Nos sumergimos en el tumultuoso fragor del tráfico de un lunes de lluvia, o en el hacinamiento del metro y de los autobuses, como el lunes de hoy. Es un lunes como otro cualquiera. Una fecha más en el calendario. Eso parece. Lo parece porque hemos convertido nuestras vidas en una rutinaria secuencia de actos automatizados. Sin embargo, ningún día es igual a otro, ni nuestro ánimo es el mismo que el de ayer, pero carecemos de la consciencia para saberlo. Nos comportamos como un mecanismo que no puede pensar, y, lo que quizás es peor, incluso sentir. Aunque parezcan muchos, a no tantos kilómetros de nuestra cotidianidad mundana, se está arrojando a personas, seres como nosotros, al ostracismo, a la miseria, a la enfermedad y al hambre. La irracionalidad de nuestros representantes así lo ha dispuesto, mientras la lluvia repiquetea sobre el techo del vehículo o el del autobús, mientras observamos el luminoso del metro que indica el tiempo de espera para tomar el convoy que nos llevará al trabajo, al médico, al centro escolar, a cualquiera de las partes que usual y cotidianamente acudimos. Nuestras vidas permanecen ajenas a todo ello, salvo las de algunos pocos voluntarios que han decidido sacrificar su grado de confort por llevarles un soplo de esperanza, de apoyo, de cariño, por tratarlos como personas y no como animales enjaulados. Nuestro lunes no es igual al suyo.

Nuestro lunes, además, viene precedido de una serie de sucesos a los que, también, parece que nos hemos acostumbrado, debido a la anestesia que el poder  nos eyacula, en pequeñas dosis, para que continuemos dormidos, aletargados, ajenos a la realidad. Sociedades opacas para ocultar el dinero de ricos y poderosos, algunos de ellos patriotas que se permiten el indecente lujo de increparnos a todos, defendiendo buenas prácticas morales y señalándonos con el dedo, como potenciales delincuentes. ¡Ellos, los mayores mafiosos, reprochándonos las malas praxis!, pero la manipulación a la que tan férreamente nos encontramos sometidos, hará que, de algún modo, lo justifiquen y que, no pocos, lo crean. No es un invento nuevo. Es antiguo, y ni tan siquiera se ha sofisticado.

El lunes gris de lluvia, arroja sobre nosotros no sólo la sombra oscura de las nubes y la tristeza de un cielo de plomo. El nuevo lunes nos trae el grisáceo color de la política, de la poca talla moral de los “representantes del pueblo”. La entrevista al presidente en funciones, ofrece los tintes claros de la incompetencia, de la pretensión de justificación de lo injustificable, de la inmoralidad y de la indecencia. No da pena. Da asco. Es absolutamente repulsivo el desprecio por la ciudadanía y por los valores que se le suponen a una democracia. Esta democracia de mercadillo en la que vivimos permite todo este tipo de arbitrariedades. Esta democracia de segunda mano no es sino nuestro país de charanga y pandereta de siempre. Es la España de la Inquisición, la de Cánovas, la de Machado, la de toda la vida. Y lo peor es que hay muchos que no quieren cambiarla.

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