[translations idioma=”EN” url=”http://rgnn.org/2013/12/02/islamism-and-its-multiple-faces”]
GLOBAL. Después de varias décadas creciendo, extendiéndose y volviéndose más y más complejo, el islamismo se presenta ante nuestros ojos como una sucesión de acertijos. Cada vez que creemos haber resuelto uno de ellos, nos topamos con otros nuevos. No sólo muestra múltiples caras, sino que además éstas son cambiantes. De ahí que se preste a lecturas tan diferentes, desde la de aquellos que lo descalifican como una mera reacción contra la modernidad, a la de quienes lo contemplan, en cambio, como un prometedor proyecto de modernización acorde con las tradiciones culturales de las sociedades musulmanas, en lo cual se asemejaría a esa democracia cristiana europea que finalmente reconcilió a una amplia masa conservadora con la democracia liberal y con los llamados valores de la Ilustración.

Las discrepancias no terminan aquí. Si para unos el islamismo puede entenderse como una rebelión, mejor o peor encaminada, contra el hegemonismo occidental, otros no se cansan de recordarnos la predisposición de muchos de sus dirigentes a transigir ante las imposiciones de este mismo Occidente. Después de todo, éste no tiene mejor aliado en la zona que el “ultra-islámico” régimen de Arabia Saudí. De igual manera, hay quienes insisten en la intensa labor asistencial de muchos movimientos islamistas y en el enorme apoyo popular que recaban entre los sectores humildes y cifran sus esperanzas en que estos movimientos puedan promover una mayor justicia social en una región tan necesitada de la misma. Pero hay también quienes señalan, en cambio, la fuerte influencia de la que disfruta en su seno una nueva burguesía piadosa, interesada en movilizar a los más desfavorecidos en su propio provecho, así como la creciente aceptación de sus dirigentes hacia las reglas de la globalización neoliberal.

El ciclo revolucionario en el que el mundo árabe vive inmerso desde hace ya casi tres años ha vuelto todos estos contrastes todavía más agudos. Lo ha hecho sobre todo porque el curso de los acontecimientos no ha dado plenamente la razón a ninguna de las posiciones enfrentadas en este debate teórico y político. Los movimientos islamistas no dirigieron las revoluciones, pero han sabido luego apoyarse en ellas para llegar al poder. Pero una vez en el gobierno, se han conducido con bastante torpeza y se las han arreglado para dilapidar gran parte del crédito que habían ganado previamente entre la población. La paradoja no les afecta sólo a ellos. Después de años discutiendo sobre la sinceridad del compromiso democrático de los islamistas, constatamos que las fuerzas laicas, a quienes no se les pedían tales credenciales, apoyan a menudo con entusiasmo golpes de Estado y juntas militares, algo que ya se vio en la Argelia de los noventa.

Es aquí donde reside la raíz del problema. La construcción democrática concierne a todas las fuerzas sociales. Si esta construcción fracasa, los islamistas tendrán su parte de responsabilidad, pero la suya será una responsabilidad compartida. Es un error concentrar toda la atención sobre ellos en exclusiva. Mientras no se asiente con más fuerza en toda la sociedad la cultura del respeto y del pacto con el otro, no será posible establecer unos mínimos consensos colectivos. Y sin estos consensos tampoco podrá emprenderse la gran tarea pendiente, si se aspira a establecer en el mundo árabe una democracia digna de tal nombre: la de conformar una amplia coalición social en contra del acaparamiento del poder y la riqueza por parte de la reducida oligarquía que hoy en día lo monopoliza.