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La Doctrina Monroe podemos interpretarla en dos sentidos: primero, como una declaración unilateral con proyección hemisférica de la política norteamericana del aislacionismo; y segundo, como una estratégica a los efectos de evitar cualquier avance europeo en el continente americano. Que si bien en el mensaje se habla de que los Estados Unidos no admite la intromisión de ninguna potencia extranjera en el continente “americano”, sin embargo esta alusión estaba dirigida principalmente contra Inglaterra y sobre todo contra los designios que Inglaterra tenía en cuanto a la isla de Cuba. Inglaterra había propuesto a los Estados Unidos una declaración común americano-británica que alertase a las potencias europeas contra cualquier tentativa de reconquistar Hispanoamérica. A este propuesto británico, los Estados Unidos  plantearon como condición, que Inglaterra reconociese, en primer lugar, la independencia de las antiguas colonias hispanoamericanas. Inglaterra procuró esquivar la petición norteamericana. Lo cierto es que, en 1823, en los Estados Unidos imperaba un sentimiento anti-británico bien fuerte, porque sospechaba que Inglaterra intentaba colaborar con la Santa Alianza, aparte que después de la última guerra americano-británica de 1812, Inglaterra mostraba indiferencia e incluso antagonismo hacia los Estados Unidos. La consecuencia más importante de la Doctrina Monroe para los Estados Unidos, es que es la doctrina de América para los americanos, o un tanto sarcásticamente, como la doctrina de América para los Norteamericanos. Esta doctrina logro detener una doble amenaza: la de los rusos que trataban de extenderse por la costa de Pacífico, y la de las potencias de la Santa Alianza, deseosas o susceptibles de inclinarse a socorrer a España en sus posesiones americanas. Para el 4 de marzo de 1845, la anexión de Texas pudo lograrse mediante una trampa legal. El gobierno mexicano protestó de inmediato ante esta medida. México jamás había manifestado que la anexión de tal territorio a la Unión Americana seria considerada como un acto de hostilidad y una causa suficiente para la declaración de la guerra. México terminó perdiendo Texas, California, Nuevo México y reconociendo el rió Bravo como límite meridional como su nueva frontera con los Estados Unidos. En 1885, los Estados Unidos superaban a Inglaterra en producción de productos manufacturados y a finales de siglo consumía más energía que Alemania, Francia, Austria-Hungría, Rusia, Japón e Italia juntos. Los aumentos de producción, vías de acero y el kilometraje de las vías férreas sobrepasaban con creces cualquier línea europea. Hubo tentaciones de parte de los dirigentes norteamericanos para crear un verdadero imperio con tanto aumento en poderío, así tenemos las ideas del secretario de estado Stewars de anexionar México y Canadá, o del gobierno de Grant (1869-1877) de anexionarse la Republica Dominicana y la isla de Cuba. Este era el estilo de pensamiento de las potencias europeas, pero el senado de los Estados Unidos se preocupó más de los asuntos domésticos, como por ejemplo, el de aumentar y mejorar el ejercito que en 1890 era inferior al búlgaro y las fuerzas navales muy inferiores que las italianas Así bajo este escenario termina el siglo XIX para la nueva potencia del mundo, y crea las bases de lo que sería el perfeccionamiento de la política expansionista e imperialista de los Estados Unidos durante el siglo XX. La verdadera historia de la Doctrina Monroe comienza a fines del s.XIX, cuando el gobierno norteamericano se transformó en uno de ofensiva, y esta sirvió para justificar las anexiones norteamericanas. En la conferencia de Berlín, las superpotencias europeas se repartieron a África que era el último territorio virgen que quedaba por repartir. Países que habían llegado tarde a la repartición, como Alemania y los Estados Unidos, no conformes con él, fijaron ojos en colonias de países decadentes como lo eran Portugal y España. En 1898 Estados Unidos ya contaba con una marina moderna, y en enero de ese mismo año el acorazado Maine salio rumbo a la Habana, Cuba en visita de “cortesía” después de diversos incidentes diplomáticos con España. En un accidente estalla el acorazado Maine, y esto les entrega la justificación que los norteamericanos necesitaban para exigirle a España que se retirara de Cuba, y empezó a movilizar tropas de voluntarios hacia la isla. España respondió declarando la guerra a los Estados Unidos, dando origen a la llamada guerra Hispanoamericana donde España perdió sus últimas colonias, Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Guam, las islas Marianas y las islas Carolinas en Micronesia. El elemento rector de esta doctrina es la no intervención; pero desde el punto de vista norteamericano ha sido proclamada bajo un espíritu unificador; mientras que el mismo principio en la mente de los gobiernos latinoamericanos nació de la desunión del continente. La no intervención implica un no hacer, en términos de respeto a la soberanía; por lo que habrá convivencia en la medida en que se respeta la soberanía de los demás. La cooperación, por el contrario, implica un hacer. Poner al servicio de todos, aquellos elementos que se tienen en común. El Corolario de Theodore Roosevelt a la Doctrina Monroe (1904) en el que habla igualmente de la no intervención en sí, reclama este derecho para EE.UU. a los efectos de hacerse responsable del orden en interés de la civilización. No obstante lo dicho sobre la Doctrina Monroe, no hubo defensa continental por parte de EE.UU. frente a la invasión británica a las Islas Malvinas en 1833 sin olvidar que ya habían sido invadidas por una fragata norteamericana en 1831, así como tampoco la hubo frente al bloqueo a Venezuela en 1902 por las armadas de Italia, Gran Bretaña y Alemania para cobrar compulsivamente la deuda pública que este país tenía con aquellos gobiernos, motivando el pronunciamiento del Canciller argentino Luis María Drago bajo el principio de que: «la deuda pública no puede dar lugar a intervención armada, ni menos a la ocupación material del suelo de las naciones americanas por una potencia europea»3. Drago hacía referencia en su comunicación al gobierno norteamericano, que este principio ya estaba proclamado en la Doctrina Monroe. La respuesta del gobierno de EE.UU. fue que impediría la intervención de cualquier potencia extra-americana para el cobro de las deudas contractuales, pero intervendrían ellos mismos a los efectos de que se haga la justicia del caso. Lo importante, en este caso, para EE.UU., no era proteger a un país bajo una situación como la que vivía Venezuela, sino evitar que la actitud coercitiva asumiera la forma de adquisición de territorio por una potencia no americana. EE.UU. mantenía una actitud aislacionista, que rompió con los inicios del Panamericanismo. Su campo de acción principal, en tanto y en cuanto respetara las inversiones británicas, era Centroamérica y el Caribe; mientras que Gran Bretaña tenía como esfera de influencia al resto del ‘subcontinente’ a través de una política neocolonial basada en relaciones comerciales asimétricas, e inversiones. Dadas las circunstancias de la época, era muy probable que EE.UU. interviniera en un Estado Americano (centroamericanos y del Caribe) porque corriera el peligro de una invasión por un Estado extra-Americano; especialmente si éste era Gran Bretaña. Debemos saber que en 1901, EE.UU. y Gran Bretaña habían firmado el Tratado Hay –Pauncefote, que anulaba el Clayton – Bulver de 1850, en el que se establecía una división expresa de «esferas de influencia», al otorgarle a EE.UU. la responsabilidad por la construcción de un canal interoceánico en el Istmo de Panamá, a la vez que por la seguridad de la región. Este era un motivo valedero por el que EE.UU. podría no querer entrar en conflicto con Gran Bretaña.