Hace más de un mes muchos europeos mirábamos a Grecia con atención. Con sus elecciones generales, no estaba solo en juego el futuro próximo del país heleno, sino toda una cadena de posibilidades para los países de la Europa del Sur, que podía cerrar la puerta a las políticas de austeridad promovidas desde la Comisión Europea. Políticas que han resultado especialmente asesinas -sí, ha muerto gente, podemos hablar con propiedad- para estos países sureños. Hoy en España se abren los magazines matinales con una idea básica: el fracaso de Tsipras (Syriza).

Sintiendo mucho quitarle la razón a los numerosos periódicos, telediarios y programas de televisión, el fracaso de Tsipras -título que, sin duda, podría dar para una obra europea de teatro costumbrista o de esperpentos- no ha sido tal. No existe dicho fracaso. Ni antes de las elecciones, ni con la victoria de Syriza, ni nunca, se dio por hecho que el minúsculo país, pudiera enfrentarse solo a la Comisión Europea, al espíritu santo de la concordia europea, a Merkel y los acreedores. De hecho, por eso a pocas horas de que se anunciase la victoria de Tsipras, Michael Noonan, ministro de economía de Irlanda, apoyaba una renegociación de la deuda por parte de Grecia, Irlanda, España y Portugal. Entonces estaba claro que el país de Ulises no podía iniciar una odisea solo, con o sin Syriza, por lo que era necesario que los países del Sur de la Unión unieran sus fuerzas e intereses. Esto, obvia y lógicamente, no ha cambiado un mes y poco después.

Poca gente en España sabe que en el mundo anglosajón a los portugueses, a los italianos, a los irlandeses, a los griegos y a los españoles se nos conoce por el término CERDOS. Vale, vale, no es cerdos tal cual, es solo que se han dedicado a formar un acrónimo, usando la primera letra de estos países europeos, que recuerda -por fruto del sagrado azar, claro- a la palabra CERDOS en inglés (PIIGS). Se escribe casi igual, desde que en 2011 se añadiera a Irlanda al pack, tiene dos is, pero su pronunciación en inglés no deja lugar a dudas, dicen «cerdos» para hablar de nosotros. ¿Y cómo esto no abre telediarios? Muy simple: no interesa.

Como suele ocurrir, desde fuera de estos países, se nos junta mucho más de lo que nos vemos juntos a nosotros mismos. Especialmente, después de una campaña estratégica en la que se nos ha reeducado en la idea de que la economía española no tiene nada que ver con la portuguesa, la italiana, la irlandesa o la griega. Y si no tenemos nada que ver, ¿por qué han creado fuera un acrónimo para referirse a todos nosotros? Es útil, porque en común tenemos problemas de déficit y de balanza de pagos; y, a juzgar por el respeto con el que se nos trata, el estorbo y lastre que suponemos, para la unión de los países más viejos del mundo.

Como siempre, la política exterior -que sí que debiera ser tratada como materia sagrada- sufre con los vaivenes de la agenda electoral. Así, nos encontrarnos a Mariano Rajoy, presidente del gobierno de España, y a Pedro Passos Coelho, primer ministro de Portugal, diciendo, algo así, como que Tspras es un conspiranoico que busca “chivos expiatorios” por decir que la culpa de su “fracaso” es de España y Portugal. Sabiendo ya que dicho fracaso es una ilusión mediática, podemos prestar atención a que ambos presidentes se encuentran a la batuta del gobierno con unos partidos de centro derecha, el Partido Popular y el Partido Social Demócrata, respectivamente, muy asfixiados por los indicativos de sus países, que no prevén una victoria próxima, sino, mucho más peligroso -para ellos y sus amigos de partido-, el ascenso de una izquierda como no se ha visto en Europa desde los años ochenta*.

Tristemente, los ciudadanos portugueses, italianos, irlandeses, griegos y españoles, que nos encontramos defendiendo los mismos criterios de igualdad y justicia social a pesar de los juegos partidistas de nuestros países, vamos a tener que aguantar que se hable de nosotros, sin prestarnos el más mínimo de atención realmente. Tristemente, no se nos va informar sobre aquello que podemos cambiar si los países del sur convergiéramos en propuestas. Tristemente, desde fuera se informará de esta guerra de los cerdos y desde dentro, se evitará hablar de política exterior, justificando por omisión que el presidente de un gobierno democrático (Mariano Rajoy en nuestro caso) pueda ningunear al gobierno de un país amigo que se encuentra en un momento histórico muy complicado que, además, comparte multitud de intereses con España, y que puede ayudarnos, junto con Portugal, Italia e Irlanda a renegociar nuestra posición en la Unión Europea.

*¿Y qué pasa si no quiero que se eleve ese gran poder de izquierdas? En esta postmodernidad informacional nos estamos acostumbrando a ver la política desde una perspectiva pragmática, algo que a pesar de ser vulnerable a cierto sesgo ideológico -por eso de que la ideología siempre existe y que el centro es una ilusión óptica- otorga una permeabilidad a los discursos políticos haciéndolos objetos de estudio del pensamiento crítico. Con estas gafas, cabe recordar también, que la izquierda siempre se ha hecho más fuerte -a cacelorada y puño en alto- después de que la ciudadanía haya tenido que soportar políticas déspotas, por lo que, no es alarmante, sino un proceso histórico usual. Algo así como si la madre naturaleza de la política tratase de reequilibrar al estado. Por lo cual, frente al alarmismo, es mucho más recomendable utilizar la cultura política y comenzar a criar ciudadanos, que lejos de casarse con un partido político, encuentren en estos las herramientas útiles para manejar la política nacional de acuerdo a una ideología, que no es otra cosa que los valores de vida llevados a la política.