En el siglo XXI el ideal de belleza ha cambiado drásticamente en contraste con los cánones de finales del siglo pasado y las modelos son las primeras en sufrir las consecuencias. ¿Existe un límite que marque la diferencia entre belleza y salud?
Los medios de comunicación y las redes sociales nos dicen, o mejor, nos imponen unos prototipos de belleza a los que tenemos que adaptarnos si lo que buscamos es el reconocimiento de la sociedad. Pero ¿hasta qué punto decidimos nosotros lo que nos gusta o lo que no? ¿Podemos aplicar aquello de “todo vale” en el mundo de la moda?
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La tendencia de los últimos años está clara: las portadas de las revistas de moda más prestigiosas y los desfiles de los grandes diseñadores exhiben modelos escuálidas, pálidas, con el pelo lánguido y el rostro entristecido. Las alarmas saltaron en 2009 gracias a escándalos como el de Filippa Hamilton, una modelo que denunció públicamente que Ralph Laurent (la marca para la que trabajaba desde hacía siete años) había usado Photoshop de forma abusiva para estrecharle la cintura, los brazos y las piernas en una campaña que solo fue vista en Japón y que prácticamente hacía apología de la anorexia.
Poco a poco grandes nombres de la industria se han ido revelando contra cánones de belleza que no solo son imposibles, sino que además juegan con la salud del público más influenciable. El año pasado la top Cara Delevigne se retiró del mundo de la moda, alegando que durante su carrera había tenido problemas psicológicos debido al rechazo que la industria le hizo sentir hacia su propio cuerpo. La española Blanca Padilla también declaró que los trastornos alimenticios estaban a la orden del día en el mundillo: “no te voy a decir que nunca he oído a una compañera vomitar en el baño”.
¿Cómo asimila todo esto el público? Que se lo pregunten a la modelo Gigi Hadid (uno de los últimos fichajes de Victoria’s Secret) que tuvo que soportar un aluvión de críticas en Instagram por “estar gorda”. Sin embargo (y afortunadamente), muchas voces se han alzado en las redes para denunciar esta situación tan lamentable como preocupante. En abril del año pasado, la bloguera de moda Alicia Santiago se mostraba indignada por la apariencia triste y lánguida que mostraban las modelos de Zara en una de sus colecciones. No fue esa la única vez que Amancio Ortega se vio rodeado de polémica, ya que unos meses más tarde la página Change.org recogió firmas para que se retiraran los maniquíes de todas las marcas de Inditex, ya que estaban muy lejos de rozar las medidas de una mujer real sana. Otra empresa española que tampoco se libra es Mango, que para la temporada primavera-verano 2014 contrató como imagen a la top Daria Werbowy, quien no parecía ni saludable ni mucho menos contenta en las imágenes de la nueva colección. A pesar de esto, hay marcas que se han beneficiado aprovechando la demanda de “belleza real” como la marca de lencería Lane Bryant que alcanzó una enorme difusión gracias a su campaña “I’m No Angel”.
La mejor solución sería que dejáramos de consumir productos de moda (medios especializados incluidos) que tengan como imagen a una “mujer escoba”. Sin demanda, no hay oferta. Como desgraciadamente no se prevé que eso vaya a suceder en un futuro próximo, algunos gobiernos ya han comenzado a tomar medidas al respecto. El 26 de marzo del pasado año, cientos de empresas de la industria de la moda en Dinamarca firmaron un código ético que velaba por la salud y el bienestar de las modelos. Poco después, Francia aprobó una ley que obliga a las modelos a presentar un certificado que confirme que su IMC está dentro de los “niveles definidos” según las autoridades sanitarias del país galo.
Lo que está claro es que aun queda mucho por luchar para que la sociedad deje de decantarse por ideales de belleza que no solo pueden perjudicar nuestra salud, sino que además resultan desagradables desde el punto de vista estético. Cada mujer es única y diferente al resto, por tanto, no puede haber un único ideal de belleza. No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras haya personas que se sigan lucrando a costa nuestro bienestar físico, pero sobre todo mental.
¿Vosotros qué opináis?