¿Qué es el mandarín? Intentar explicar qué es la lengua china estándar o mandarín no es tarea sencilla, puesto que para ello nos enfrentamos a tópicos y equívocos muy extendidos e interiorizados en Occidente. El mayor de todos ellos, y prácticamente la madre del problema en sí mismo, es el hecho de considerar el mandarín como la lengua vehicular del pueblo chino. Nada más lejos de la realidad. El mandarín no es la lengua materna de los 1.300 millones de habitantes del gigante asiático, sino solo una lengua de comunicación con apenas setenta años de vida. Hasta el advenimiento de la República Popular China, en 1949, China no poseía lengua común alguna que uniera al país. La pregunta que asoma al instante es: ¿cómo se comunicaban los chinos de las distintas regiones del país antes de la adopción del mandarín como lengua oficial del Estado? La lengua escrita, por ser la misma para todos, fue la lingua franca hasta 1949.
El mandarín, que en chino se llama Pu Tong Hua (lengua corriente), toma su fonética del dialecto de Pekín, del cual difiere un poco en cuanto a expresiones y vocabulario. En el resto del país se hablan cientos de lenguas (llamadas dialectos por el Gobierno) que los lingüistas han agrupado en un puñado de grandes grupos dialectales. A saber: wu, hakka, cantonés, minnan, minbei, gan, xiang y mandarín. Estos grupos dialectales solo conciernen a las lenguas chinas de la familia sino-tibetana, sin incluir, claro está, a las demás lenguas que se hablan dentro del territorio chino y que no pertenecen a dicha familia lingüística: el coreano, el mongol, el manchú, el ruso y todas las lenguas altaicas que se hablan sobre todo en la provincia de Xinjiang.
El mandarín es una lengua tonal, como todas las lenguas de la rama sinítica de la familia sino-tibetana, pero su fonética es la más sencilla de entre todas ellas. Cuenta con cuatro tonos vocálicos (el cantonés tiene ocho), que sirven para diferenciar las palabras homófonas, tan comunes en chino. Según el tono que se emplee, el sonido Ma puede significar madre, cáñamo, caballo o insultar. Para evitar confusiones, el chino forma las palabras con dos caracteres que o bien tienen el mismo significado, o bien están relacionados semánticamente. En la lengua escrita se permite la omisión del segundo carácter ya que la probabilidad de confusión es mucho menor.
El chino escrito cuenta con unos cincuenta mil caracteres, de los cuales solo se utiliza una décima parte en la vida cotidiana. El conocimiento de tres mil caracteres es suficiente para poder desenvolverse con soltura dentro de la sociedad china, mientras que saber más de siete mil eleva a una persona al rango de erudito. Los cincuenta mil anteriormente citados corresponden a la suma de todos los caracteres creados a lo largo de los cinco mil años de historia del país asiático.
Desde 1949, y con el propósito de extender la alfabetización a la totalidad de la población, el gobierno chino impuso la simplificación de los caracteres que contenían más trazos, y adoptó esta nueva forma de escritura como la oficial en todo el territorio chino continental. Quedaron al margen Taiwán, Hong-Kong y Macao, donde se sigue escribiendo a la antigua usanza, si bien es cierto que en Taiwán se están sentando las bases para una futura simplificación al modo continental. También los chinos de la diáspora continúan escribiendo según la forma tradicional.
El chino y la diáspora
La diáspora china cuenta con unos treinta millones de individuos repartidos por todo el planeta, principalmente en el Sudeste Asiático, Australia, EE. UU., Inglaterra y Sudáfrica. Los emigrantes chinos llevaron consigo el dialecto chino que tenían por lengua materna. El más extendido es el cantonés, porque el puerto de Cantón fue durante mucho tiempo el único en el que las autoridades chinas permitían la arribada de barcos extranjeros para comerciar. Por tanto, Cantón era el único punto desde donde los chinos podían salir al extranjero.
