CRIMEA. Ocurre cíclicamente. Crimea vuelve a ser un punto de máxima tensión y potencial conflicto por el enfrentamiento entre prorrusos y proucranianos derivado de la situación creada tras la destitución del presidente ucraniano Víktor Yanukóvich y el establecimiento de una nueva cúpula de poder prorrusa en la República Autónoma de Crimea, que considera que ésta debe convertirse en Estado.

Las masivas protestas sucedidas en Ucrania contra la negativa del gobierno – enormemente presionado por Rusia, de suscribir un Acuerdo de Asociación con la Unión Europea que han provocado la salida de Yanukóvich,  han puesto de manifiesto la verdadera razón de todo ese descontento: el rechazo frontal de la mayoría de los ucranianos a someterse a los límites de la política dictada por el Kremlin y el miedo de  no poder acercarse a Europa a corto y medio plazo. Ese malogrado Acuerdo de Asociación, planteado como un tratado de libre comercio con aspectos políticos y sociales, suponía el sendero para conservar la esperanza de llegar a ser parte del selecto club de los 28 países europeos.

Esta aspiración vuelve ahora a ser viable sin Yanukóvich en el poder. Kostiantyn Yelisieiev, embajador de Ucrania en la UE, manifestó hace unos días el deseo de su país de firmar  el Acuerdo de Asociación con la Unión Europea  en la cumbre del 20 y 21 de marzo de los líderes de la UE. Esa firma fortalecería la posición de Ucrania ante Moscú y cabe la posibilidad de que fuera  acompañado de una declaración política que podría plantear la «perspectiva europea» de Ucrania, un lenguaje no comprometedor para decir que el país es visto por la UE como un futuro miembro de la Unión.

En este tenso e imprevisible escenario, era inevitable que volviera a resurgir la convulsa Crimea, la estratégica península del Mar Negro -históricamente integrada en Rusia- transferida a Ucrania en 1954 por el entonces presidente de la URSS, Nikita Jrushcov, contra los deseos de sus habitantes, con una clara mayoría rusa. En ese momento, este hecho no generó ningún problema dado el sentimiento de fraternidad imperante en el seno de una Unión Soviética sin fronteras. Sin embargo, a partir de 1991, con la disolución del bloque soviético y la independencia de Ucrania, los rusos de Crimea sintieron que se habían quedado huérfanos de la tutela de Moscú y ello reavivó sus sentimientos nacionales. Su resentimiento por quedar subordinados al gobierno de Kiev se ha convertido, desde entonces, en el punto débil de las relaciones entre Rusia y Ucrania.

En este contexto, los dirigentes de Crimea han anunciado el adelanto del referéndum para decidir el estatus político de la región, que podría desembocar en su posible secesión de Ucrania, el próximo de 30 de marzo, en lugar del 25 de mayo estimado inicialmente, dada la situación actual. Este anuncio se suma a los provocadores movimientos de tropas rusas en la región autónoma ordenado por Vladimir Putin con la excusa de defender los derechos de la población rusa. El Parlamento de Crimea y otros edificios públicos, así como los aeropuertos tomados por pistoleros rusos, el avance de camiones y helicópteros en ciudades como Sebastopol –cuya base naval ocupa Rusia– dibujan un panorama preocupante y poco optimista en el que planea la sombra de la Guerra Fría.

Desde la UE y Estados Unidos se advierte al Kremlim sobre los riesgos profundamente desestabilizadores que supondría esta opción, y le instan a promover una solución política que preserve la integridad territorial y la soberanía de Ucrania. Pero Putin no está por la labor y ha manifestado, incluso, su intención de construir un puente sobre el estrecho de Kerch que una Crimea con el territorio ruso. Ucrania se ha convertido en un disputado objeto de deseo entre las tres partes debido a su posición geoestratégica  –puerta entre el Este y el Oeste– y a sus codiciados recursos naturales (gas y petróleo). Constituye  un potente activo indispensable para Rusia en su anhelo de consolidar la Unión Euroasiática, el proyecto de reintegración comercial que  puso en marcha a principios de 2012 como alternativa a la Unión Europea. Por eso, la posibilidad de que Ucrania se decante por la UE y Estados Unidos –que le han ofrecido sustanciosas ayudas económicas para sus castigadas finanzas– significaría un estrangulamiento geográfico y un debilitamiento económico para Rusia.

Anticipar una posible opción de lo que puede ocurrir se torna complejo. Lo único que parece cierto es que Crimea va a seguir condicionando el futuro de Ucrania, que nunca se sentirá parte de este país y que sus habitantes seguirán siendo rusos, como la mayoría de los ucranios del este, y continuarán queriendo mantener sus históricos lazos con la madre Rusia.