En agosto de 1941 frente a las costas de Terranova se reunieron en un crucero Churchill y Franklin Delano Roosevelt. Los resultados de esa reunión pretendían crear un verdadero nuevo orden al estilo norteamericano.

1. Sus países no buscan ningún engrandecimiento territorial o de otro tipo.

2. No desean ver ningún cambio territorial que no esté de acuerdo con los votos libremente expresados de los pueblos interesados.

3. Respetan el derecho que tienen todos los pueblos de escoger la forma de gobierno bajo la cual quieren vivir, y desean que sean restablecidos los derechos soberanos y el libre ejercicio del gobierno a aquéllos a quienes les han sido arrebatados por la fuerza.

4. Se esforzarán, respetando totalmente sus obligaciones existentes, en extender a todos los Estados, pequeños o grandes, victoriosos o vencidos, la posibilidad de acceso a condiciones de igualdad al comercio y a las materias primas mundiales que son necesarias para su prosperidad económica.

5. Desean realizar entre todas las naciones la colaboración más completa, en el dominio de la economía, con el fin de asegurar a todos las mejoras de las condiciones de trabajo, el progreso económico y la protección social.

6. Tras la destrucción total de la tiranía nazi, esperan ver establecer una paz que permita a todas las naciones vivir con seguridad en el interior de sus propias fronteras y que garantice a todos los hombres de todos los países una existencia libre sin miedo ni pobreza.

7. Una paz así permitirá a todos los hombres navegar sin trabas sobre los mares y los océanos.

8. Tienen la convicción de que todas las naciones del mundo, tanto por razones de orden práctico como de carácter espiritual, deben renunciar totalmente al uso de la fuerza. Puesto que ninguna paz futura puede ser mantenida si las armas terrestres, navales o aéreas continúan siendo empleadas por las naciones que la amenazan, o son susceptibles de amenazarla con agresiones fuera de sus fronteras, consideran que, en espera de poder establecer un sistema de seguridad general, amplio y permanente, el desarme de tales naciones es esencial. Igualmente ayudarán y fomentarán todo tipo de medidas prácticas que alivien el pesado fardo de los armamentos que abruma a los pueblos pacíficos. Habían pasado dos meses desde ladeclaración de Londres, cuando, como resultado de la histórica reunión entre el presidente Roosevelt y el primer ministro Churchill, surgieron nuevas medidas en favor de una organización mundial. Una tarde llegó la noticia de que el presidente Roosevelt y el primer ministro Churchill se entrevistaban «en algún punto del mar,» el mismo mar donde se librara desesperadamente la batalla del Atlántico. El 14 de agosto los dos dirigentes expidieron una declaración conjunta que se conocería en la historia como la Carta del Atlántico. Este documento no era un tratado entre las dos potencias. Tampoco constituía una definición definitiva y oficial de los fines de la paz. Como el mismo documento lo expresa, era una afirmación de «ciertos principios comunes en la política nacional de nuestros países respectivos, en los cuales radican las esperanzas de un mejor porvenir para la humanidad.» La Carta del Atlántico, creación de los dos grandes dirigentes democráticos de entonces, y que entrañaba además todo el apoyo moral de los Estados Unidos, produjo una profunda impresión entre los aliados. En los países ocupados sirvió como mensaje de esperanza. Se propuso en ella el establecimiento de una organización mundial fundamentada en las verdades eternas de la moral internacional. El hecho de que tuviese poca validez jurídica no le quitaba mérito. Si en último análisis la validez de un tratado se determina por la sinceridad de sus principios, ninguna afirmación común de fe entre dos naciones amantes de la paz podría carecer de importancia. Poco después del regreso del primer ministro Churchill a Londres, después de su entrevista en alta mar, se reunieron en esta ciudad diez gobiernos, que apoyaron los principios de la Carta del Atlántico y prometieron coadyuvar en su cumplimiento en toda la medida de sus fuerzas. El 24 de septiembre, la Unión Soviética firmo esta declaración junto con los representantes de los países ocupados de Europa: Bélgica, Checoeslovaquia, Grecia, Luxemburgo, Holanda, Noruega, Polonia, Yugoeslavia y el del general De Gaulle, de Francia.

La Carta Atlántica valoraba de forma wilsoniana el concepto de seguridad, extendía las Cuatro Libertades apareciendo el acceso igualitario a las materias primas y la mejora de las condiciones sociales a nivel mundial. La Carta Atlántica consagraba la autodeterminación y el desarme. En todo caso, la Carta se redacta en un momento de cierto alivio para Inglaterra, aun estando muy débil, al estar los alemanes involucrados enormemente en el frente ruso. Churchill nunca discutió la situación de posguerra debido a que en aquel entonces una victoria estaba lejos de lograrse sin una total entrada de los EE.UU. en la guerra. Tras el torpedeo de un buque norteamericano que balizaba a un submarino alemán para ser bombardeado por la aviación británica comienza de facto la guerra contra el Eje. La entrada de iure se produce con el bombardeo japonés a Pearl Harbor (tras unas exigencias diplomáticas inaceptables de los EE.UU. a Japón sobre su retirada de todos los territorios conquistados en el Pacifico) y la declaración de guerra de Hitler y Mussolini. FDR había conseguido “entrar” en la guerra, no obstante después de los pasos lentos y seguros de su diplomacia, que de una u otra manera hubieran introducido a los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial. Hitler, Mussolini e Hiroito convirtieron unas guerras regionales extremadamente cruentas y sanguinarias en un conflicto mundial al declarar la guerra a los Estados Unidos. El empeño de Hitler por derrotar a los rusos le hizo perder su VI Ejército en el invierno de 1943, fue, entonces, cuando Roosevelt, Churchill y Stalin vieron la posibilidad de destruir al ejército alemán y en configurar un orden mundial nuevo, si bien cada uno tenía su propia visión de cómo hacerlo.

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