No obstante, la historia de la diáspora china comienza en el siglo XV con la expedición naval del eunuco de etnia Hui (musulmana) Zheng He, quien en 1421 partió de China al mando de una flota de más de cien buques de gran eslora que llegó hasta las costas del África Oriental. A lo largo de su periplo, los chinos fueron estableciendo colonias en Filipinas (Manila era una ciudad china), Siam, Malasia, Indonesia, que harían prosperar el comercio en los océanos Pacífico e Índico. Aquellos chinos nunca regresarían a su patria, aunque tampoco serían asimilados por la población nativa, la cual, por el contrario, se vio fuertemente influenciada por la cultura china.
Por todo el Sudeste Asiático se puede encontrar trazos de la cultura china. Si bien ningún estado de la zona utiliza el chino como lengua oficial, con la excepción de Singapur, la presencia de caracteres chinos es constante en el paisaje cotidiano. De hecho, la lengua china es para Asia lo que el griego y el latín son para Europa. El paradigma de la sinización es el Japón, país en el que prácticamente todo proviene de China. El alfabeto principal de los tres con que cuenta la lengua japonesa está compuesto por entero, por Hanzi (caracteres chinos), que en japonés se pronuncia Kanji, aunque se escribe de igual forma, con la salvedad de que en japonés se utiliza la grafía tradicional.
En el siglo XIX se produjo una segunda oleada de inmigrantes chinos, esta vez hacia el continente americano, sobre todo a Estados Unidos. Los americanos los contrataban para trabajar en la construcción del ferrocarril, la minería, etc. Fueron tratados como esclavos, pero su tenacidad les valió para ser una de las minorías más respetadas actualmente en aquel país.
Durante la segunda oleada de inmigración, los oriundos de la provincia de Fujian, situada al norte de Cantón, fueron los segundos en importancia, siempre por detrás de los cantoneses, que solo en el siglo XX vieron cómo les era arrebatada la dudosa corona de campeones de la emigración en favor de las gentes de la provincia de Zhejiang, al norte de Fujian, la cual nutre casi en exclusiva la diáspora china actual. Sin ir más lejos, casi todos los chinos residentes en España proceden de una prefectura de esa provincia: Qingtian.
Los chinos de ultramar han conservado intacta su cultura y su lengua materna, que insistimos no es el mandarín; se han mezclado poco con los nativos de los países de acogida y, sobre todo, se han organizado muy bien en términos sociales, con la creación de escuelas y periódicos en lengua china. Sólo en España, existen ya decenas de publicaciones de prensa china de frecuencia semanal. Éstas se pueden adquirir en las tiendas de alimentación chinas u orientales en general.
Lengua de futuro en China
Desde la década de los 90 del siglo pasado, el mandarín ha sido elevado al rango de lengua de negocios, y hoy se imparten cursos en casi todas las facultades de economía importantes. Su número de estudiantes fuera de China se ha multiplicado exponencialmente, y sigue creciendo el interés por aprenderla. De todas formas, debido principalmente a su gran diferencia con las lenguas indoeuropeas, es difícil imaginar que el mandarín sustituya al inglés como lengua internacional de comunicación. No obstante, precisamente fue esa la idea de los primeros jesuitas que se presentaron ante la corte Ming durante el siglo XVII: hacer del chino una lengua universal. El italiano Matteo Ricci, entre otros, la tuvo en mente, pero la Iglesia romana acabó imponiéndose al excesivo prosinismo de aquellos primeros jesuitas.
La vitalidad o el futuro del mandarín no deben buscarse en su extensión por el mundo, sino más bien en su extensión por China. Ese es el verdadero reto al que se enfrenta el mandarín. En los ya más de setenta años de historia como lengua estándar del pueblo chino, el mandarín aún sigue bregando por convertirse en la lengua estándar. La razón es muy simple: la mayoría de los chinos nunca dejan en desuso sus lenguas o dialectos maternos. Ni siquiera los primeros dirigentes del país utilizaron el mandarín con preferencia a su lengua materna. Mao Tse-Tung y Zhou En-Lai nunca llegaron a dominarlo, y en las reuniones de gobierno a veces hablaban cada uno su propia lengua, lo cual no representaba problema alguno porque todos los líderes comunistas habían aprendido varios dialectos cuando convivieron juntos durante la Larga Marcha.
Así pues, el mandarín es una lengua de futuro para los propios chinos, y deberán esforzarse bastante para generalizar su uso, ya que por ahora, excepto en las grandes ciudades, se habla mucho más la lengua local que la oficial.
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