Vivimos tiempos de incertidumbre. En Europa, países harto endeudados son presionados para imponer una austeridad que medra paulatinamente el sistema del bienestar, mientras los parlamentos ven copados sus escaños por nuevas formaciones que intentan ofrecer una alternativa a través del cambio. Alternativa que en algunos partidos, tales como Amanecer Dorado en Grecia o el NPD (Nationaldemokratische Partei Deutschlands) en Alemania han tomado tintes autoritarios, y ven en la inmigración y en la democracia fuentes de corrupción y pobreza. Conviene hacer un stop y reflexionar sobre eso que se llama democracia, que tan poco suele interesar al ciudadano de a pie y tantos beneficios puede ofrecer.
Con la crisis económica han aparecido o se han fortalecido en el espectro político europeo partidos de carácter autoritario y antidemocrático
Pero antes de mirarnos en el espejo político… ¿Qué es eso de democracia? No estamos por la labor de remitirnos a sus más estrictos orígenes allá por la Grecia antigua. Si por algo se define la democracia (moderna, se entiende), es por dos conceptos igualmente importantes y que muchas veces se pasan por alto cuando leemos la prensa o soltamos todo tipo de improperios sobre el sistema en que vivimos: separación de poderes y soberanía nacional.
La democracia moderna posee dos claves que son ventajas principales sobre el resto de sistemas políticos: la soberanía nacional y la separación de poderes
Respecto a la primera, ya por la Francia del siglo XVIII el barón de Montesquieu, en su obra El espíritu de las leyes, señalaba la importancia de separar las tres principales funciones del Estado (la legislativa, la ejecutiva y la judicial) para así mantener un sistema más igualitario y sin excesos de poder por parte de la Corona o del pueblo. El mismo siglo vería dos acontecimientos igualmente destacables: la independencia de los Estados Unidos de América y la Revolución Francesa, con todas las aplicaciones de teoría política que trajeron consigo y una en especial: la soberanía nacional o derecho de la sociedad a regirse por sí misma a través de sus representantes. Hablando en plata, el voto.
Un siglo más tarde le llega el turno a España, y desde 1812 hasta el cercano 1978 han desfilado hasta ocho constituciones, cartas magnas y dictaduras aparte. Y, sin embargo, la crisis económica, el refuerzo de los medios coercitivos de las libertades ciudadanas (recordemos la Ley de seguridad ciudadana o los despliegues de la autoridad en las manifestaciones del pasado 2014) y el destape de un caso de corrupción tras otro han derivado en la percepción del sistema político vigente como un círculo cerrado, una suerte de casta privilegiada que copa las altas esferas de un sistema pensado por y para determinados círculos de poder. Sin embargo, algunos apuntes merece dicho comentario, tan en boga como está.
Primero, veamos de dónde venimos para ver a dónde vamos. Nuestra sociedad, los ciudadanos, las costumbres, todo, tiene sus raíces más cercanas en los años anteriores a la actual democracia. Somos, queramos o no, herederos del franquismo. Y por mucho que Franco insistiera en que su régimen era una democracia orgánica, de democracia no tenía más que la “d” de dictadura, aunando en un sólo organismo las tres funciones del Estado comentadas arriba y estableciendo una relación con la sociedad pura y sencillamente vertical.
Lo que pervivió en la Transición no fue el sistema político. La separación de poderes se estableció con la llegada en 1978 de la Constitución, pero lo que pervivió… (¡Y menos mal!) fueron millones de ciudadanos, trabajadores acostumbrados a un trato determinado con la Administración Pública y funcionarios acomodados en el régimen dictatorial, único que muchos de ellos conocían. No se trata de una justificación, sino de un hecho: las relaciones clientelares del franquismo sobrevivieron al mismo, y tras casi cuarenta años de represión y cerrazón, con la llegada de la democracia se optó por un sistema tendente al equilibrio, como tantos otros en Europa. El miedo a “los rojos” en plena Guerra Fría había calado, y dar rienda suelta a partidos amistosos con el bloque comunista era perder favores de Estados Unidos. Esto quiere decir que el voto al partido ya establecido prima sobre el de nuevo cuño, si. Que determinadas comunidades autónomas obtienen un menguado número de representantes si lo medimos proporcionalmente a la población de las mismas, también.
Sin embargo, no hay barrera que la sociedad no atraviese, y estamos viviendo un tiempo de cambio. Un cambio hacia otra forma de hacer política, en la que las relaciones entre ciudadano y representante, favorecidas por las redes sociales y las aplicaciones web, se estrechan. Un cambio en el que todo ciudadano es libre de participar, siempre que se desquite la pereza. El desempleo y las consecuencias más directas de la recesión económica han sacudido a la sociedad del letargo de la comodidad, y las carencias del presente sistema están quedando reveladas ante una mayoría cada vez menos silenciosa. Ha llegado el tiempo del dominio de la coalición sobre la mayoría absoluta, de la transparencia sobre la opacidad, de las personas sobre los partidos. La decisión de participar en el cambio, en la búsqueda de una democracia más equitativa, está en tus manos.