si bien tradicionalmente, Polonia fue un rival histórico de Rusia en el este de Europa. Otros países, quizás con menos fervor abierto (a diferencia de Polonia), también desconfiaban del oso ruso. Bulgaria es uno de ellos, pese a que forme parte de lo que Samuel Huntington llamaba la «civilización ortodoxa». Quienes hayan tenido trato con los búlgaros durante las ultimas décadas han sabido de los comentarios desconfiados sobre el oso ruso, «cuyo abrazo es tan fuerte y perjudicial, que solo puedes ser abrazado una sola vez». Un ejemplo claro de que aun formando parte de la misma civilización, pueden surgir rivalidades dentro de la misma y no siempre una defensa de la misma en bloque. Esta sucediendo además dentro del mundo musulmán, no solo con la división entre sunnies o chiies, sino incluso entre los mismos sunnies (el caso de Egipto o Turquía actualmente, por ejemplo).

Polonia o Bulgaria, con elementos como la UE o EE.UU. detrás, han movido su ficha (lógica, después de todo) en el terreno de la gran partida geopolítica. Pero ha contribuido a que surja un nuevo Leviathan geopolítico con esa unión, no solo contra natura, sino mas bien contra istoria, entre dos países con aspiraciones a nuevos imperios en el este de Europa, Rusia y Turquía, una unión que presagia algo que no podrá acabar bien. Y no nos referimos ya solo para Rusia o Europa, quienes siempre han tenido sus desconfianzas mutuas. Sino especialmente a Turquía, para quien todo ello puede significar una vez más el alejamiento de Occidente, de una forma irreversible tal vez. Y es que las aspiraciones de los planes maestros, por muy bien meditados que estén, pueden chocar con el único plan maestro que naciones mas poderosas hayan decidido de antemano para determinados países, en una posición de menor fuerza.