Cuando uno cree que ya no puede sorprenderse de nada, resulta que la obstinada realidad de la vida se presenta de golpe, y demuestra lo contrario.

Resulta, por poner un ejemplo, que un individuo, presidente de una entidad bancaria, condenado por robar un banco, desde dentro, dicho sea como nota aclaratoria, y que no ha devuelto ni un céntimo de lo sustraído, vivía en un pazo de lujo, mientras blanqueaba el suculento botín, mediante empresas tapadera. Pero, a usted, o a mí, si no pagamos una multa de tráfico, o de aparcamiento, nos embargan hasta la nómina, sin que sea necesario proceso judicial alguno.

Resulta que un ministro es secretario de una sociedad que esconde sus fondos en un paraíso fiscal, que las evidencias son más que suficientes, y bastantes como para que, como mínimo dimita, sin embargo todos los miembros de su partido y compañeros de su gobierno, lo consideran… ¿algo sin importancia? Pero todos ellos se permiten el indecente lujo de darnos lecciones de moral y de recordarnos nuestros deberes para con el estado.

Resulta que cada día sale a la luz un nuevo caso de corrupción que demuestra la existencia del entramado de una organización mafiosa perfectamente estructurada, para lucrarse con el dinero público, los fondos de todos los ciudadanos, el dinero de esa España en cuya bandera se envuelven para convencernos de que la defienden, en el nombre de una constitución que alevosamente incumplen, en contra de lo que juraron o prometieron. Resulta que todos ellos nos amenazan continuamente con el “España se rompe”, cuando son ellos los que la están rompiendo.

Resulta que existía la posibilidad de cambiar, o revertir, todo este cúmulo de despropósitos, formando un gobierno con la decisión de llevarlo a cabo, pero quien adolecía de mayores posibilidades de hacer real ese cambio, se pliega a las voces de los dinosaurios de su formación política y lleva a cabo acuerdos con los que postulan el continuismo de las políticas liberales de recortes y de ventajas para los poderosos. Y resulta, para más escarnio de la ciudadanía, que aquellos más dispuestos a llevar a cabo esa reforma, son tildados de impedir que dicho cambio se produzca, por medio de todos los altavoces mediáticos que las formaciones políticas tradicionales tienen a su disposición para hacerse oír y para intentar manipular sutil, o no tan sutilmente, a los ciudadanos.

Resulta que tenemos una monarquía, cuya cabeza visible, es el Rey, que se intercambia inexplicables mensajes de apoyo con corruptos, que no tiene por qué dar explicaciones porque goza de impunidad, que ingresa ocho millones de euros anuales por ejercer su cargo, que nadie sabe realmente en qué consiste, por mucho que en la constitución se definan sus funciones, y que en Nochebuena se asoma a todos los hogares, haciendo uso de las televisiones y cadenas de radio públicas y privadas, para decirnos que todos somos iguales ante la ley. Y resulta que somos todos iguales ante la ley, excepto él y algunos otros más.

Y resulta, y esto es lo más perplejo, y lo que más nos hace ser un pueblo idiota a los ojos del mundo, que las encuestas vuelven a proclamar como ganadores a todos esos canallas que nos roban, que nos mienten, que nos amordazan, que nos dejan morir sin piedad por falta de tratamiento, que nos expulsan de nuestro país por su incompetencia de crear empleo, que no permiten estudiar a aquellos que carecen de recursos, aunque tengan sobradas capacidades, que… sigan ustedes, la lista es larga. Si las encuestas aciertan, no somos un pueblo, somos un rebaño.

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