Esta noche, mañana, en los próximos días, asistiremos a la publicación en los medios – como un bombardeo incesante de conciencias -de los resultados de un debate que no tiene resultados. Pero esa voracidad salvaje de los grandes medios no cesa. Es necesario arrojar al exterior la imagen de una contienda, de un combate que realmente no ha existido, y de un ganador y un vencido. Aquí sólo puede ganar o perder la ciudadanía y, por desgracia, la ciudadanía, a menudo, pierde.

El debate de investidura no ha sido un desengaño, ha sido lamentable e indignante. Es de agradecer, no obstante, que se haya llegado a realizar y que alguien haya tenido la valentía de presentar un “proyecto” de gobierno.

Pedro Sánchez ha dejado su propuesta, la propuesta de un pacto que hubiera debido ser antinatura, pero que, en estos últimos años, se ha demostrado que no lo es, que lo que se le viene diciendo desde la izquierda es la cruda y descarnada realidad: que el PSOE ha dejado atrás sus principios y puede retirar de sus siglas algunas letras. Varios grupos políticos se lo han dicho hoy en la cámara: que ha sido forzado por los pesos pesados de su partido para no pactar con la izquierda. Y hoy ha quedado patente. Hoy, como tantas otras veces, el PSOE se ha dejado parte de la piel en defender un proyecto imposible: ser y no ser, al mismo tiempo. Su pecado, el de siempre, querer contentar a todos, cuando eso es irrealizable. O estás con los tuyos o estás con los otros, las medias tintas conducen a lo que les está sucediendo, un hundimiento en las arenas movedizas que ellos mismos han creado. Han acudido a su recurso manido de  arrancar el voto del miedo: o Rivera y yo, o Rajoy. Pero esa argucia no iba dirigida tanto a los representantes que ocupaban el congreso, como a los ciudadanos, en un acto de consabida seguridad de que habrá nuevos comicios. Lo que se cocía en la cámara, él ya lo sabía, y el partido también.  Ha sido una puesta en escena estudiada con todo detalle, con el objeto de recuperar los votos perdidos y poder gobernar con quien quieran, si son capaces de infundir, de nuevo, en las gentes, el miedo a la derecha que otrora tan buenos resultados les procuraron. Creo que el escenario no es el mismo. Yerran. Esta vez yerran. Han tomado el camino equivocado.

Como su objetivo era ese al que me he referido , y no otro, han presentado un programa lleno de ambigüedades, de ideas deslavazadas, de propuestas sin una sola cifra económica que las sustente, sin explicaciones de cómo se pretenden realizar las cosas, confundiendo a la audiencia entre derogaciones y reformas, rectificaciones y derogaciones. Un discurso hueco, inconexo y sin cimientos. Porque el programa no importaba. Importaba la precampaña. Los ciudadanos españoles debemos seguir siendo idiotas, a juzgar por cómo se nos trata.

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