Vivimos gobernados por una mafia. Los “casos aislados” de corrupción que pretenden vendernos, como justificación, excusa o defensa de un sistema, instalado en nuestra sociedad, muy anteriormente a la famosa Transición del 78, son, en realidad, la muestra de un entramado delictivo en el que están implicados individuos de todos los estamentos de la sociedad. ¿Qué ha pasado?, ¿qué ha sucedido para que este sistema corrupto y hediondo se siga manteniendo?, ¿cuáles son las razones que llevan a la ciudadanía a sostenerlo? Resulta realmente complicado encontrar una explicación lógica a esta circunstancia, algo que es inimaginable en cualquier país democrático occidental.

Mis conclusiones son las siguientes:

La Transición del 78 no fue una verdadera transición, sino un maquillaje, en el que, los que ostentaban el poder, transigieron ligeramente, pero mantuvieron sus cuotas de privilegios y de control sobre el sistema.

Gran parte de la ciudadanía ha asumido que la clase política tiene ciertas prebendas, y “derecho” a robar, o enriquecerse, en función de su posición dentro de la pirámide social establecida en el sistema. Entretanto, este grupo de ciudadanos, se conforman con las migajas de un salario, por precario que sea, una vivienda, y poco más.

Los cambios, habitualmente, se vislumbran como algo traumático, incierto, desconocido y posiblemente retrocesivo. Es fácilmente manipulable la idea de asociar el cambio a lo catastrófico, a la hecatombe, a la pérdida de todos los derechos logrados hasta el momento, incluso cuando asistimos cotidianamente a la paulatina pérdida de ellos, con el beneplácito de la mayoría y la estupefacción de unos pocos, tildados de antisistema.

Las nuevas formaciones políticas no han sabido transmitir claramente su mensaje. Podemos, en su deseo de pescar en las aguas de los socialistas desencantados, ha cometido el error de perder su propia identidad: Da lo mismo cambiar arriba y abajo por derecha o izquierda, lo importante es definirse, y no se puede ser alfa y omega al mismo tiempo. Si buscas votos, en lugar de defender ideas, te estás convirtiendo en un partido tradicional, justo lo que estás denostando.

No todo lo de los partidos tradicionales es malo. Elaborar tus propias encuestas podría haber ayudado a planificar mejor la campaña y a no morir de éxito, antes de tiempo.

La confluencia de Izquierda Unida no ha sido tan beneficiosa como ambas formaciones habían esperado. Muchos votantes de IU se han sentido traicionados, huérfanos, e indignados y probablemente hayan decidido no ejercer su derecho al voto.

Por otra parte, muchos socialistas, en desacuerdo con la actitud del PSOE, con sus políticas, o con sus manifestaciones, también se hayan encontrado en semejante orfandad a la de los votantes de IU, sin encontrar en quién depositar la confianza de su voto, y se hayan quedado en casa.

Ciudadanos, posiblemente, haya realizado la peor campaña de su corta historia, con contradicciones continuas, indefiniciones, vaguedades y defendiendo políticas idénticas a las del Partido Popular, esgrimiendo como único argumento la lucha contra la corrupción, cuando está permitiendo gobernar en Madrid a un partido que está siendo juzgado por financiación ilegal. Rivera se ha ahorcado con su propia corbata.

No obstante, no me resultaría extraño, ni me sorprendería en absoluto, que el Partido Popular volviese a ejercer las facultades de gobierno con el apoyo del PSOE – tácito o directo – y de Ciudadanos.

Nos esperan ¿cuatro? años más de sufrimiento y de protestas en las calles.