No puedo evitarlo. Siento vergüenza. El mundo occidental, el de los grandes descubrimientos, el de los grandes pensadores, el impulsor de los Derechos Humanos, de las grandes organizaciones mundiales, el de los filósofos que cambiaron el mundo, el de las grandes revoluciones y gestas que modificaron la sociedad, no sabe, o no quiere, actuar, ante un problema tan grave como el de los refugiados sirios: seres humanos que han perdido su hogar, su trabajo, sus familiares y amigos, su tierra. Seres humanos arrojados al río de la desesperanza, del exilio, de la insolidaridad, del rechazo. Ante semejante catástrofe no puedo evitar preguntarme para qué sirven todas esas organizaciones que hemos creado: ONU, UE, UNESCO, OMS, OTAN… son sólo siglas, letras enlazadas que abrevian un nombre rimbombante, que mantiene a una serie de individuos en una situación de privilegio. Son entidades sin alma que miran a los hombres como si fueran como ellos, seres sin alma. Pero los refugiados sirios, los emigrantes que buscan una tabla de salvación a sus vidas iniciando su periplo hacia Europa, tienen sentimientos, son seres humanos que precisan ayuda. Claro que… ¿Quién puede esperar ayuda de su verdugo? ¿Quién vende las armas que provocan la destrucción, la muerte y la huida masiva de estas gentes?¿Quién se beneficia de la utilización de las bombas, de la explotación de seres humanos para la obtención de diamantes o del coltán? Occidente provoca el problema y luego pretende desentenderse de la solución. Este mundo occidental, lejos de recordarme al mundo de las grandes hazañas en materia social, me recuerda al occidente de la esclavitud, de las cruzadas, de las conquistas a sangre y fuego, me muestra la faz más desfigurada que ha tenido nunca, el comportamiento más ruin de su Historia.

24 de septiembre de 2015