El pasado sábado 7 de noviembre, el Presidente de la Republica Popular China (RPCh), Xi Jinping y el Presidente de la Republica de Taiwán –o Republica de China, oficialmente- Ma Ying Jeou, mantuvieron el primer encuentro formal a nivel de Jefes de Estado tras 66 años de ignorancia mutua a este más alto nivel.

El encuentro ha sido planteado por ambos mandatarios como el inicio de un nuevo camino, en donde Taiwán no pretende ser independiente, si bien lo es absolutamente a todos los efectos. Para el Presidente Xi y para el gobierno de Pekín la “provincia rebelde” de Taiwán es una causa belli innegociable al considerar que debe retornar a China como una provincia más y no duda en mostrar la más enérgica protesta ante cualquier titubeo de otros países de aproximación a la isla.

En el encuentro de Singapur recientemente celebrado, ambos líderes han asumido continuar con el llamado “consenso de 1992”, un concepto político que implica aceptar que sólo existe una única China, pero que cada entidad tiene derecho a definir individualmente cual es su concepto de China.

Taiwán es, de hecho –aunque no necesariamente de derecho para la casi totalidad del planeta, un país absolutamente independiente. Incluso durante largas décadas era la única China reconocida por EE.UU y la ONU. En 1949 Mao Tse Tung proclamó la Republica Popular China (RPCh) pero ello no alcanzó a la isla de Taiwán donde su dirigente, Chang Kai-Shek proclamó la Republica de China, con capital en Taipei, defendiendo que la auténtica China era la que el presidía y que por supuesto alcanzaba a todo el territorio continental. Así, desde entonces se ha empleado dos nombres para definir este país independiente en la práctica: Republica de China o República de Taiwán.

Occidente reconoció a Taiwán como legítimo gobierno de China hasta 1971, en donde su puesto fue cedido a la RPCh. De hecho, Taiwán “fue vendida” a los supremos intereses de la geoestrategia internacional. Nada importó que la China de Mao fuera una abyecta dictadura comunista ni que Taiwán era un aliado firme de Occidente de EE.UU. La “real politik” se impuso.

De hecho, en 1979 Washington estableció relaciones diplomáticas con Pekín y asumió que sólo existía una única China, rompiendo con Taiwán. Pero como la hipocresía internacional no tiene límites, EE.UU sigue siendo el principal defensor de Taiwán, al que da apoyo económico y militar. La paradoja es que el “estado de guerra” entre Taiwán y la RPCh se mantuvo hasta 1979, y que aunque la isla evolucionó de un sistema autoritario a una democracia parlamentaria mientras la RPCh se mantuvo en su modelo de comunismo capitalista propio del país, nada ha valido la transición democrática taiwanesa para que EE.UU y Occidente proclamaran que podía ser posible mantener relaciones con ambos países al mismo nivel. La RPCh ha impuesto su poder económico al resto del mundo…o casi todos.

En la actualidad Taiwán es un país que ha superado su pasado de dictaduras militares y es plenamente democrático. Un ejemplo para Asia y para la zona, en donde aún perviven dictaduras comunistas, neo-comunistas o militares como Myanmar, Laos, Vietnam, Corea del Norte o la misma RPCh, con las que no hay ningún empacho en mantener relaciones diplomáticas. Pese a sus elevados estándares de democracia, desarrollo económico y potencia comercial mundial, sólo 22 países reconocen diplomáticamente a Taiwán: en Europa sólo el Vaticano y los restantes países son muy insignificantes.

En África sólo Burkina Faso, Sao Tome y el Reino de Swazilandia mantienen relaciones plenas. En América Latina, destacan 12 países, como Panamá, Paraguay, Haití u Honduras. El resto son países o micro estados, como Tuvalu, Nauru y Kiribati en Oceanía, entre otros. Boicoteada su presencia en los organismos internacionales, la política de la RPCh es que quien mantenga relaciones con Taiwán no pude mantenerlas con Pekín, en una especie de chantaje internacional que ni tan siquiera Corea del Sur en la actualidad (con respecto a Corea del Norte) ni la Alemania Occidental en su momento (respecto a Alemania Comunista-Oriental) impusieron nunca. Pero Europa, EE.UU y la inmensa mayoría de los países del mundo –lo más paradójico, toda Asia, en donde se sitúa Taiwán- aceptan el dictado de la RPCh.

Sin embargo, Taiwán es una potencia económica de primer orden que se ha “reinventado” en sus relaciones internacionales. Dado que nadie puede desconocer ese potencial y energía, sus relaciones se configuran a través de “oficinas comerciales, económicas o culturales”. Los taiwaneses son especialmente hábiles y así mantienen relaciones “no diplomáticas” con la Unión Europea y con casi 50 países mediante esta formula “ad hoc”. De facto, funcionan como embajadas, y por supuesto el pasaporte de la “no reconocida” Taiwán sirve para viajar por todo el mundo, y cualquier ciudadano español puede visitar el país sin mayores problemas.

