Me resulta sorprendente ver o, ante todo, escuchar, a Albert Rivera subirse a la tribuna y afirmar con decimonónica solemidad que él es constitucionalista. Y no lo dijo una vez o dos, sino que lo hizo repetida y reiteradamente. Sus señorías lo escucharon impávidas, como quien oye llover. Y yo, recostado sobre el respaldo de mi asiento, no daba crédito a lo que escuchaba. ¿Qué pretende decir el señor Rivera? Porque yo, en mi juicio simple de ciudadano de a pie, entiendo que cualquier demócrata, sea cual sea el régimen al que se adscriba, es constitucionalista, porque,cualquier democracia legalmente constituida, está soportada sobre los pilares de una constitución. ¿El señor Rivera pretendía decir que el resto de parlamentarios, o que ciertos grupos de ciudadanos no son partidarios de construir una sociedad bajo los principios de una constitución? No se entiende, porque, en la cámara, que sepamos, todos los grupos y, todos y cada uno de los diputados, jamás se han opuesto a la existencia o a los principios de un estado constitucional. Cosa distinta, es, señor Rivera, que se esté o no de acuerdo con el articulado de la Constitución que, no sólo es la que soporta nuestro estado de derecho, sino que en ella misma se define. ¿Quiere decir, el señor Rivera, con esa solemne, y a la vez huera, frase, que él es defensor de la constitución del 78? Bueno, pues si es así, él mismo ha manifestado que algunos aspectos deberían modificarse y estaría dispuesto a hacerlo, en concreto cinco. ¿Entonces? ¿Es más constitucionalista porque sólo se le han ocurrido cinco asuntos inmersos en la constitución y otros creen, creemos, que deberían ser más?

Por favor, señor Rivera, cuando se suba a una tribuna, a una tan representativa como es la del Congreso de los Diputados, no lo haga para ofender la inteligencia de los españoles, ni para escupirnos en la cara, ni para colgarse medallas que no merece. ¡Tenga usted un poco de respeto!

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