Puedes leer la primera parte aquí.

No obstante, la Doctrina Monroe es sin duda uno de los grandes temas de la historia de las Relaciones Internacionales del continente americano. Podríamos decir que originalmente, fue parte del mensaje anual del Presidente norteamericano James Monroe al Congreso de los Estados Unidos del 2 de diciembre de 1823; con el tiempo se convirtió en parte fundamental de la política exterior norteamericana. Las bases conceptuales y contextuales de dicha doctrina descansan en el matiz de que su esencia duraría más de cien años, siendo una parte esencial e integral del pensamiento norteamericano. El mensaje incluía ideas constatadas y englobadas en la política exterior de los Estados Unidos. La idea de la separación geográfica, política, económica y social en el Nuevo Orden Mundial, con respecto al Viejo Orden, en el que se hacía hincapié y se destacaba los diferentes intereses geoestratégicos que podrían surgir en el nuevo escenario internacional.  No obstante, hay que recordar que el mensaje de Monroe fue ignorado en un principio como guía política durante una gran parte del siglo XIX, en un marco internacional de una cierta debilidad militar y las preocupaciones políticas internas que sacudían los Estados Unidos. No sería hasta finales del siglo XIX con el posicionamiento de Norteamérica como nueva potencia militar e industrial emergente, cuando la Doctrina Monroe se convertirá en la piedra angular de la política exterior norteamericana.La Doctrina Monroe, sintetizada en la frase «América para los americanos», fue elaborada por John Quincy Adams y atribuida a James Monroe en el año 1823. Establecía que cualquier intervención de los Estados europeos en América sería vista como un acto de agresión que requeriría la intervención de Estados Unidos.1 La doctrina fue presentada por el presidente James Monroe durante su sexto discurso al Congreso sobre el Estado de la Unión. Fue tomado inicialmente con dudas y posteriormente con entusiasmo. Fue un momento definitorio en la política exterior de los Estados Unidos. La doctrina fue concebida por sus autores, especialmente John Quincy Adams, como una proclamación de los Estados Unidos de su oposición al colonialismo en respuesta a la amenaza que suponía la restauración monárquica en Europa y la Santa Alianza tras las guerras napoleónicas. Esta doctrina, no obstante ha sufrido ciertas ambigüedades como por ejemplo: Esta doctrina no ha sido en realidad muy efectiva debido a las múltiples intervenciones europeas posteriores en suelo americano, como por ejemplo la toma en 1833 de las islas Malvinas por los ingleses, la ocupación española de la República Dominicana entre 1861 y 1865, el bloqueo de barcos franceses a los puertos argentinos entre 1839 y 1850, el establecimiento de Inglaterra en la costa de la Mosquitia (Nicaragua), la invasión de México por las tropas francesas y la imposición de Maximiliano de Austria como emperador, la ocupación de la Guayana Esequiba por los ingleses y el bloqueo naval de Venezuela por Alemania, Inglaterra e Italia entre 1902 y 1903, además de las diversas colonias en el Caribe que aún conservan los gobiernos europeos tales como las Islas Vírgenes Británicas, las Islas Turcas y Caicos, las islas de Aruba, Bonaire, Curazao, San Martín, Saba y San Eustaquio bajo la corona holandesa, la Guayana Francesa y Guadalupe que son departamentos franceses de ultramar que incluyen otras islas menores e islotes de posesión francesa como lo son Martinica y San Pedro y Miquelón. Igualmente hay que mencionar el caso de Groenlandia, tercer país más grande de América del Norte, que aún permanece como colonia de Dinamarca. Cabe destacar en este mismo orden de ideas que aún existen países de la Commonwealth que es un remanente colonial del Imperio Británico como lo son Canadá y las diversas islas caribeñas que son conocidas como las Indias Occidentales Británicas (British West Indies en inglés) que incluyen además a otras regiones continentales como Belice y Guyana.