También España mantuvo relaciones diplomáticas oficiales con Taiwán, hasta 1973. El régimen dictatorial de Franco las rompió en ese momento precisamente para establecerlas con la comunista China, en una prueba de pragmatismo surrealista indecente de quien se consideraba adalid del anticomunismo, pero que antepuso los intereses económicos y la presión de la potencia que sería posteriormente la actual RPCh.

Taiwán existe y es un país democrático. Un país con instituciones fuertes, con una economía pujante, con una clase media desarrollada y con mucho que aportar a las relaciones económicas, comerciales, culturales e internacionales. Un país donde hay alternancia en el gobierno y en su Presidencia, lo cual no sucede en modo alguno en su vecino pseudo-comunista.

¿Cuáles son los puntos fuertes de Taiwán, frente a la RPCh? Taiwán tiene una regulación empresarial muy flexible y muy similar a Europa y EE.UU. Su nivel educativo es muy elevado, siguiendo el modelo de Corea del Sur. Gran parte de su población es bilingüe. La formación profesional de los trabajadores es elevada.

La conciencia laboral de los taiwaneses está muy orientada al servicio, lo cual es básico para una buena relación comercial y de servicio al cliente. Por otro lado, Taiwán es un país estable políticamente y en el ámbito económico, que no debe hacer frente a las incertidumbres que tiene la RPCh con sus minorías, con el Tíbet y con otros elementos críticos hacia el futuro.

En el ámbito comercial, se reconoce que los productos taiwaneses gozan de excelente calidad y el trato es profesional y serio. Los habitantes de la isla poseen progresivamente un poder adquisitivo creciente y sigue incrementándose. El paro es casi inexistente y el gobierno se esfuerza sin lugar a dudas en atraer inversiones extranjeras, aunque sea de países con los que no mantiene relaciones diplomáticas. Un ejemplo de ello es que el impuesto sobre sociedades es de los más bajos de esa zona geográfica.

Taiwán tiene una escasa población comparada con la RPCh. Son apenas algo más de 23 millones de habitantes, pero es la 22ª economía del mundo en términos de PIB y ocupa el puesto 20 y 21 respectivamente como mayor importador y exportador. En el 2014 su crecimiento fue del 3,5 por ciento y se espera que sea superior en el 2015.

Taiwán es un país que no desea agredir ni usar la fuerza para imponerse, al contrario de la RPCh. Un país independiente que no le ilusiona en absoluto integrarse como provincia en China. Las promesas del Presidente Ma frente a su homólogo de la RPCh pueden quizá servir de poco; los ciudadanos de Taiwán no muestran ningún entusiasmo a ser absorbidos por el régimen de Pekín, y aunque muchos no desean proclamar la independencia real –porque hay una amenaza militar permanente de Pekín- también es cierto que las encuestas parecen predecir que las elecciones del próximo 16 de enero de 2016 darán el triunfo a la oposición, el Partido Democrático y Progresista (PDP) que defiende la independencia –aunque quizá nunca la declarará realmente.

Al Kuomintang (el partido en el gobierno actual) le ha pasado factura la política del Presidente Ma, que ha firmado acuerdos económicos, comerciales, turísticos y de inversión con la RPCh, lo que ha permitido rebajar la tensión larvada durante décadas pero ha incorporado gran nerviosismo en la sociedad taiwanesa, crítica con la rapidez del proceso y sin transparencia suficiente, y nada deseosa de que Pekín acabe controlando políticamente la isla “rebelde”. A Taiwán los ejemplos de Hong Kong y Macao no le son especialmente amables. Se siente mucho más próximo al desarrollo económico de Corea del Sur, que a este sistema adoptado en las dos ciudades integradas ya ahora en la RPCh.

El resultado de las elecciones de febrero de 2016 se debatirá entre el candidato del Kuomintang, Eric Chu-Li Luan –alcalde de Taipei–y que ha sustituido a la candidata oficial, elegida en julio y cesada en octubre, la Sra. Hung Hsiu-Chu por sus males pronósticos electorales, y el candidato de la oposición.

Frente a Eric Chu, comparecerá con grandes posibilidades de victoria la Sra. Tsai Ing-Wen, con gran experiencia política y de gobierno, presidenta del Partido Democrático Progresista y que ha sido ya ministra de asuntos continentales entre 2000-2004, viceprimera ministra de Taiwán entre 2006 y 2007 y que en las últimas elecciones presidenciales que ganó el actual Presidente Ma, ella logró casi un 47 por ciento de votos. Y al respecto que hay que recordar que ni el Partido ni la candidata Tsai no reconocen el “consenso de 1992” por lo que Pekín debe meditar mucho sus próximos pasos sino quiere encontrarse de nuevo ante un Taiwán nada proclive a sucumbir a los cantos de sirena de la dictadura capitalista-comunista que impera en el continente y con una baza en la mano incuestionable: su gran capacidad económica y su indudable valor como potencia comercial en el mundo.

Vale la pena conocer Taiwán. Pese a su aparente soledad en el mundo, está allí y además es un ejemplo de evolución democrática y económica para una zona del mundo en donde estos dos valores, conjuntados, son escasos o defectuosos.