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HISTORIA (1840-1911)
La Rebelión Bóxer
La Rebelión de los Bóxers (义和团, Yihetuan) fue la última revolución popular de la dinastía Qing, puesto que la Revolución de 1911 fue protagonizada por la burguesía con escasa participación del pueblo. Los Bóxers fueron un movimiento antiextranjero impulsado por la humillación infligida a China por el Tratado de Shimonoseki, la agresiva intrusión del cristianismo en la tradición popular y, como detonante histórico, la invasión alemana del golfo de Jiaozhou (胶州), en la provincia de Shandong (山东).
Fue precisamente en esa provincia donde en 1899 surgió el movimiento Bóxer, formado principalmente por campesinos pobres, obreros de industrias manufactureras, vagabundos, comerciantes ambulantes y demás. Los extranjeros en China los bautizaron con el nombre de bóxers porque muchos de sus miembros solo utilizaban las artes marciales como arma contra el enemigo. Sus primeras acciones antioccidentales se centraron en la destrucción de iglesias cristianas y el asesinato tanto de misioneros como de conversos chinos.
En el año 1900, con el apoyo de la emperatriz viuda Cixí (慈禧), quien quería utilizar el movimiento para atacar a los extranjeros sin que se la pudiese acusar de ello, los Bóxers extendieron sus actividades a Tianjin y Pekín. Para ganarse su favor, la emperatriz promulgó un decreto que reconocía a los Bóxers como grupo legal autorizado a expresar públicamente su descontento. Tras ese edicto, los Bóxers entraron en Pekín y realizaron manifestaciones antioccidentales, pegaron carteles revolucionarios y repartieron octavillas entre la población. Hacia la mitad de 1900, los Bóxers ocupaban casi toda la ciudad de Pekín y toda Tianjin.
En junio de ese mismo año, las potencias imperialistas reunieron un ejército de agresión (según los chinos) para acabar con la rebelión: fue el famoso Ejército aliado de las ocho potencias (八国联军, Baguolianjun), formado por tropas de Gran Bretaña, Francia, EE. UU., Rusia, Japón, Alemania, Italia y el Imperio austrohúngaro. Su objetivo era liberar la zona de las embajadas en Pekín, que en aquellos momentos se veía sometida al cerco de los Bóxers.
Las tropas extranjeras llegaron por barco a Tianjin, y allí se enfrentaron a la guarnición de la batería portuaria de Takú (大沽), como ya había sucedido en la segunda Guerra del Opio. Al principio, Bóxers y soldados imperiales plantaron cara conjuntamente a los refuerzos occidentales. Mientras tanto, en Pekín, los Bóxers asesinaron al embajador alemán en plena calle, lo cual provocó que los representantes diplomáticos británico, francés y norteamericano presentasen un ultimátum a la emperatriz Cixí exigiéndole la represión de los rebeldes, de lo contrario lo harían las tropas ocupantes. La emperatriz se enfureció y ordenó que el ejército imperial ayudara aún más a los Bóxers en su lucha contra los imperialistas. No obstante, días más tarde, al haber caído Tianjin en manos de los aliados, la emperatriz Cixí decidió retirar su apoyo a los Bóxers, que en ese momento atacaban la zona de embajadas extranjeras en Pekín.
Cuando los ejércitos aliados llegaron a Pekín por tren desde Tianjin, la emperatriz huyó a Xi’an (西安), dejando órdenes de que el ejército imperial ayudase a los invasores a eliminar a los Bóxers. Esta orden la dio para congraciarse con el enemigo y evitar posible represalias. Sin embargo, estos no estaban dispuestos a morder el anzuelo y, tras ocupar Pekín, instalaron su cuartel general en el mismísimo Palacio imperial (la Ciudad Prohibida) y sometieron a la capital a un intenso saqueo en el que participaron tanto soldados como oficiales e incluso religiosos.
En el asalto a la capital también participó un batallón de soldados chinos a sueldo de los británicos. Aunque es un hecho ocultado por los historiadores chinos, lo cierto es que dicho batallón recibió los elogios tanto de sus correligionarios de armas británicos como de la prensa occidental, quienes alabaron el ardor y el coraje mostrado por aquellos soldados chinos durante la batalla para romper el cerco a las embajadas extranjeras en Pekín.
En 1901, el gobierno Qing firmó un protocolo con los vencedores. Dicho protocolo supuso un duro golpe para la soberanía del pueblo chino. En él se estipularon toda una serie de sanciones económicas contra China y diversas prerrogativas a favor de los aliados: se impusieron fuertes indemnizaciones al gobierno Qing, tomándose los impuestos aduaneros como garantía de pago; se prohibió cualquier manifestación popular antiextranjera, que desde entonces debía ser reprimida por las propias autoridades chinas; se desmanteló la batería portuaria de Takú en Tianjin, dejando así desprotegida la puerta marítima de la capital; se permitió a los extranjeros acantonar tropas a lo largo de la línea de ferrocarril entre Pekín y Shanhaiguan (el paso de la muralla). Asimismo, la zona de embajadas en la capital quedó fuera de la jurisdicción de la ley china y los aliados obtuvieron el derecho a alojar tropas en Pekín para proteger sus legaciones. Para colmo, los ciudadanos chinos tendrían vetada la entrada a la zona de las legaciones extranjeras.
El fracaso de la Rebelión Bóxer dejó claro una vez más que el pueblo alzado en armas de manera espontánea era incapaz de vencer a las fuerzas imperialistas y a sus acólitos reaccionarios en la corte. La clase burguesa comprendió, además, que el gobierno Qing era irremediablemente débil y corrupto, y que debía derrocarlo cuanto antes por el bien de la nación. Por ello, la Rebelión Bóxer es considerada como el preludio de la Revolución de 1911.
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